Capítulo 8: La fiesta picante

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Adrianne

—¡Adrianne Laurent! ¿Qué carajos crees que haces?

Aquí está, frente a mí, más imponente que nunca. Mirándome como un toro embravecido, mientras espera una respuesta.

Lo observo sin saber qué decir. Y aunque la luz parpadea, puedo notar cómo la mirada se le oscurece. Por el rabillo del ojo puedo ver que otro hombre saca a empujones al chico que hace un momento bailaba conmigo.

Y la gente sigue bailando como si nada.

—¿Qué carajos crees que haces, Adrianne? ¡Te hice una pregunta!

Sigue cuestionando y me doy una cachetada mental que me hace salir de mis pensamientos.

—¿Qué demonios crees que haces tú? ¿Con qué derecho lo haces? ¿Quién te dio la potestad de golpear a mi acompañante?

Casi me muerdo las uñas del coraje, al ver su atrevimiento. Estoy esperando su respuesta, pero no habla. Voy a darle la espalda, cuando siento que me toma del brazo, con fuerza, y me detiene.

Esto no se lo voy a permitir. Él no es mi pareja.

«¡Pero bien que lo deseas!».

¡Cállate!

Silencio a mi conciencia y con el mismo impulso, saco mi mano desde atrás y la estampo en su rostro.

«¡Dios mío! ¿Qué hice?».

Se lamenta mi parte racional. La metiche, como siempre que hay peligro, se esconde.

Trago grueso al darme cuenta de lo que he hecho, pero no le doy importancia, lo hecho, hecho está. Y él no debió tomarse estas atribuciones.

¿Cuándo diablos le di esa confianza a un tipo que ni siquiera conozco? Que nos hayamos visto y hayamos intercambiado palabras, no le da el derecho de comportarse como si fuera mi novio.

Miro su rostro y ni siquiera ha llevado su mano donde di el golpe. A pesar de no tener ojos negros, su mirada se ha vuelto oscura y estoy empezando a temer. Temo por su reacción, pero no le voy a dar el gusto de que lo perciba.

Así estamos, uno frente al otro, cuando sin esperármelo, nuevamente me agarra del brazo y me arrastra, no sé a donde. Intento soltarme. Me sacudo una y otra vez, mientras miro a ver si veo a mis amigos, pero ni rastro. Y tampoco veo al hombre que andaba con él.

«¡Mierda! ¡Mierda y más mierda! ¿Por qué tuve que pegarle a este hombre?».

Es lo único que pienso. Mi parte obscena ha despertado.

Y mientras tanto, el atrevido continúa arrastrándome. Me está llevando al baño de mujeres y es inútil ofrecer resistencia, así que me dejo llevar para no llamar más la atención. De forma inútil, ya he pataleado bastante.

Voy pidiendo a todos los dioses, ángeles y arcángeles para que haya personas allí.

Llegamos, abre la puerta y... ¡Dios mío! Ninguno escuchó mis ruegos. Estoy por pensar que el bullicio que hay en este lugar no los dejó escuchar.

Nótese mi sarcasmo.

Una vez dentro, me suelta. Coloca el cerrojo y se gira, acorralándome contra la pared. Coloca sus fuertes brazos a cada lado de mi cabeza y, se pega a mí, hasta que puedo respirar su aliento.

—Escucha lo que voy a decirte, linda —sus ojos penetran los míos—. Eso que hiciste hace un momento... ¡Nunca, pero nunca más lo vuelvas a hacer!

Paso saliva al escuchar su voz ronca e imponente, y mis piernas comienzan a ceder. Siento mi corazón galopar como un potrillo desbocado. Mis manos sudan, pero no dejo de mirarlo ni un solo instante a los ojos. No le voy a demostrar ni un atisbo de flaqueza.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora