8. Jugando al amor

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PELIGRO: Mi imaginación echó a volar.

Cualquier parecido con la realidad, avisadme.

Iré a buscar personalmente a ese hombre.

¿Por qué demonios estaba tan nerviosa?

No era la primera vez que tenía sexo con Maddox Cassady, y, aunque no hubieran hablado acerca de cómo sería su vida de recién casados, sí que sabía lo que las parejas hacen en su noche de bodas. El amor. También tener sexo. Mucho sexo sucio. En la cama. En la bañera. Frente al calor de la chimenea. Y hasta bajo un cielo estrellado. O quizás esa era la manera en la que Joanne se había imaginado que sería la primera noche junto al hombre de su vida, aunque, ahora mismo, tampoco estuviera segura de si ella se merecía el papel de novia en este cuento. Así como el de abnegada esposa. Sin embargo, al toparse por casualidad con esa alianza de oro ocupando su dedo, la mujer se dio cuenta de que era demasiado tarde para echarse a atrás. Que las dudas no tenían cabida a estas alturas de la historia. Y que la única solución posible sería tirar de las riendas de su corazón y llamarlo al orden, con el objetivo de ponerle fin a estas ideas tan descabelladas. Tu salud, al igual que la de ese bebé que reposa en tu vientre, es lo más importante en este momento.

Así que, un encuentro amoroso con su padre bajo las sábanas no debería suponer ningún problema para ti, dado que esa habichuelita fue precisamente sembrada con su semilla.

Además de por tu incapacidad a negarte a una noche de amor con él.

- Jojo, ¿va todo bien?

- Sí. Sí. Todo bien. - respondió ella acercándose a la puerta, aunque no se atrevió a abrirla. - Sólo estoy haciendo los preparativos para ir a la cama contigo. - Joanne analizó mejor sus palabras, y se dio cuenta de lo mal que estas habían sonado. - Lo que quería decir es que acabo de ducharme, y me voy a poner el pijama. Uno que abriga mucho. Hasta el cuello. - añadió con torpeza. - Enseguida salgo.

- Vale.

Ella había sido la única que desconocía la noticia acerca del fin de semana que pasarían en Forks, y nada más abandonar el ayuntamiento como recién casados, Sunshine le había entregado una maleta anunciando el comienzo de su luna de miel junto a su recién estrenado marido.

- ¿Qué es esto?

Un babydoll.

Un maldito babydoll rojo.

- ¡Qué es esto! - exclamó la mujer en voz alta. - ¡Sunshine, joder!

- Jojo, ¿va todo bien allí adentro? - los golpes en la puerta no tardaron en oírse, pero eso no le impidió a la mujer rebuscar en el interior de la maleta como una desesperada. - ¡Jojo!

- E-est-ooy bien. - respondió ella un tanto nerviosa. Ni un maldito pijama decente en toda la maleta. - No hay de qué preocuparse.

- Joanne.

Maddox irrumpió en el cuarto de baño de improviso provocando que ella pusiera las manos en alto como si hubiera sido pillada cometiendo el peor de los delitos.

- ¿Qué ha ocurrido?- a qué venía esa intensidad en su mirada. Joanne se acomodó mejor la toalla a la línea del pecho, y se apartó de la maleta en dirección al lavamanos. - Tu cabello. - señaló. Ella se había deshecho de sus trenzas, y su cabello ahora era sostenido por la gravedad, así como por el entusiasmo presente en Maddox. - Nunca habías querido mostrármelo al natural. Me encanta.

- No he podido terminar de peinarme. - se justificó ella al verse repentinamente absorbida por esa mirada bicolor. - Pero creo que a mi cabello le sentará bien un fin de semana al aire libre. ¿Tú qué crees? - Maddox la ignoró para acercarse a la dichosa maleta, que, sin querer, había dejado abierta. - Respecto a eso, Sunshine es la culpable de todo. Ella fue la que preparó mi maleta a escondidas y ocultó su plan perverso en todo momento. Lo juro por los dioses, los tuyos y los míos.

#2 Mía, al fin (Trilogía Jackson Creek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora