Capítulo 4: ¡Eureka!

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Eithan

Ha terminado la reunión en la que a duras penas me pude concentrar, por estar pensando en la belleza que vi en el hotel. Creo que he quedado obsesionando con ella. Hoy mismo tengo que saber de quién se trata o de lo contrario, terminaré por volverme loco.

Después de concretar todo con Eric y ver que los negocios marchan a la perfección, nos dirigimos en nuestros autos a almorzar, en uno de los mejores restaurantes de todo París. El Le Maurice. Con un menú realmente exquisito para el deleite del paladar. Ya mi amigo había reservado. Como siempre previendo todo, por aquello de que es abogado. Creo que es una manía de la profesión.

En unos minutos llegamos. Nos dirigimos al salón donde nos aborda el hoster, indicándonos nuestra mesa. Nos sentamos para escoger el menú, mientras disfrutamos de un delicioso vino tinto, ya que nos apetece comer carne roja. Necesito estar bien alimentado. Mi estadía en París es bien intensa y esta vez no será diferente. Aún sigo pensando en la diabla de labios rojos que me tiene loco y que no saco de mi mente. Definitivamente, debo saber quien es, y llegar a ella, por ahora, se ha convertido en el propósito de este viaje.

—¿En qué piensas, Eithan? —interroga Eric—. ¿Me dirás lo que te ha tenido distraído todo el día? —Continúa y guardo silencio—. ¡No me dirás que se trata de una mujer!

—Pues fíjate que sí. Se trata de una mujer que me encanta, pero ese no es el problema —llevo la copa del delicioso vino a mis labios y sorbo un trago. Imagino que son los labios que tanto deseo—. El problema ahora mismo es que no sé quién es, y por esa razón no puedo concentrarme en nada.

—¡Hombre, que no se diga! No hay nada imposible para ti —asegura mi amigo—. Con solo pedirlo puedes saber de quién se trata. Sabes perfectamente que puedo mandar a investigarlo por ti.

—No se trata de eso —suspiro—. El maldito problema es que la vi unos breves minutos y no tengo la más mínima información sobre ella. Aunque eso no será por mucho tiempo —aseguro—. Se está hospedando en uno de mis hoteles. De hecho lo hace en el mismo que me estoy quedando.

—¿Entonces cuál es el problema? —Hace un gesto de manos—. Pide la información en la recepción. Eres el dueño del maldito hotel —sugiere.

—Precisamente por eso no la pedí. Hay reglas que cumplir, Eric. Si las violo, después no podré hacer exigencias. ¿No te parece, abogado? —Rueda los ojos.

—Claro hombre. Ya entendí.

Estando en nuestra plática nos trae el pedido una camarera que no me saca la vista de encima, sin embargo, no me apetece. Hoy no puedo pensar en nada más que en la desconocida que me ha tenido todo el día pensando en ella. La mujer acaba por darse cuenta de mi desinterés, y termina coqueteando con mi amigo. Él con gusto aprovecha para dibujarle las tetas, mientras la mujer se inclina a depositar los platos.

Se toma su tiempo intencionalmente, provocando que Eric pase saliva varias veces. Yo sonrío disfrutando de la escena. No sé por qué en un lugar como este hay una camarera tan descarada y ofrecida. Pero también hay que admitir que en estos tiempos eso es algo común. Hasta en los mejores sitios esto sucede.

Después de disfrutar de la comida, la vista y el ambiente que ofrece el lugar, pagamos la cuenta. Ya estamos satisfechos, así que cada cual a lo suyo.

—¿Hoy en la noche iremos a la disco? —pregunta, Eric, ya en la salida.

—¡Claro! —confirmo—. No sé por qué preguntas. Sabes que es lo que siempre hacemos después de la reunión.

—Lo sé, pero como esa mujer te trae loco, pensé que quizás ya no querrías coger con nadie más.

«Qué idea tan absurda».

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora