Capítulo 5: ¿Quién es él?

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Adrianne

Camino despacio, mientras me acerco a donde se encuentra Alexandre y el otro hombre. El mismo que vi cuando iba de salida y que terminó por alborotar mis hormonas. Los dos me observan detenidamente al percatarse de mi entrada, y trago grueso al sentir el peso de sus miradas. No sé por qué, si estoy acostumbrada a tener cientos de miradas sobre mí.

Siento un cosquilleo en mi estómago cuando miro la cara del desconocido que me observa con el ceño fruncido, al tiempo que pasa una de sus manos por su cabeza y se mueve inquieto como si algo le molestara.

¿De dónde rayos se conocen estos dos?

¡Solo a mí me pasan estas cosas!

Por mi mente pasan mil ideas y no entiendo por qué. Mis manos comienzan a sudar y creo que aunque hubiera sido temporada de frío, igual lo harían. No comprendo por qué este maldito demonio me provoca estas cosas, y sí, es un demonio que intenta seducirme para luego arrastrarme al mismísimo infierno.

Voy a pasar de largo cuando Alexandre se acerca a mí, y me aborda:

—Hola mi amor. Hasta que al fin llegas.

Habla y me toma de las manos. Quiero soltarme, porque aún recuerdo el tono en el que me habló, y porque mis manos están sudorosas como si estuviera muriendo de nervios.

¿Y acaso no lo estoy?

¿Qué carajos te pasa, Adrianne?

¡Contrólate!

Miro a un lado y veo al hombre tomando un trago, mientras me observa con cara de quien se lo quiere llevar el diablo.

—Amor, ¿qué tienes? Tus manos están... —no lo dejo terminar y las libero de entre las suyas.

—No tengo nada, Alex. ¿Qué haces aquí? —cuestiono, porque además de ser real mi deseo de querer saber, quiero desviar su atención.

—Me preocupé por ti. Te llamé repetidas veces y nunca respondiste.

—Este no es lugar para hablar. Lo mejor será que hablemos en otro momento —determino, después de mirar la cara con la que me observa el diablo que se encuentra a un lado de nosotros.

—Amor, necesitamos hablar ahora, por favor. Tengo deseos de ti —vacilo antes de darle una respuesta negativa, pero ciertos ojos aún siguen puestos en mí, observándome con mala cara, y termino cediendo. Además de que necesito saber en qué andan estos dos.

—Está bien, Alexandre. Subamos a mi habitación.

Al escucharme me toma de una mano y le hace un gesto de despedida al diablo que observo con el rabillo del ojo, para notar como corresponde de mala gana.

Nos mantenemos en silencio mientras llegamos a la habitación y, una vez dentro y cerrada la puerta, suelto la cartera, las llaves y Alexandre comienza a hablar:

—¿Me dirás dónde estabas? —pregunta y no respondo—. Porque a la agencia también llamé y me informaron que habías terminado desde temprano.

—¿Y esa es razón suficiente para hablarme como lo hiciste? —lo miro interrogante—. Escucha lo que voy a decirte Alexandre, que sea la última vez que armas dramas, porque después de eso no habrá una próxima vez.

Ahora soy yo la dramática. En realidad sé que tiene razón, pero igual lo hago. No voy a permitir que me ande controlando de esa manera posesiva y menos que me ande alzando la voz. Esas escenas no son tolerables para mí. Me enferma ser el centro de tal posesividad.

—Ok, está bien, amor —se rinde, como siempre—. Solo me preocupé. Ya sabes que no puedo estar mucho tiempo sin saber de ti.

Me da una de esas miradas que me hacen temblar el alma y observo como se le oscurecen los ojos. Esos mismos que ahora están desbordando lujuria y deseo.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora