Capítulo 33: Te amo

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Adrianne

—¿Qué les parece si hoy nos vamos de party? Merecemos celebrar todo lo que hemos conseguido y una noche en la disco nos vendría muy bien —es Camile quien habla.

—Lo siento, pero no cuenten conmigo. Estoy exhausta y, lo único que deseo es ver a mi diablo y descansar.

Mi amiga y yo vamos en la parte trasera del taxi en el que también viene Remi, pero la mariposa está en el puesto del copiloto, así que se tuerce en el asiento hasta casi quedar de frente a nosotras, para poder participar de la conversación.

El taxista mira con insistencia a través del espejo retrovisor interno. Seguramente se está preguntando: ¿de dónde habrá salido esta partida de locos?

—¡Ayyy!, últimamente estás muy aburrida. ¿Será que tu relación con ese diablo te cambió?

Es mi amigo quien mete la cuchareta, como siempre y, para hacerlo, suelta un chillido que me hace llamarle la atención, pues el hombre que conduce, lo mira y niega varias veces.

—Remi, tú ni hables. Lo único que has hecho ha sido mover las manos y la lengua, como siempre, mientras nosotras, además de eso, hemos tenido que mover los pies, el trasero y todo lo demás.

El hombre vuelve a mirar por el retrovisor y sigue negando, pero esta vez sonríe.

—Llevo una semana fuera, sin ver a mi novio, y ahora que llego, lo más lógico es que quiera estar en su compañía. Además, si le digo que me voy fuera, en la noche, es capaz de esposarme a la cama.

—¡Mmm! Esposarte a la cama y hacerte cositas deliciosas —vuelve a hablar mientras hace ojitos, y mueve repetidamente las cejas.

Todos reímos al ver su cara y hasta el taxista suelta una carcajada.

—Discúlpenos, señor —nos excusa, como si también nosotras tuviéramos culpa—. Es que venimos un poco eufóricos. Como pago por las molestias, le dejaremos una buena propina.

—Remi, aquí el eufórico eres tú. Eres el único que padece de ese mal, constantemente —me da una mirada de esas que dicen “púdrete”, en tanto el hombre guarda silencio y solo se limita a conducir.

—Bueno, está bien, pero quedas advertida. Nosotros sí iremos. Ya mis pies están picando.

—¿Salir hoy no te lo perderías, verdad? —cuestiono, mientras miro a Camile—. No crean que no me di cuenta de las llamadas que te hizo Eric Richard cuando estábamos en Italia. Se lo han estado guardando, pero igual me di cuenta.

Hacen un rápido cruce de miradas, entre los dos, y mi amiga habla:

—Adrianne, no te estoy ocultando nada. Es cierto que me llamó un par de veces, pero solo eso.

—Tú sabrás, Camile. Según tú solo fue una simple conversación, pero resulta que hasta tu número ya tiene —enarco una ceja—. Lo único que me resta por decir sobre el tema, es que aquí estará mi hombro amigo para consolarte cuando te rompa el corazón.

—Tranquila mujer, que eso no sucederá. Le di mi número cuando estuvo en el apartamento, pero eso no significa nada. Mi corazón es fuerte, así que no nos preocupemos antes de tiempo, ¿vale?

—Ok, si tú lo dices.

El hecho de que le haya dado su número y no lo mencionara cuando hablamos sobre eso, significa que algo se traen entre manos. Pero no le digo nada. Ella es mayor de edad y sabe lo que hace.

Después de un rato, llegamos al edificio y, después de pagarle al taxista, entramos con nuestras cosas.

No es mucho el equipaje. Cuando vamos a un evento de estos solo llevamos lo necesario, ya que vamos a desfilar y la agencia lo pone todo. Solo salimos si hay alguna invitación, pero nada de trasnochar.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora