Zumba, todo en su interior lo hace. Su respiración es pesada, el pecho se le estruja por el esfuerzo, los dedos tensos para mantener el control le duelen, agarrotados y temblorosos. Sus cejas se inclinan juntándose en el centro, le arden los ojos gracias a su falta de pestañeo. Su brazo libre navega por el espacio alrededor suyo acompañando el resto de su composición. No es suficiente, todavía no lo es. Necesita más, no es tan fuerte aún y debería serlo. Es lo único que debe hacer: mejorar. Gira la muñeca, elevando su brazo, necesita más. Deja salir el aire entre los labios y a la vez cierra los ojos. El zumbido se intensifica, maldición. Sólo uno más. Cuando abre los ojos le dan ganas de gritar, el último balde de agua se eleva en el aire, balanceándose sólo un poco. La mayoría de su contenido sigue intacto.
Kara endereza la postura, está agotada. Y aun así decide mantenerlos en el aire tanto tiempo como le sea posible —más si se puede—. La dueña de unos ojos verdes bien conocidos tiene otra idea.
—Kara, entra a la casa, si sigues asoleándote de esa forma te vas a insolar antes de llegar a verano.
—Lena, ahora no es un buen momento.
—Llevas ahí como trescientas horas.
—Sólo desde las seis de la mañana.
—Son las nueve —Lena camina hasta su lugar en medio del jardín. —A desayunar, cachorro.
—Un poco más.
—Sostienes ocho baldes de agua, son suficientes —la hechicera le recorre la espalda con la mano, paseándose por sus músculos tensos. —Te duele la cabeza, detente.
—No...
—Kara —esa advertencia en la voz no le pasa desapercibida a nadie. —Tenemos un vínculo, ¿lo olvidas? Si sigues por cinco minutos más despertarás a Alex con tu aturdimiento mental —se traslada de atrás hacia adelante, enfrentándose al azul profundo de los ojos ajenos. Su mano se desliza desde la espalda hacia la cintura. —Basta.
Los músculos de Kara por fin se relajan, guiando tan cuidadosamente como pueden los baldes a su lugar en el suelo. Las gotas de agua suspendidas en el aire caen devuelta en su sitio.
—El agua es demasiado voluble, aún no la manejo bien —tiene la cabeza en otro lugar, específicamente en otro asunto. El mismo de los últimos cuatro meses: entrenar.
—Bueno, yo tampoco y tengo mucha más experiencia que tú, telépata principiante —Lena le peina los rizos rubios de la frente. —¿Quieres tranquilizarte un instante? Estás matándome —entonces la ve volver. Kara eleva las manos hasta su rostro, acariciándole las mejillas.
—Perdón, rayos, lo siento —sus azules ojos la miran con disculpa. —¿Estás bien?
—¿Y tú? Hoy hubo particularmente mucho agobio —la mirada de Lena vaga sobre sus brazos descubiertos. Las camisetas sin manga son su sentencia de muerte. Cuando Alex decidió que debían tomar clases de defensa personal y artes marciales no pensó en la sanidad de Lena al ver cómo Kara pasaba a ser esa chica de músculos y golpes acertados. Además, como si no tuviera ya suficiente con sus brazos tonificados, la telépata también se había estirado. Era una combinación letal.
—Levanté el último balde —dice en un intento de justificar su intenso dolor de cabeza.
—Estás forzándote, Kara.
—¿No estás orgullosa de tu novia que levanta ocho baldes de agua al mismo tiempo con su mente? —ha ido perfeccionando su sonrisa arrogante, pero Lena es mejor en eso.
—Siempre estoy orgullosa de ti, tonta —cambia su postura para rodearle el cuello, al instante Kara le toma la cintura. —Y no te recuerdo pidiéndome eso de ser tu novia —la rubia muestra su mejor cara indignada. —Además deja de cambiar el tema, necesitas relajarte con el entrenamiento.

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Un lugar seguro
Fiksi PenggemarA menudo la vida es una sucesión de eventos imprevisibles y desagradables. Lena odia los imprevistos, Kara en cambio, se convierte en su definición de imprevisto, llenándole la vida de momentos a lo cuales jamás habría imaginado acceder. Durante su...