𝐕𝐈. Aleksandr

3 1 0
                                    


—¿Qué? ¿Q-quién? —las palabras en la boca malherida del hombre se enmarañan entre ellas, tiene la voz rasposa, aletargada pero bien cargada de alarma—. ¿Dónde estoy?

El hermoso extraño luce bastante desorientado, es perfectamente normal. Alessa lo ve torcer la boca ante lo que seguramente es una puntada de dolor en alguna parte del cuerpo, tiene para escoger. Frunce el ceño, probablemente hasta la luz del foco le resulta molesta, así que Alessa enciende la lámpara de la mesita de noche, que es más delicada y tenue, y apaga el foco principal. Alessa espera pacientemente el tiempo que cree necesario para permitir que el varón se orientase medianamente. Las personas en ese estado pueden llegar a ponerse violentas y aunque no le preocupa que pueda hacerle daño, debido a su estado, le preocupa que en algún arranque de desesperación se lo haga a sí mismo con un movimiento abrupto. Le estudia con la mirada, nota en su expresión como el joven parecía estar intentando sumergirse en una laguna de recuerdos tan turbia que difícilmente podría hilar algo, mas lo hace.

—Una venganza —susurra, pero Alessa lo escucha claramente.

Alessa sinte un escalofrío recorrerle la espina dorsal cuando el varón musita que se trató de una venganza. ¿Con qué clase de gente se habría metido ese hombre? ¿Qué cosa tan terrible podría haber hecho como para provocar tan salvaje y brutal ataque? Repentinamente, siente una colosal inquietud. ¿Quién es él? Pese a sus pensamientos mortificados, la expresión amable no abandona su rostro ni por un ínfimo instante. El hombre se remueve, haciendo gestos de dolor que intenta disimular mientras se las ingenia para sentarse. Sus manos toscas palpan su propio cuerpo, y baja la mirada, poniendo particular atención a sus vendajes.

—¿Dónde estoy y quién eres tú? ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? —mientras habla se palpa el rostro, un poco sorprendido de hallarse rasurado (Alessa no había tenido opción, el vello facial exponía sus heridas a infección. La hubiera visto haciendo malabares para rasurar lo mejor que pudo sobre heridas, raspones y áreas inflamadas). El extraño ya no habla en un susurro, ahora es un tono seco, autoritario y hasta demandante. Claramente ella no es la única con preguntas, Alessa suspira suavemente.

—Llevas tres días dormido. Me abordaste en la calle justo antes de desplomarte, te traje a mi apartamento —se detiene un instante, suspirando nuevamente antes de proseguir—. Tuve que extraerte las balas de tres disparos y suturar tus heridas, incluida una puñalada. Perdiste mucha sangre.

Hace un pausa para dejarle procesar la información, ella es consciente que debido a los golpes y la inconsciencia posiblemente le costara organizar sus recuerdos. Alessa no se inmuta en ningún momento por el tono hasta cierto punto reacio con el que él se dirige a ella, pues comprende que el varón debe estar sometido en ese momento a mucho dolor y desconcierto.

—¿Tres días? ¿Tanto? —el semblante del varón se tuerce en una nueva mueca: angustia.

—Mi nombre es Alessa Cassel. Y soy practicante de medicina, sin embargo, me atrevería a decir que tuvimos mucha suerte, o incluso un milagro. En verdad te encontré grave. ¿Quién eres tú?

—¿Tienes teléfono, Alessa? —el extraño pasa por completo de la pregunta que ella hace, Alessa de verdad quiere saber su nombre, pero no tiene cabida insistir en eso cuando claramente él tiene preocupaciones que ella podría ayudar a solucionar. No sabe qué más decir y prefiere limitarse con las preguntas un poco más, no era como si tuviese necesidad de compartir más de ella misma y en general no es algo que él necesite ni algo que pudiese interesarle, se limita a asentir, claro que tiene teléfono. De pronto, el sonido del estómago  del varón suelta un sonoro ruido, ya le está pasando factura por los días sin alimentar.

—Oh, Dios... Necesitas comer algo. Dame un momento, iré a preparar comida.

—No es necesario que cocines, me iré en este momento —el sujeto intenta ponerse de pie, y aunque Alessa intenta sostenerlo las terminas piernas del hombre no le dejan sostenerse ni medio segundo. Se desploma de sentón de vuelta en la cama, haciéndolo soltar un gruñido de frustración entremezclado con dolor.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora