La paciencia era una gran virtud, Maddox lo sabía muy bien.
Carecía de ella por completo.
Las horas de espera hasta la llegada de este día se le habían hecho condenadamente largas, insoportables, y ahora que estaba a un solo paso de convertir a Joanne Jones en su mujer, tuvo la necesidad de inflingirse dolor a sí mismo para averiguar si no se trataba todo de una invención mental. Pues aún Maddox no se hacía a la idea de que su esfuerzo al fin hubiera dado frutos, uno semejante a un milagro que crecía en el vientre de la mujer de la que estaba enamorado. E independientemente de su sexo, ese bebé había forjado el puente que estaba a punto de unirlos en matrimonio, y que le daría la oportunidad de demostrarle a la mujer que lo traería al mundo que ella era la única a la que había amado, amaba y amaría hasta su último aliento.
Si es que Joanne no lo dejaba plantado en el altar.
- Se está retrasando. - soltó tras echar un vistazo al enorme reloj que colgaba de la pared. - ¿Alguien tiene alguna llamada de Jojo? ¿O de Tate?
- Tranquilízate, hombre. - Hunter golpeó su espalda en un intento de aliviar la carga emocional a la que estaba haciendo frente, aunque no fuera a servir de nada. - Si ella te dio su palabra de que se casaría contigo, entonces, no tienes por qué ponerla en duda.
- ¿Es que usted no cree que está tardando demasiado?
El sheriff tuvo la intención de responder, y en cuanto sus mejillas se llenaron de aire, estas se desinflaron abortando cualquier respuesta al respecto.
- Dale unos minutos más. - sugirió su jefe, y lo abandonó por ir a una esquina a revisar su teléfono móvil.
Esto no pintaba nada bien.
Ella no lo amaba, y se lo había dicho.
Joanne no se traicionaría a sí misma, ni tampoco, aceptaría un matrimonio sin amor a causa de un bebé, que, aunque sería recibido con la mayor alegría del mundo, no fue voluntariamente buscado. Además, ella no era una mujer que necesitara de un hombre para salir adelante, mucho menos, con un hijo en su vientre. Ya lo había hecho una vez con su hermano, y Maddox no tenía duda de que lo volvería a hacer las veces que hicieran falta. Sin embargo, también sabía de que Joanne, en el fondo, no sólo quería cuidar de los demás sino también encontrar a alguien que pudiera cuidar de ella. Que la protegiera. Que la convirtiera en su mayor prioridad. La mujer misma se lo había dicho aquella noche de tragos en el hotel de Vancouver, y Maddox había sentido la tentación de decirle que él sería ese hombre. El que la mimara. La protegiera. El que le hiciera saber que todo saldría bien, y que no necesitaba estar en guardia porque él estaría a su lado para cubrirle las espaldas.
- Cariño, tranquilo.
Su madre se sentó a su lado tomándole de la mano en el proceso, y brindándole algo de apoyo emocional.
- A las mujeres nos gusta hacernos esperar, no hay de qué preocuparse.
- ¿Tú crees? - él se echó a reír, y cuando vio a la asistente del juez del condado que los casaría entrar en la sala, a Maddox se le cayó el mundo encima. - Mi novia no tardará en llegar.
- Sólo puedo darle diez minutos más, señor Cassady. - le advirtió la mujer agitando esas largas pestañas postizas en su dirección. - El juez Voigh tiene asuntos de los que ocuparse, y no puede esperar por más tiempo.
- Lo entiendo.
- Bien. - la mujer miró su reloj de muñeca, y después a él. - Diez minutos. Cualquier cosa, estaré en esa habitación.
La mujer le señaló una de las puertas contiguas a la sala, y después se encaminó hacia ella, como si sus palabras no hubieran supuesto la cuchillada más mortífera a su persona.
ESTÁS LEYENDO
#2 Mía, al fin (Trilogía Jackson Creek)
RomanceSi yo la amo, ¿qué podría importarme lo que la gente piense de mí, o de este amor que ha intoxicado mis venas durante años? Y no es como si no hubiera intentado arrancármelo del pecho más veces de las que puedo recordar, a pesar de que, siempre ter...