Capítulo 36: Escarmiento

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Eithan

Estoy en el salón con Pierre. Desde donde estamos, el ruido de la música no es mucho. Se puede hablar sin tener que gritar. El desgraciado tiene la mirada perdida y, por lo visto, en estos momentos no es él.

Mi hermano viene a nuestro encuentro y se sienta. Ya no corre el riesgo de ser reconocido.

—Por lo que puedo ver el hombre ya está listo. No lo dilatemos más. Que comience la diversión —habla con una sonrisa ladina, mientras mira detenidamente a Pierre.

—¿Y tú quién eres? —pregunta mirando en su dirección, ya que ha colocado la silla casi frente a él, y de espaldas al balcón.

—¿Yo? Mmm, soy tu peor pesadilla.

—No le hagas caso, Pierre. A él le encanta bromear —le lanzo una mirada de reproche a Nathan, por lo que acaba de hacer. Si tan solo pudiera dejar de ser tan sincero, por lo menos cuando es conveniente, ¡pero no! Todo lo que sale por su boca es una certeza—. Es un amigo que vine a hacernos compañía y a platicar —añado.

—¿Y tú eres? —pregunta mi hermano, con cierto tono de ironía.

—Pierre, me llamo Pierre Martin.

Lo escucho responder como si nada pasara y me acribillan los deseos de apretar su cuello, hasta dejarlo sin aliento.

Trato de controlarme para no perder los estribos antes de tiempo, y le cedo la tarea a Nathan.

—¿Eres de París o vienes por visita? —Es mi hermano quien cuestiona—. A juzgar por el club al que has venido eres un hombre de dinero. ¿Me equivoco?

Ya sé por dónde viene. Está intentando despertar su ego. Si presume de su dinero y es un ególatra, se va a vanagloriar de haber hecho ciertas cosas.

—No, no soy de aquí. Soy de Lyon, pero en algo tienes razón —en su rostro se dibuja una sonrisa ladina que en este momento quisiera poder borrar—. Tengo mucho dinero.

—Mmm —Nathan muestra la misma sonrisa—, entonces tienes que ser de una familia importante, pero los Martin no me suenan —este hermano mío se le escapó al diablo—. ¿Y tú, los conoces?

Se dirige a mí, pero nadie aquí mencionará nombres por si las moscas. Aunque ya Orson haya dicho que esa droga borra su memoria.

—No, ni idea —lo secundo, pero ambos sabemos que sí, que es una de las familias de alta sociedad más importantes de Francia—. Nunca los he oído mencionar —añado.

Nathan hace una mueca de desdén mientras lo mira y, como era de esperar, el sujeto continúa:

—Pues mi familia es muy importante y somos reconocidos en toda Francia.

—Bueno, será que los desconocidos somos nosotros y al no tener tanto poder como tú, entonces nunca nos cruzamos —prosigue, Nathan.

—Puede ser eso.

El hombre habla coherentemente. Solo tiene la mirada perdida. Para este entonces, comienzo a dudar de los efectos de la droga. Nathan parece adivinar mis pensamientos por la expresión de mi rostro, y me habla:

—Lo que estás pensando no es. Confía, que la conozco perfectamente —me hace un guiño—. Es una buena chica y hará maravillas con él.

Me habla de esa manera, pero obviamente se está refiriendo a la droga. No sé cómo es que la conoce tan bien, pero después tendrá que explicarme eso con lujo de detalle.

Jamás hemos tenido que ver absolutamente nada con este mundo. Es que ni siquiera sé cómo es que conoce e hizo amistad con el dueño de este lugar. Nathan es de pocas amistades.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora