Era un día soleado y con una brisa primaveral cuando llegué al orfanato por pedido de mi tía, quien ya no soportaba que su marido siguiera visitando mi habitación cuando ella era su mujer y merecedora de su atención. Tenía cuatro años y, aunque mi memoria a veces me engañaba, estaba segura de haber pisado el lugar de la mano de esa señora de ojos cansados, moño bajo y manos ásperas.
Probablemente el escenario que pintaba mi mente era más fantástico que real, sin embargo, no quería perder la ensoñación de criatura pequeña que imaginaba un cielo celeste cuando en verdad solo había un gris más desolado que triste. ¿Dónde estaría lo divertido en imaginar que ni siquiera el cielo se apiadaba de quien iba a ser dejada a la suerte del mundo?
Me despedí con mirada fuerte y sin apartar los ojos de quien seguramente solo deseaba verme lo más lejos posible. Mi sonrisa era sincera y casi angelical, no había mala intención ni rencor ni miedo, solo ojos de ciervo viendo a quien me había mantenido bajo su techo por cuatro largos años. Años... No tenía idea de lo que significaba esa palabra, para mí cuatro años era toda mi vida, pero... ¿Qué era vida?
No esperé a que una respuesta llegara a mi mente y solo seguí al señor que nos había recibido. Era alto y sus ojos también tenían una semejanza a los ojos de ciervo que tanto me decían tener. ¿Qué era un ciervo? Una vez en un libro de imágenes lo busqué y solo vi un animal de largas patas y cuerpo frágil pero majestuoso. ¡Yo no me parecía en nada a eso! Pero era divertido decir que una persona se parecía a un animal, incluso por nada que se pareciera. Él era un ciervo y yo también. Punto.
Cuando me di cuenta el hombre se había ido y me había dejado en un patio de recreo lleno de niños. Observé por largo rato para ver si había otro ciervo al igual que el señor y yo, pero fue un fiasco total. Simplemente había un montón de cachorros y uno que otro gato. Al parecer era la única que parecía uno y secretamente me puse feliz por ser tan especial en ese lugar. En casa de mi tía me hubiesen dicho que me quedara sentada en un rincón sin molestar, pero ahí me dejaron en libertad para hacer lo que quisiera.
Así que caminé. Caminé varios pasos hasta que me detuve en medio de todos.
—¡Soy Yang Sunbin. Seamos todos amigos!
No pasaron ni dos segundos cuando todos se giraron en mi dirección. Nunca había tenido tanta atención... Y se sintió raro que tantos ojos me observaran, pero en el fondo una sensación de gozo se iba expandiendo por mi pequeño ser.
—Hola —un niño mucho más alto que yo se me acercó—. Aquí no ocupamos apellidos, Sunbin —asentí ante su sonrisa—. Me puedes llamar...
No alcanzó a terminar porque luego todos los niños me rodearon y comenzaron a hacer miles de preguntas que con gusto respondí. A veces dije una que otra mentira blanca, pero de seguro nadie sabría que en realidad no venía de España o que mi comida favorita era el nombre de un platillo extravagante que acababa de inventar. Me sentí famosa por un instante, aunque todo acabó cuando el señor ciervo apareció con unas telas blancas entre sus manos.
Cuando sus ojos se toparon con los míos, pensé que me reprendería por haberme movido del lugar en el que me había dejado, contrario a mis pensamientos, solo me sonrió y me pidió que le siguiera.
—Vamos a cambiar esa ropa que no te hace resaltar, ¿está bien?
Para mí fue como ver un ángel caído. Quería brillar y esas prendas llamaban la atención con todo su resplandor. Nunca en mi vida había vestido una falda... Y gracias a él fue que por primera vez pude ocupar una. Me sentí como un princesa, como una reina o una dama importante. Era la tela más simple de todas, pero en ese momento me pareció la prenda más preciosa de toda mi vida. Estaba acostumbrada a ocupar la ropa que le quedaba pequeña a mis primos, así que fue una sorpresa tener ropa propia. Ropa solo para mí.
Estaba encantada. Me sentía en un paraíso. Tenía atención, ropa y posiblemente nuevos amigos. No podía pedir nada más. No deseaba nada más. A mi corta edad, pensé que morir en ese momento sería morir ya habiendo conocido la felicidad.
Para mi suerte y fortuna no fue mi momento de partir, y así pasaron los días, los meses y hasta los años. Cumplí los cinco, los siete, los diez y así continuó mi crecimiento. Cuando tuve doce comencé a ver hacia atrás en mi vida. Había hecho amigos y podía decir que tenía un hogar y una familia. Padre estaba a la cabeza mientras que mis nonos (palabra que utilizábamos los niños para referirnos entre nosotros) me daban todo el cariño que nunca antes había recibido.
Con el tiempo me había vuelto un poco más callada, pero eso no quitaba el hecho de que me gustara recibir la atención de los demás. Le ayudaba a los pequeños a bordar y de los chicos más grandes aprendía todo lo que pensaba que me serviría en la vida. Sentía que mi crecimiento por fin estaba siendo más obvio y con ello mi cuerpo también comenzó a sufrir cambios más notorios. El sector de mi pecho se comenzó a abultar y el lazo en mi cabello cada vez me quedaba más perfecto.
Y una noche en la que salí a ver las estrellas esperando ver La Luna en su mayor esplendor, por el largo pasillo que llevaba a la habitación de padre fue que le vi acompañado por una chica con su falda manchada de algo oscuro que no lograba descifrar del todo por la oscuridad que invadía de a poco el lugar. La Luna se escondió entre unas nubes nocturnas pasajeras al igual que yo tras una de las blancas paredes. Una brisa levemente fría movió el final de mi falda pulcra con un toque de gracia que me distrajo y no me hizo percatarme de la figura que estaba detrás de mí.
—Ten cuidado con tu falda. Aún no es tiempo de que se manche.
●▬▬▬▬23/08/21▬▬▬▬●
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❥Faldas blancas y ojos tapados ⁀⋱‿ ♡▕Jυɲʛƙơơƙ▏
Fanfiction"Y entonces... al cumplir los dieciocho años las chicas teníamos que ingresar a la habitación de «Padre» y elevar nuestras faldas blancas mientras nuestros ojos permanecían tapados". *** Sunbin ha teni...