9. La señora Cassady

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¡Aquí tenéis un nuevo capítulo!

Maddox Cassady seguía recostado sobre la ternura de un vientre abultado cuyo calor procedía de la mujer de sus sueños. Besó tiernamente la piel oscura sobre la que aún se deslizaban unas cuántas gotas de sudor, y volvió a recostarse sobre ella no viéndose capaz de renunciar al contacto de esta mujer. Unas largas piernas lo tenían envuelto como si temieran que él fuera a abandonarlas, y eso le hizo sentir que por fin pertenecía a alguien. La luz de la luna se colaba a través de las cortinas de la ventana permitiéndole en todo momento velar por el sueño de su esposa, ya que él no había sido capaz de cerrar los ojos ni por un instante, temeroso de que alguien viniera a arrebatarle lo que tanto atesoraba. Quizás si se pellizcaba podría comprobar que esto no se trataba de una mera fantasía o de una alucinación por su parte, sino que la mujer que dormía bajo el calor de su cuerpo, era la misma que había jurado estar a su lado por toda la eternidad.

Ambos se habían pasado la madrugada entera haciendo el amor. Gritando a los cielos. Desgastando las sábanas. Joanne era una mujer insaciable. Y él también lo era por su culpa. Es como si nunca consiguiera tener suficiente de ella.

No existían límites.

Así como podía pasarse las horas entrando y saliendo de cada orificio de su cuerpo, también podía comerle el coño hasta quedar completamente saciado.

Maddox estaba rendido a sus pies.

Y haría lo que estuviera en sus manos para complacerla.

— Tengo frío. —murmuró la mujer en sueños mientras enterraba los dedos en su cabello llamando su atención. —Cariño. —el simple hecho de que ella lo estuviera necesitando lo hizo sonreír como un chiquillo. — Ven aquí.

—Ahora mismo, amor.

Maddox escaló el cuerpo de la mujer hasta acabar frente a ella, sellando esos carnosos labios con los suyos, y, preguntándose, al mismo tiempo, cómo podía ser que su felicidad dependiera únicamente de una sola persona.

Estaba claro que algo andaba mal con él.

—¿Por qué no estás durmiendo?

—Estaba durmiendo. — respondió. Ella dibujó tal expresión en su rostro que Maddox comprendió que no creería tan fácilmente en sus palabras. —Has sido tú quien me ha despertado con tus ronquidos, nena.

—¡Mentiroso! —exclamó. E hizo todo lo posible por rechazar los besos que él pretendía regar sobre su boca. —Yo no ronco. — se quejó. Él terminó por apoderarse de su mentón para salirse con la suya. — Eres tú. No has dejado de besar mi vientre en todo momento. Sentía tus labios... —Joanne se interrumpió para levantarse de la cama a toda prisa. — ....el baño.

— ¿Qué te ocurre?

La mujer entró en el cuarto de baño cerrando la puerta tras su paso, lo que llevó a Maddox a levantarse de la cama y aferrarse a aquella puerta cerrada tras oírla echar todo alimento sólido que hubiera contenido en su estómago desde el día anterior.

—Amor, ¿necesitas algo?

— No. No. —ella volvió a echarlo todo de nuevo antes de volver a pronunciarse. —Vuelve a la cama, por favor.

—No tienes por qué hacer esto sola. — Maddox tocó la puerta con los nudillos a causa del silencio de la mujer. —Jojo, déjame entrar. — otro ataque de vómito lo llevó a la desesperación más absoluta viéndose obligado a entrar sin permiso. — Me necesitas a tu lado.

Maddox le apartó todo ese precioso cabello de la cara para que pudiera vomitar sin ningún sentimiento de culpa en lo que él se aseguraba de brindarle algo de apoyo emocional. Era lo único que podía hacer por ella. Demostrarle, que, a pesar de todo, no tenía la necesidad de hacer este vieja sola. El oficial se había estado documentando acerca de los diferentes síntomas que podían presentarse en las mujeres durante el embarazo, y sobre cuáles eran los mejores remedios para lidiar con ellos.

#2 Mía, al fin (Trilogía Jackson Creek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora