Dos

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Se remueve ansiosamente bajo la mirada fija en ella, las miradas en realidad. Toma otro bocado de su plato intentado ignorar la fuerza de esos ojos sobre su persona, come tan lento como puede, sin querer acelerar el paso, porque está acostumbrada a no tener mucho tiempo para disfrutar de las cosas. Ni de una comida decente. Sam a su lado ya va por su segunda porción y se pregunta si Eliza las verá de igual forma a como ella se ve a sí misma. Ojalá no. Porque sí son dos adolescentes con hambre y sin hogar, pero decirlo en voz alta es diferente a asumirlo en silencio. Lo único que suelen recibir es lástima u odio; no sabe cuál es peor.

Lena suspira como si estuviese impaciente por acelerar el proceso. Kara inconscientemente y harta de sentir el odio en sus ojos verdesse obliga a comer más rápido. La chica de cabello negro la intimida, no tiene sentido negarlo. En este momento está apoyada contra la pared, en lo que parece ser la esquina más alejada de la mesa en la cual ellas están sentadas. Es una declaración de distancias, pueden estar en el mismo lugar pero ni de chiste están juntas. No comparte su espacio, es egoísta al respecto, su pose lo deja claro, no es gentil ni invitadora. En cambio es ruda y tosca. Kara aún en su inexperiencia es capaz de leerla: se trata simplemente de una chica enojada y no tiene ninguna intención de apartar la vista. Es desagradable.

—Bien Kara sin apellido, ¿cuánto llevas allá afuera? —escupe, aunque la rubia todavía no ha acabado. Ella se encoge de hombros.

—Desde siempre —responde, frotando el tenedor con el pulgar. Sam abandona su plato para enfrentarse en un reñido duelo de miradas con Lena, no le gusta el tono con el cual se dirige a su amiga. Debería ser más amable. Aunque hace tiempo dejó de esperar cosas de los demás. Eliza levanta la vista del plato húmedo entre sus manos para fruncirle el ceño.

—¿Cómo sobreviviste? —pregunta. Kara suspira.

—No lo sé, tuve suerte.

—La suerte no existe —alega Lena. —¿Cómo lo hiciste? —otra mirada por parte de la castaña que decide ignorar.

—No lo recuerdo con exactitud —admite. —Sólo estaba corriendo todo el tiempo, luego escondiéndome, a veces escabulléndome en lugares para comer —encogimiento de hombros, —Ese tipo de cosas.

La dueña de la mirada de desprecio más grande del mundo bufa, porque es incapaz de suspirar. —¿Nunca tuviste padres? ¿Ni siquiera de los malos? —Kara se tensa.

—Suficiente —interviene Sam. —Creí que no estábamos jugando al policía bueno y al policía malo.

—No estoy hablando contigo —devuelve Lena.

—Lena —advierte Eliza.

—Pues ahora tampoco estás hablando con Kara —responde Sam. Lena gira la cabeza por quizás primera vez en todo ese rato y la fija en Eliza.

—Son completamente inútiles —declara, luego se da media vuelta sobre sus botas desgastadas y se marcha.

—Wow, guarda tus comentarios mordaces para cuando no esté mamá en la habitación, además ¿no recuerdas tu propia inutilidad cuando recién llegaste aquí? —interviene Alex, sujetándole los hombros antes de dejarla salir. El cabello mojado lo tiene echado hacia atrás y viste ropa holgada como pijama. —Una pequeña Lena de 11 años con su magia incendiaria y su temperamento terrible, bueno, no mucho ha cambiado... —comenta antes de recibir un puñetazo en el estómago.

Oh, Alex, cállate o verás mi maldita magia incendiaria en tu querida, querida chaqueta militar —amenaza. A Kara le gustaría escabullirse en ese momento, es buena haciéndolo, pero lamentablemente no conoce ese lugar y le quedan demasiadas preguntas por hacer. Esa cantidad es incluso injusta, ella siempre está haciéndose preguntas, es como existe. Sin saber mucho de nada.

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