Capítulo 28: El desquite

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Eithan

El impacto del golpe lo hace retroceder. Estoy convaleciente, pero aun así tengo pegada y realmente le di con ganas.

Automáticamente, lleva una de sus manos al lugar del golpe, y en cuestión de segundos, intenta abalanzarse sobre mí. Pero nuestro amigo es más rápido que él y lo traba por detrás, aplicando una llave que logra inmovilizarlo.

Aún recuerda nuestras prácticas sobre defensa personal y me alegra saberlo.

—¡Suéltame, Eric! ¡Déjame romperle la madre a este hijo de puta! —brama, mientras intenta soltarse del agarre.

—Si no te calmas, no lo haré. De ti depende hasta cuándo estaremos así, porque lo que soy yo no tengo prisa —responde mi amigo.

—¿Hijo de puta? —cuestiono, mientras sonrío irónico—. Si Greta te escucha, te ganas uno mejor que el que te acabo de dar. ¿Ya olvidaste que también es tu madre?

Sigo de pie frente a ellos. Se mantienen en la entrada de la puerta, en la misma posición, mientras Nathan se sigue sacudiendo bruscamente, tratando de zafarse del agarre que lo mantiene prisionero.

Su rostro es el del mismísimo demonio, pero no me toma por sorpresa. Es lo mismo de siempre, cada vez que se enfurece.

Son veinticinco años lidiando con lo mismo.

—Suéltalo, Eric. Este marica no hará nada.

Sigo con mis provocaciones, porque sé perfectamente que estando como estoy, nada hará. No pasará más que de un cabreo intenso como los que suele tener. Aunque corro el riesgo de que luego haya desquite. Con este, nunca se sabe.

—Eithan, por favor, deja de ser inmaduro. No está bien que sigas provocando a tu hermano, ¡carajo! —Me regaña, Eric.

—¡Que lo sueltes te digo! Deja que intente partirle la madre a su hermano. Al mismo que siempre estuvo ahí y que lo dio todo por él. El único que tiene y al que ama más que a su vida.

Un poco de drama en estos momentos no está mal. Sobre todo, porque como estoy, no me conviene recibir un golpe.

Aunque lo que digo no es mentira y él lo sabe.

—Lo que te hice te lo merecías, por cabrón. Por acusar a mi mujer injustamente y juzgarla sin conocer nada de ella. ¿Acaso conoces su historia? ¿Conoces su vida? ¿Sabes el tipo de mujer que es?

Cuestiono frente a él, mirándolo a los ojos, y veo como su rabia comienza a menguar. Ya no forcejea. Se queda quieto. Su cara aún expresa molestia, pero ya no lucha contra el agarre de Eric.

—Suéltame, Eric. No te lo pediré con amabilidad nuevamente.

—Suéltalo, deja que haga lo que tenga que hacer.

—Bien, si van a armar un desmadre ahora, procuren que sea grande, porque yo también me voy a unir a la fiesta —es Eric quien habla y, cuando termina de hacerlo, lo suelta.

En cuanto lo hace, como era de esperar, se viene contra mí, pero no me golpea. Me toma con una de sus manos por el cuello y aprieta fuerte, mientras me mira fijamente a los ojos.

Sé que está ardiendo de rabia, y la expresión de su cara, junto al color que tiene, me lo demuestra. Veo cómo tensa la mandíbula y aprieta los dientes. Sus fosas nasales permanecen abiertas como las de un toro embravecido.

Eric se posiciona a nuestro lado al ver que mi hermano no me suelta.

—Nathan, ya suéltalo. Es tu hermano, ¡carajo! No se trata de cualquiera.

Aquellos labios rojos [Libro 1 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora