Dieciséis

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La luz de la mañana se cuela por las brechas de la cortina, alumbrando a partes el cuarto, ya tiene los ojos abiertos, pero la pereza le impide levantarse de una buena vez. Sam se gira para rodearle la cintura, Kara decide en ese momento erguirse en una reacción totalmente inconsciente. O eso cree. Ante el movimiento repentino ella también abre los ojos, unos ojos bien conocidos la observan con confusión. La telépata intenta sonreírle, luego se quita las cobijas de encima y sin decir palabra se marcha en dirección al baño. Sam sigue su camino con la mirada, extrañada y amodorrada.

Entra a la cocina justo cuando Eliza y Jeremiah vuelven de hacer las compras. Lena por ser quien despierta primero ya está ahí ayudando a acomodar en los gabinetes, Kara por no saber qué más hacer y aún pensando en cómo se apartó de Sam hace cinco minutos decide ayudarle. Recibe una sonrisa como saludo. Aún le asombra tener ese contacto tan directo con Lena, quizás sea algo imposible de superar.

—Hola —se aclara la garganta al escucharse a sí misma. —Creí que la comida llegaba mágicamente a la alacena, ¿sabes?

—Bueno eso sería mucho más sencillo —Lena le tiende dos frascos de salsa de tomate, Kara sabe exactamente dónde acomodarlos. —¿Qué haces despierta tan pronto? —la rubia se encoge de hombros.

—El sol me despertó —avanza hasta otra bolsa de compra de donde obtiene la cosa más maravillosa que haya visto jamás. —Lena —la sorpresa en su voz alerta a la hechicera, quien se gira enseguida, —¿Qué es esto?

—Eso claramente es un pastel de chocolate, Kara.

—Imposible.

—Te lo juro.

—¿Quién cumple años?

—Ojalá nadie lo haga porque no compré un regalo —le sonríe sin poder evitarlo, la telépata en serio está impresionada por sostener un pastel en sus manos. —¿Quieres cerrar la boca? —Kara le frunce el ceño, apoyando la caja sobre la encimera de la cocina.

—Nunca he probado el pastel de chocolate —Lena vuelve a girarse, incapaz de registrar las palabras ajenas. —Una vez pasamos por una pastelería, olía como el mejor lugar del mundo.

—Retrocede un momento —Kara levanta sus ojos de cachorro, brillantes en emoción. —¿Nunca has comido pastel?

—Viví en un orfanato, lo más cercano a postre era una extraña gelatina verde —hace cara de asco al recordarla, —Y nuestro presupuesto para golosinas nunca fue demasiado alto, comprar un pastel estaba fuera de nuestro alcance —se encoge de hombros de nuevo, abandonando finalmente su posición para seguir con su tarea. Vacía una bolsa llena de manzanas en el frutero bajo la atenta mirada de Lena, quien —una vez más— se ve absolutamente inmersa en la chica rubia.

Sin pensarlo dos veces obtiene un cuchillo del cajón y un plato del gabinete; abre la caja del pastel para rebanarlo desastrosamente disparejo.

—¿Qué haces? —Kara cree fervientemente que los pasteles sólo se comen en ocasiones muy especiales, donde todos obtienen una porción y la disfrutan todo lo posible. No como en ese preciso instante, donde Lena sirve una —enorme— rebanada en un plato empujándolo hacia ella. —¿Qué?

—Todo tuyo.

—No puedo comer una rebanada sólo porque sí.

—Claro que puedes —Lena le frunce el ceño, rodeando la encimera para llegar a su lugar, vuelve a ofrecerle el plato.

—No...

—Abre la boca.

—Lena no... —vaya por Dios esa cosa es deliciosa, el glaseado se deshace en su lengua cuando Lena mete la cuchara en su boca sin preguntar siquiera. Está alucinando, ¿cómo puede algo saber tan bien? Traga el bocado y vuelve a abrir la boca, como si no tuviera manos. Lena se ríe por la combinación de sucesos, como la cara de adoración máxima que presenta la rubia en ese momento o el hecho mismo de no tomar la cuchara y comer por su cuenta. Tampoco se queja, le da otra cucharada. —Es asombroso.

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