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Sin fuerzas

—Tengo miedo, padre.

Mi voz apenas salió. Parecía que tenía atrapadas las palabras en medio de la garganta, y por alguna razón decirlas me estaba costando mucho.

—No te preocupes. Confía en mí.

Su rostro tenía una expresión que me transmitió paz, aun así no pude evitar echarme hacia atrás intentando alejarme lo que más podía de su persona. ¿Cómo me había encontrado? ¿Dónde estábamos? Los pensamientos en mi mente eran muy difusos, lo único que tenía claro era que no lo quería cerca por nada del mundo.

Mi corazón chocaba contra mis costillas con tanta fuerza que por poco podía percibir que se lograba ver en el movimiento de la tela de la ropa.

—Todavía falta para mi cumpleaños. Por favor, no haga nada. En serio me da miedo.

Estábamos los dos solos, no había nadie más en el lugar. Mis ojos recorrieron cada rincón de aquella habitación en busca de compañía; alguien que me ayudara. Sin embargo, por más que puse esfuerzo en ello, no logré dar con nadie.

Únicamente mi respiración fuerte interrumpía el ambiente, y el pensamiento que más inundaba mi cabeza era que no quería cumplir dieciocho años. No quería crecer más, no quería que el tiempo siguiera avanzando.

—Tranquila. Todo va a estar bien. Solo estamos practicando, ¿si?

De repente una tela cubrió mi campo de visión y todo se transformó en una oscuridad que puso en alerta el resto de mis sentidos.

—Padre...

La palabra salió más bajo de lo que tenía planeado. Ni siquiera sé cómo fue capaz de oírme, tal vez la poca distancia que había entre nosotros estaba ayudando en que no fuera necesario elevar más la voz para que me pudiera oír.

Intenté llevar mis manos hasta lo que cubría mi rostro, pero su cálido tacto me detuvo de hacer cualquier movimiento.

—Ya, ya. No te destapes los ojos. Mientras no veas, todo va a estar bien.

Tragué saliva con fuerza y lo último que pude sentir fue su mano al rededor de una de mis muñecas. La piel de su palma era ligeramente áspera y logró rodear toda la extensión de mi muñeca sin mucho esfuerzo. No estaba siendo brusco, al menos no demasiado, pero estaba usando la suficiente fuerza para que no pudiera moverme. Apreté los ojos volviendo la oscuridad todavía más espesa, y sintiendo una gran congoja en el pecho, solo dejé que aquella neblina tan conocida invadiera mi mente.

No tenía fuerzas para ir en su contra.

—¿Sun, qué pasa?

El rostro del pequeño Jungkook apareció en mi campo de visión. Abrí mis ojos como pude, dándome cuenta que solo había tenido una pesadilla y que en realidad estaba en esa cómoda cama con las mantas más suaves que alguna vez mi piel había tocado.

—Perdón, tuve un mal sueño —me senté y me cubrí bien con las mantas. El sol todavía no salía y el ambiente se sentía fresco—. Por cierto, ¿Qué haces aquí? No vaya a ser que te regañen por colarte en mi habitación.

—Menos mal que te desperté —su suave sonrisa calmó un poco mi corazón, el cual todavía estaba agitado por el recuerdo de ese rostro del pasado— Y tranquila. Ya todos en la mansión saben que me gusta pasar tiempo contigo... Si tú no estás aquí, yo tampoco.

Sin querer, por su ocurrencia se me escapó una pequeña risa. Era verdad que ya llevábamos cerca de medio año viviendo junto con su familia adoptiva, y si bien yo era parte como tal... El pequeño Jungkook me había mantenido a su lado. Y así fue como terminé viviendo entre algunos lujos que nunca pensé tener. Mi cabello había crecido un poco, había vuelto a los vestidos e incluso tenía clases particulares con maestros que iban al hogar para enseñarnos a ambos. Era la vida soñada de cualquiera, de eso no podía quejarme, pero me faltaba algo... Bueno, más alguien.

❥Faldas blancas y ojos tapados ⁀⋱‿ ♡▕Jυɲʛƙơơƙ▏Donde viven las historias. Descúbrelo ahora