Joanne Jones.
No.
La señora Cassady no podía negar que el fin de semana de su luna de miel había sido la más dulce de la historia. Tampoco que su cuerpo había adquirido otra forma, otro aroma, y otro calor en estos dos días. El hombre que estaba a su costado la había amado de maneras inconfesables, así como incontables veces, por lo que el simple hecho de recordarlo hacía sus mejillas enrojecer. De hecho, Joanne creía que de no haber estado embarazada en este preciso momento, también hubiera regresado de su luna de miel con alguna que otra sorpresa de más. El asunto era de locos. Maddox había pasado de ser su amigo a convertirse en su amante en tan sólo un par de días. Después, en su esposo, y, por último, en el padre de su hijo. O hija. Por eso, a Joanne le aterraba pensar en lo que podría ocurrir a la semana siguiente, y la falta de control que tenía sobre ello. Eso la llevó a bajar el cristal de la ventanilla en busca de algo de aire fresco, aunque el olor a tierra mojada lo estaba impregnando todo en este momento. Su alianza de bodas destacaba sobre la piel oscura de su dedo anular, por lo que no pudo evitar sentirse un tanto abrumada al comprender que a partir de ahora ese sería siempre su lugar.
La mano de su esposo apretando su muslo captó su atención llevándola a mirarlo para toparse otra vez con una de esas radiantes sonrisas que desquiciarían la cordura de cualquier mujer.
Santo dios, ¡había momentos en que detestaba lo lindo que era!
Y, otras en cambio, quería comérselo a besos.
- ¿En qué piensas? - preguntó él mientras se apoderaba de su mano para enredarla con la suya. - ¿Quizás en mí, amor?
- Si te soy sincera, sí. - respondió. Odiaba que utilizara sus encantos contra ella. - En lo mal que me caes algunas veces.
- ¿Yo? - se rio. Eso lo hacía aún más irritante. - ¿Por qué?
- No me hagas decirlo en voz alta. - replicó ella dispuesta a no ser la vencida esta vez. Porque estaba convencida de que Maddox se aprovecharía de su debilidad. - Tan sólo ocúpate de que lleguemos a casa a salvo, por favor. - Joanne se acomodó en su asiento, cerró los ojos durante un par de latidos, y volvió a abrirlos al sentir cómo la camioneta empezaba a detenerse. - ¿Qué ocurre?
Su esposo había guiado el auto hacia la cuneta de la carretera.
- ¿Por qué te has detenido?
- ¿Sigues enfadada por lo de Naima? - le preguntó. Ella negó con la cabeza al instante para tranquilizarlo. - Entonces, ¿qué ha pasado? Dudo que me haya dado tiempo a cagarla tan rápido. No es lo más habitual.
- ¿Crees que estoy enfadada?
- Sí, creo que sí.
- Sólo te estoy tomando el pelo, hombre. - le aclaró. Un suspiro se le escapó entre los labios, y eso la hizo sonreír. - ¿Tan seria me he puesto? Lo siento. - ella le acarició la mejilla tiernamente, y su esposo terminó plantando un beso en la palma de su mano. - Aunque eso no quita el hecho de que me caigas mal. ¡Eres irritablemente lindo!
La expresión de alivio en su rostro la sorprendió.
- ¿Y vas a castigarme por eso, Jojo?
¿Cómo?
- ¡Madd! - exclamó ella golpeando su brazo. - Por favor, dime que sólo estás bromeando. - él se sonrió a sí mismo en silencio, y volvió a poner la camioneta en marcha. - ¿Por qué ibas a querer que te castigue?
- ¿Tú que crees?
Ay, dios mío.
- Me estás asustando. Mucho. - reveló. Maddox simplemente se echó a reír. - Quiero llegar a casa. Pronto.
ESTÁS LEYENDO
#2 Mía, al fin (Trilogía Jackson Creek)
RomansaSi yo la amo, ¿qué podría importarme lo que la gente piense de mí, o de este amor que ha intoxicado mis venas durante años? Y no es como si no hubiera intentado arrancármelo del pecho más veces de las que puedo recordar, a pesar de que, siempre ter...