𝐗𝐗𝐈𝐈. Verdad incómoda

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Lasagna tradicional y puré de papa con guarnición de verduras al vapor. Quizá fuese una comida sencilla pero al menos no tomaba tanto tiempo (no quería hacer esperar a Aleksandr en demasía). Preparó la mesa lo más rápido que pudo y comenzaron a cenar juntos. Juntos... No habían compartido una cena desde aquella noche en la que ella enfermó. Al principio todo transcurrió con tranquilidad, comiendo en silencio, Aleksandr no lo dice pero es evidente que la comida es de su agrado (repitió plato) y eso era más que suficiente para Alessa. Sin embargo el ambiente de relajación se rompió cuando él decidió iniciar una conversación que ella preferiría evitar.

—¿Por qué dejaste de trabajar en ese hospital?

Alessa dejó caer el tenedor de los nervios, fingiendo que tenía la boca llena y tardando una eternidad en pasar bocado.

—Alessa —la llamó con ese tono autoritario tan suyo y ella sintió que le temblaban las piernas bajo la mesa—. ¿Alguien te hizo algo en ese lugar? —su tono cambió, hay cierto peligro, amenaza en su voz pero no hacia ella. Aleksandr alargó su mano hasta alcanzar la delicada muñeca femenina.

―No… ―declaró vagamente, pero ni siquiera se atrevió a mirarlo al hablar. Alessa se encontró con su mirada, sintiendo cómo su corazón daba un pequeño vuelco ante el simple contacto de su mano en su muñeca. ―No pasó nada ―musitó, prácticamente fue un balbuceo, no fue capaz de decir nada claro, porque las mentiras se le daban jodidamente mal.

Suspiró. Realmente no quería tocar el tema, le resultaba incómodo, vergonzoso y doloroso. Además, sentía que si le decía algo como eso de algún modo él podría tomarlo como algún posible patético pseudointento de presionarlo de alguna manera. Ella en realidad ni siquiera había considerado la posibilidad de matrimonio, no terminaba de conocer a Aleksandr y bien podía mandarla al demonio con o sin hijo en cuanto se fastidiara de ella; sin embargo ni siquiera eran novios, ni siquiera sabía qué eran, en realidad. Tenían un hijo en camino en común y encuentros netamente sexuales, sin cariño, sin afecto siquiera. Ella no podía esperar nada de él en base a sus tratos a con ella, eso no era una relación. Era quizá por eso, también, que le sorprendía su repentino interés por si algo ocurría en el hospital.

El simple hecho de tocar el tema le traía de vuelta esa opresión en el pecho y las difícilmente contenidas ganas de llorar a causa de la impotencia. La amargura de esas palabras, el estrés de pensar a lo que era capaz esa gente, la preocupación de que su hijo sufriera ese tipo de ataques también por culpa de ella. Eran sencillamente cosas que no sabía manejar, y por eso las enterraba en su pecho. Exhaló lentamente, y con cuidado fue inclinando su torso en dirección al varón, haciendo el plato de comida a un lado, ya no tenía apetito. Buscó acurrucarse contra su torso, pasó una de las manos torpemente por detrás de su espalda para abrazarlo de costado a la par que acomodaba su cabeza entre el hombro y el cuello de Aleksandr. Sabía que era un movimiento peligroso, sabía que no debía buscar calor de parte suya, pero se sentía tan mal y  tan vulnerable en ese momento que no pensó en el posible dolor que iba a sentir cuando nuevamente la rechazara, cuando se levantara del asiento bruscamente o la empujara, como solía hacer. Cerró el otro brazo en torno a su torso, desde enfrente, para completar así el abrazo.

―¿Tenemos que hablar de eso? Por favor… no quiero ―musitó, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que no se le quebrara la voz.

Cuando cayó en cuenta de lo hecho ya era muy tarde, y si no hubiese sido por los segundos de torpeza que le impidieron desprenderse de él de inmediato probablemente se habría perdido de ese abrazo que él (inesperadamente) correspondió. Al momento no supo qué hacer, qué decir, cómo reaccionar; estaba literalmente estupefacta y de inmediato la invadió el miedo de «arruinarlo» ¿y si decía algo que lo hiciera empujarla? ¿Y si encontraba las palabras exactas para enfadarlo? Ella tenía talento natural para hacerlo enfadar, se lo había dejado claro en reiteradas ocasiones (dolorosas ocasiones). Inconscientemente le apretó un poco más, como si temiera que fuese a desvanecerse entre sus brazos o algo.

—Sé que estás mintiendo. Y si hay alguien metiéndose contigo, Alessa... Correrá sangre. Sabes que puedo encargarme de quién sea.

Y Alessa sintió que se le desconfiguraba el corazón. Fue tal el sentimiento que no supo ponerle nombre, no pudo identificar haber sentido algo similar en todos sus años, y también fue lo suficiente como para hacerle olvidar por un momento la conversación que mantenían. Esa de la que tan desesperadamente quería escapar. La opresión de la situación ocurrida en el hospital volvió a manifestarse en su pecho, y aunque suspiró hondamente no sintió haber perdido la mínima tensión, al contrario, las palabras de Aleksandr la hicieron estremecer. Sabía que él hablaba en serio, sabía que a lo que él pertenecía no era nada a juego, lo había conocido entre balas y charcos de sangre, con la vida pendiendo de un hilo con el que suturó su propio corazón sin darse cuenta. Por supuesto que no lo tomaba a juego.

―N-no, no. Aleksandr, no. No quiero que “te encargues” de nadie―se apresuró a decir con palabras torpes, realmente lo último que quería era eso. Nuevamente suspiró, mejor dicho, tomó una fuerte bocanada como buscando encontrar en el aire que inhalaba el jodido valor que le faltaba para sincerarse con él. Acto inútil―. Hay unas mujeres en el hospital, ex-compañeras, ellas, ah… tienen una impresión desagradable de mí, porque soy «madre soltera». No soy bien vista en ese lugar ―logró enunciar, sin poder evitar la amargura tiritándole en la voz, el nudo en la garganta se le ajustó y tuvo que hacer un esfuerzo inmensurable para contener las lágrimas―. Lo único que me molesta es que lo esparcen como si fuese algo importante de ser contado, como si yo les estuviese perjudicando —guardó silencio unos segundos. Le costaba demasiado hablar del tema, pero al menos ya lo había sacado de su pecho, era una espina menos sobre el corazón—. No renuncié... Básicamente me echaron. Fui despedida por "daños a la moral" del hospital, dijeron que era una mala imagen para un lugar tan prestigioso, algunos pacientes y parte del personal se quejaron y pudieron mi baja... Y pues, me la dieron.

A Alessa se le escapó una risa amarga, se dio cuenta que había fallado miserablemente en su objetivo de no llorar, pues las lágrimas ya le habían recorrido medio rostro. Se limpió las lágrimas con las palmas en un movimiento rápido.

Soltó el torso masculino y se separó de él, reincorporándose en su asiento, alzó el rostro para ver a Aleksandr, y el ver la expresión de su rostro le bastó para sentir un tirón en la boca del estómago. Esas amargas sensaciones que experimentaba frecuentemente a causa suya, el contraste absoluto de las ‘mariposas en el estómago’ que también le provocaba muchas veces. Temía de él, era innegable el temor que le provocaba. Sintió arrepentimiento inmediato, los ojos del ruso estaban más oscuros y penetrantes que la noche misma y el gesto de su rostro era severo, mantenía la quijada endurecida. ¿Cómo le contaba acerca de esa mujer que la había abofeteado por tocar a su pequeño hijo cuando le entregó el juguete que la criatura dejó caer accidentalmente? No, no podía. Negó torpemente, mentir nunca había sido lo suyo pero se dijo mentalmente que en ese momento debía hacerlo.

Aleksadr lanzó un larguísimo y áspero suspiro, llevó una de sus manos a la quijada de Alessa, una torpe caricia con un solo objetivo: obligarla a mirarlo a los ojos. Ese simple gesto bastó para generar en ella aquella otra sensación de cosquilleos en su abdomen, a veces se preguntaba si su bebé podría sentir esas cosas, si sabría que su padre la tenía terriblemente enamorada y aterrorizada al mismo tiempo. Por supuesto era algo absurdo, era solo una sensación y la criatura no podría diferenciar de emociones siquiera, era solo un bebé, siquiera eso. La sensación pasó a ser una estocada helada ¿por qué tenía que tener esa mirada tan dura?

—Alessa... dime la verdad. ¿Te han puesto un dedo encima o solo han sido habladurías? —la voz de Aleksandr salió tan serena y ataráxica que ella sintió el doble de pánico. No era propio de él ser tan calmo.

―N-no. Solo han sido palabras ―mintió, y por un instante incluso a ella le pareció que decía la verdad.

Apartó el rostro en cuanto pudo, zafándose del agarre, individualmente de que no creía ser capaz de sostenerle la mirada un segundo más a causa de su falta de honestidad, en general le costaba mucho mirarlo. Aleksandr no dio señales de haberle creído pero tampoco de detectar la mentira, permaneció callado durante severos segundos, lucía un poco perdido en sus propios pensamientos, luego de un rato se limitó a levantarse y dirigirse a la puerta del apartamento.

—Espera aquí —sentenció a secas.

Le tomó de sorpresa la retirada del varón, le siguió con la mirada con un destello de intriga en las pupilas y le pidió a dios, al diablo o a quien estuviera escuchando que por favor no permitiera que Aleksandr hiciera alguna locura en su nombre. No necesitaba más sangre en sus manos.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora