𝐗𝐗. Hilo invisible

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Una semana exacta. Eso es lo que había transcurrido desde que supo que estaba embarazada, tiempo preciso en que dejó de contactar con Aleksandr. No atendía las llamadas, no respondía los mensajes, y tomaba salidas de emergencia a escondidas en el hospital por si a él se le ocurría ir a buscarla al trabajo. El trato a con ella en el hospital había empeorado considerablemente, seguían hablando a sus espaldas y evitando el contacto con ella como si tuviera la peste bubónica. Lo que le preocupaba era cómo algunas de esas mujeres se encargaban de comunicarle su “situación” a pacientes (o familiares de estos, en su mayoría) para evitar que trataran con ella. Alessa comenzó a temer por su futuro cuando el director la mandó a llamar a su oficina una tarde y le explicó que a pesar de no aprobar el comportamiento de sus compañeras, las situaciones de ese tipo siempre se salían de control.

“Lo siento mucho, pero tendremos que dar de baja su servicio en el hospital”.

Las palabras le habían caído como balde de agua fría. Según lo que había dicho el director, la noticia había corrido como pólvora y ahora incluso estaban recibiendo e-mails solicitando su baja, alegando que ella era una pésima imagen para el hospital. ¿Cómo podían tener a una interna embarazada que no estaba casada ni tenía planes de ello? Era denigrante (según palabras de mujeres que no se atrevían a dar la cara) y aún así el peso de sus palabras era lo suficiente como para conseguir que la sacaran del hospital. Allie apretó los puños y pegó la espalda a la pared en cuanto salió de la oficina, se llevó índice y pulgar de la diestra a los párpados, presionándolos. No quería llorar pero la impotencia era insoportable. Alessa jamás pensó que las cosas pudieran ser así de drásticas en Corea, si estuviese en su natal Francia nada de eso sería un problema. Y por eso debía volver… lo mejor era establecerse en París de nuevo, después de todo, iba a necesitar ayuda de personas confiables cuando su bebé naciera, y así se aseguraría también de que Aleksandr nunca se enterara de que tenía un hijo. Abatida, pero aún con suficiente dignidad para salir por esa puerta Alessa se retiró del hospital después de buscar sus cosas y firmar la “renuncia voluntaria”.

Acababa de salir del hospital, eran aproximadamente las cinco de la tarde y ella había avanzado unas tres cuadras cuando un auto negro se detuvo a pocos metros. Si no hubiese estado tan ensimismada habría, probablemente, entrado en pánico al darse cuenta de que se trataba del auto de Aleksandr, habría advertido al menos, cuando el mencionado se bajó del auto y prácticamente corrió hasta alcanzarla, tomándola por un brazo y obligándola a girar.

—¡Alessa! —exclamó concisamente, y ella tuvo un cosquilleo al escuchar su nombre de esa voz. Reaccionó, pero no supo que decir, se quedó mirando como imbécil el rostro del varón, quien parecía entre confundido y molesto al mismo tiempo—. ¿Has estado ignorando mis llamadas?

A pesar del tono brusco con el que hablaba al mismo tiempo había algún tipo de continencia en él, como si no quisiera ser tan demandante con ella. Aleksandr era, en realidad, una paradoja para Alessa. Era brusco y tosco, sin embargo había cuidado de ella estando enferma, era distante y poco expresivo pero no para de buscarla ni un solo día. Alessa pudo leer en su mirada que él esperaba que dijera alguna buena excusa para no responder sus llamadas e ignorar sus mensajes, tal vez algo como “se ha daño el móvil”, o un “me han robado el celular” pero Alessa no tenía mentiras para decirle y en realidad consideraba que si debía alejar a Aleksandr de ella, ese era el momento idóneo, después de todo por más interesado que pareciera en ella (cosa que en sí ella no podía entender) su temperamento no iba a tolerarle malos tratos de su parte. Tomó una fuerte bocanada de aire, y es que en verdad comenzaba a hacerle falta. Se sentía nerviosa, y comenzaba a sentir ansiedad; juntó valor de donde Dios sabría y encaró con brusquedad al varón, soltándose de su agarre con un tirón más agresivo de lo necesario.

—Sí, he estado ignorando deliberadamente tus llamadas y tus mensajes, así que deja de buscarme —soltó las palabras de tajo, casi con veneno en la lengua, su corazón se sintió oprimido al hablarle así a él, pero tenía que hacerlo, tenía que alejarlo. Por el bien de los tres. Apretó la mandíbula un segundo y continuó, esmerándose en mantener ese timbre agresivo y tajante en la voz—. Ya no quiero verte más, ¿entiendes? Así que no vuelvas a buscarme.

Y por supuesto, Alessa era lo suficientemente ingenua para pensar que eso bastaría para alejarlo en lugar de solo golpearle de algún modo el orgullo masculino. A pesar de que lo desconcertó por un segundo, tardó más ella en avanzar un par de fieros pasos que él en atraparla de nuevo en un agarre esta vez mucho más agresivo. Probablemente Aleksandr tenía ya en la punta de la lengua las reacias palabras que iba a decirle a la fémina, pero no tuvo oportunidad, casualidad o destino, la manera en la que la sostuvo por los hombros para encararla fue lo que lo obligó a evitarle la caída cuando Alessa colapsó entre sus brazos. Tal vez la mujer debió hacerle mayor caso a la taquicardia que sentía, o al mareo, tal vez.

Para cuando Alessa recobró la consciencia se encontraba en el último lugar en el que querría estar: el hospital donde laboraba, y a su lado estaba la última persona con la que querría estar ahí, Aleksandr. Nadie tuvo que decirle nada, la manera en la que Lev la miraba se lo decía todo, que ya lo sabía. Quería decirle algo, aunque no tenía ni la más remota idea de qué podía decirle, entreabrió los labios pero fue la voz de él la que interrumpió el silencio.

—¿Por qué no me dijiste que estás embarazada? —su voz masculina salió tan neutral que a Alessa le provocó un escalofrío, a pesar de que debería darle calma; pero Aleksandr traía con él todo menos calma, así que por ello le asustaba. Seguramente debía estar en algún tipo de shock él mismo.

—¿Por qué debería decirte eso? Ni siquiera somos amigos. No es tu asunto —rebatió, de nuevo con esa insolencia en la voz, pensó que tal vez tenía una última oportunidad de alejarlo. Negaría que ese bebé era suyo.

—¡Sabes perfectamente que es mi asunto! —Alzó la voz de pronto, exasperado. Saltó de la silla en la que estaba, azotando los resultados de la prueba de embarazo de laboratorio sobre la cama en la que Alessa estaba. Ella dio un respingo, de pronto intimidada por la agresividad en él, había tanto filo en su mirada—. Eras… virgen cuando, cuando te tomé. Eras vírgen —enunció con un poco de dificultad, era como si estuviera entendiendo la magnitud de las cosas y entonces el habla se le entorpeciera. Era tan claro como el agua que para Aleksandr era una situación para la que no estaba preparado, y aún así estaba peleando por mantenerse en el tema, por encontrar las palabras para expresarse, para decirle que lo sabía, que no había manera de que ese hijo no fuera suyo. Y no, no estaba listo para eso, pero no iba a echarse para atrás tampoco. Alessa no supo qué responder, se encogió en su lugar y trató de respirar profundamente de forma discreta, el corazón le latía desbocado, sin saber qué hacer.

—No quería… causarte problemas. No creí que esto te importaría —comenzó a hablar por fin, con la voz tan trémula como sus piernas—. Sé que esto va a ser un problema en tu hermandad. Y yo no quiero… que mi hijo crezca relacionado con criminales, porque eso eres para mí; un criminal.

A pesar de que esa última vez no usó su rudeza fingida, fue el momento en que posiblemente más ofensiva fue. Aleksandr lanzó un bufido frustrado, ni siquiera le dedicó una última mirada antes de dirigirse a la puerta con pasos agigantados, pensó que se marcharía sin decir más, pero se detuvo justo en el umbral, sosteniéndose del marco, mas dándole la espalda.

—Te llamaré en estos días. Pobre de ti si no contestas —sus palabras quedaron colgadas en el aire, enfriando la habitación y él resonar de sus fuertes pisadas alejándose tras la puerta.

Alessa resintió hasta en el ambiente lo gélido de sus palabras, y entendió que, fuera lo que fuera la capa de ‘amabilidad’ que Aleksandr había desarrollado por ella, acababa de hacerse añicos. Tuvo que pasar el resto del día en observación, recibió una reprimenda por parte de su ex-superior, y se prometió a sí misma cuidar más su salud por el bien de la criatura que cargaba en el vientre. Y a pesar de saber que el estrés no era nada favorable para ellos, no podía dejar de pensar en que no sabía si estaba conectada a Aleksandr por medio de un lazo o una cadena.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora