Capítulo 34: Respeto para la mujer de un amigo

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Eithan

—Nathan, te voy a mandar mi ubicación para que vengas a traerme una camisa.

—¿Y eso por qué? ¿Ahora qué fue lo que te pasó? Si mal no recuerdo saliste de aquí perfectamente vestido.

—Esa pregunta estaría buena para ti, no para mí. No ha pasado nada. Estoy en el apartamento de mi linda, así que no hagas preguntas y trae lo que te pedí.

Lo escucho bufar al otro lado de la línea hasta que responde:

—No tienes que decirlo, ya está dicho. Me alegra que hayas tenido una sesión intensa con tu linda, pero a juzgar por lo que pides, creo que ya va siendo hora de que le cambiemos el nombre, ¿no? En vez de linda lo mejor sería que le llames gatita.

—Nathan, deja ya las pendejadas — Suelta una carcajada que me silencia y solo suspiro, tomando calma, para no decirle un disparate—. Eso de gatita te lo dejo a ti.

—Tranquilo, hombre. ¿Acaso no se puede bromear contigo?

—Por supuesto que sí, pero contigo no se sabe cuando es broma y cuando no. Eres indescifrable, Nathan.

—Ese soy yo y así me aman —su ego siempre ha estado en modo alfa. Aunque yo no me quedo detrás—. Mándame tu ubicación que voy saliendo para allá. Por culpa de tu calentura se nos está haciendo tarde.

No digo nada y cierro la llamada. Él, menos que nadie, puede hablar sobre eso. Sus calenturas son constantes y, ni estando en la empresa, deja quieta a la pobre Vanesa. Es más, desde aquí, y a pesar de tenerla bajo castigo, deben tener sus sesiones intensas de sexo.

Conozco perfectamente al demonio que tengo de hermano.

Le envío la ubicación y el número de apartamento para que llegue sin problemas. Dejo el móvil a un lado y paso una de mis manos por el cabello desordenado de mi princesa.

Estamos descansando, sobre la cama, y ella se encuentra a horcajadas sobre mí, reposando sobre mi pecho.

Ambos estamos en silencio y amo tenerla aquí. Es lo más tierno que he hecho jamás. Está feliz y yo también lo soy, viéndola así. Su alegría también es la mía.

Después de confesarle lo que siento por ella, sentí un gran alivio en mi pecho. La amo. Amo a mi linda con letras mayúsculas y no podía callarlo más, o de lo contrario iba a explotar.

Jamás pensé que podría llegar a amar a alguien de esa manera, y hasta me burlaba de las personas que confesaban sentir ese sentimiento. Solo ahora que lo siento, soy capaz de entender que cuando amas lo entregas todo, sin pedir nada a cambio.

Y es exactamente lo que está pasando conmigo. Sé perfectamente que ella no me ama como yo quisiera, y solo de pensarlo mi alma arde en llamas, pero estoy seguro de poder conseguir que lo haga.

Me llamo Eithan Scott y, por eso mismo, me atrevo a decir que Adrianne Laurent me va a amar con igual intensidad que lo hago yo.

No diré que más, porque si hay algo que he aprendido es que no se ama más o menos, simplemente se ama y ya está. Con ese sentimiento no se entrega el cuerpo sino el alma.

Salgo de mis pensamientos cuando la veo levantar su cabecita y busca mis ojos.

—¿En qué piensas, amor?

—Pensaba en lo mucho que te amo, mi linda. En lo importante que eres para mí.

La escucho exhalar un suspiro y vuelve a dejar la cabeza sobre mi pecho. Por mi parte, solo me limito a dejar caricias en su cabello y entiendo que no pueda decirme lo mismo, pero me conformo con saber que un día no muy lejano lo hará.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora