𝐗𝐈𝐕. Probada de ti

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Por alguna razón Alessa se sentía bastante nerviosa tras salir del hospital, comenzó a caminar por la senda principal para intentar distraerse, traía a Aleksandr fuertemente arraigado en los pensamientos y no le gustaba para nada. Ese mensaje le había descolocado por completo. ¿Por qué quería verla? ¿Por qué el interés? Un hombre como él debía tener mil y un cosas qué hacer, un hombre como él debía tener incontables mujeres de cuerpos exuberantes que ella no tendría ni volviendo a nacer. Entonces, ¿por qué buscarla a ella?

Iba tan sumergida en esos pensamientos, que no advirtió lo poco concurrida que estaba la calle en ese momento, cosa extraña ya que pese a ser horario nocturno, esa calle solía ser bastante transitada. Cuando cayó en cuenta de ello fue porque ya era muy tarde, un fuerte agarre se cerró sobre uno de sus brazos y tiraron de ella con fuerza. Al principio se le desbocó el corazón alarmado, le llegaron a la mente como efecto inmediato los recuerdos de aquella noche en la que fue atacada un par de años atrás, así que su reacción fue pasar su mirada del temor al coraje en una mirada gélida y penetrante, dispuesta a atacar primero si tenía que hacerlo para defenderse; fiera... Y casi inmediatamente a una de absoluta sorpresa al reconocerlo. Sintió un fuerte cosquilleo en todo el cuerpo: Aleksandr. Era Aleksandr.

―¿Qué haces aquí? ―balbuceó, totalmente anonadada, no tenía ni diez minutos de haber enviado ese mensaje. Quizá se encontraba cerca y esa era la razón de haber dicho que pasaría a buscarla. De otro modo, tendría que haber salido disparado desde donde quiera que se encontrara solo para alcanzarla. Y eso era una locura, ¿cierto? Él no haría algo así, no por ella. No tenía sentido. No.

—Te dije que pasaría por ti. ¿Tienes hambre? Iremos a cenar.

Aleksandr no parecía tomar en cuenta su empeño por alejarlo, no le dejó responder siquiera si tenía hambre, lo cierto era que no la tenía, solo tenía un brutal antojo por papas fritas, de hecho, antes de salir del hospital siquiera, ya traía la fiel intención de comprar papas fritas de camino a casa. Aunque por supuesto no pensaba decirle eso al varón. Refunfuñó cuando prácticamente la arrastró hasta un lujoso auto, uno que reconoció como el auto que había ido por él aquel día en que separaron caminos sin tener idea alguna de lo que les tenía preparado el destino. No quedándole de otra, se acomodó en el asiento, asegurándose de saludar cordialmente a la persona al volante, dejando ver una pequeña y afable sonrisa de cortesía, esa persona no tenía culpa del trago amargo que Aleksandr le hacía pasar.

Nuevamente fijó su atención en su ‘secuestrador’, ladeó el rostro para mirarlo, intentando no dejarse atrapar por su atractiva imagen. ¿Por qué iba a buscarla para ir a cenar con tanto apuro? ¿Por qué tenía que hacer las cosas difíciles para ella? Él no tenía idea alguna de lo que le costaba estar cerca de él, lo mucho que le costaba resistirse a él. Porque sí, le gustaba verlo, le llenaba el pecho de una cálida sensación el simple hecho de tenerle cerca. Deseaba pasar tiempo a su lado, pero tenía miedo de querer conocerlo más. Era imposible mirarlo y no preguntarse cuál sería su color favorito, qué le gustaba comer, que música escuchaba, a qué le tenía miedo cuando era niño, qué le gustaba hacer, a dónde iba cuando se sentía triste. Cosas que iban desde lo banal hasta lo más íntimo y personal, como piezas de un rompecabezas, y Alessa quería conocer todas esas piezas. Que él le diese puerta abierta para conocer un poco más de él y compartir tiempo juntos realmente solo le complicaba esa lucha interna consigo misma para mantenerse alejada de él. ¿A qué se debía tanto interés en el bratva? No lo sabía, no lo sabía pero no era algo fácil de controlar. No se lo admitiría a sí misma, pero tenerlo ahí junto a ella se sentía lo más lejos del infierno que jamás había estado. Aunque estuvieran enredados en un sepulcral silencio.

Si los sentimientos tuviesen consecuencias físicas, la incomodidad entre ambos ya los habría partido en dos. Alessa permanecía callada, abrazándose a sí misma en el asiento junto a Aleksandr, miraba por la ventana del costado contrario a él como si por arte de magia algo extraordinario fuese a ocurrir. En realidad estaba evitando a toda costa mirarlo, aunque a ratos le era imposible no querer mirar de reojo, eran impulsos difíciles de controlar. Exhaló suavemente, con discreción. Por más que pensaba en ello no le daba para comprender qué ocurría o qué sucedía en la cabeza de Aleksandr, ¿qué pretendía? Era realmente imposible no estar siendo devorada por los nervios en esos momentos, y las cosas empeoraron en el momento en que se dio cuenta que eso era lo más cercano que había estado de tener una cita. ¿Era una cita? ¿Estaban yendo a una cita?

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora