Siete

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Los ojos le arden por tenerlos abiertos tanto tiempo, pestañea sin poder evitarlo más, pierde la concentración. Espera un reclamo aunque éste nunca llega, vuelve a enfocar la vista en la pelota de esponja sobre el escritorio; la acribilla con sus ojos azules centelleantes y casi furiosos. Está a un parpadeo de perder la paciencia, lleva dos horas con esa tarea, la cual no entiende del todo y quizás por eso tampoco puede completar. Ella cree que no puede hacerlo simplemente porque no tiene esas habilidades. No puede, eso es todo. Cierra los ojos con fuerza y suelta el aire, la pelota se queda en su lugar. Siente una mano apoyarse en su hombro con gentileza en un gesto obviamente conciliador.

—Sólo un poco más, Kara, tú puedes hacerlo —la voz de Jeremiah se estrella en su mente como un rompeolas. —Concéntrate.

—No puedo.

—Vamos, una vez más —se odia a menudo, pero esta vez mucho más. ¿Por qué decidió presentarse ante la puerta de la oficina y pedir ayuda con sus "poderes"?

—No —aprieta la mandíbula en un signo de cuando está a punto de explotar y no lo hace a menudo. Desearía tener a Sam ahí. No consideró bien el significado de tener sesiones de entrenamiento con Jeremiah y por lo tanto sin Sam, llevaba lejos de ella más de dos horas: infernal.

—Quizás si dejas de enfocarte en las demás presencias —bien, ese hombre sabe leerle la mente. Tampoco es muy difícil si debe admitirlo, tres cuartas partes de sus pensamientos son sobre Sam, el otro cuarto... bueno, al otro cuarto intenta no prestarle atención.

—¿Quiere decir dejar de sentir a Sam? —si planea esconder cuán ofensiva le resulta esa propuesta no lo logra.

—No debes hablarme de usted —rechaza Jeremiah, paseándose tranquilamente por la oficina. —Y sí.

—¡Eso es imposible!

—Casi nada es imposible, Kara —le dirige esa mirada tan parecida a la de Alex. —¿Qué harás cuando Sam no esté cerca?

—Sam siempre está cerca.

—¿Y cuándo no lo esté? —Kara no imagina ese escenario, ni siquiera entiende por qué debería. Lo único constante en su vida desde los once años ha sido Sam, Sam y su enojo, Sam y su cabello castaño, Sam y sus cómics, Sam y su piel morena. Sam, Sam, Sam. Eso es todo para Kara, es su vida entera por una simple razón: ella es inamovible.

Lo decidió la madrugada después de la que recuerda como la mejor Navidad de su vida. Era tarde, no sabe discernir si en aquel momento lo pensó con claridad, pero sí sabe lo que cambió después. Sam se había esmerado ese invierno por decorar al menos su habitación, en el piso de abajo se escuchaban pasos inconstantes y retazos de conversaciones. Su castaña amiga descansaba sobre la alfombra con los parpados cerrándosele por el cansancio, aún así se mantenía despierta porque Kara quería ver el amanecer. Recuerda tumbarse a su lado con el único objetivo de acurrucarse contra su calor corporal. Sam le besó la frente después de advertirle no quedarse dormida. Cuando abrió los ojos de nuevo ya era mediodía, se encontraba entre los mismos brazos y unos bien conocidos ojos castaños le dieron los buenos días. Entonces lo supo, sólo se hizo presente: Sam nunca se iría de su lado. Haría cualquier cosa para evitarlo.

—En ocasiones, Kara, deberás apartarte de Sam, a pesar de cuánto odies hacerlo, sé cuánto quieres correr en su búsqueda ahora mismo, pero, ella está bien, ¿no? —esa voz vuelve a estrellarse contra su cabeza, asiente en respuesta. Siente la presencia de Sam cerca, pero no lo suficiente. —Inténtalo de nuevo, esta vez deja a Sam fuera de tu mente, ¿bien?

No sabe cómo hacer eso. Su rostro le da toda la información que necesita a Jeremiah.

—¿A quién más sientes en esta casa? Búscalos.

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