Nueve

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El cumpleaños de Yolanda había llegado. Eran un poco más de las doce de la mañana y el sol relucía con total brillantez a pesar del avanzado otoño. Era uno de aquellos días en que el contraste era máximo pues parecía que el sol tan solo era un espejismo o permanecía congelado por el frío. El viento aún no se había despertado y a pesar de la fría temperatura merecía la pena salir a recibir un par de rayos de sol en aquel último sábado de noviembre.

Yolanda aún no se había despertado pero pronto lo haría debido al ruido proveniente de la cocina. Allí su madre Fátima terminaba de preparar las cosas con la ayuda de Abril y las amigas de Yolanda. Sonó el timbre y Fátima fue a abrir. Sabía quién la esperaba detrás de la puerta.

-Eres tú, Rodrigo. Al final has venido.

-No podía faltar al cumpleaños de mi hija. Por cierto, ¿dónde está Abril?

-Estoy aquí papá- comentó la hija mayor.

-¡Qué alegría verte cariño! ¿Dónde está Álex?

-Alejandro papá. No ha podido venir, tenía que resolver unos asuntos en la universidad. Ya sabes lo liado que está últimamente...

Fátima volvió a la cocina donde Sara y Bea preparaban los aperitivos. Sacaron los vasos de plásticos y los rellenaron de distintos tipos de té y café, abrieron unas dulces pastas de crema y chocolate y las llevaron a la gran mesa del salón. Fátima había cambiado la disposición de los muebles para la pequeña fiesta, había retirado el gran armario en el que se encontraba toda la cubertería de la casa y había colocado todas las sillas en torno a la única gran mesa que poseían. La casa en sí no era muy grande pero la decoración era estupenda, moderna y muy acogedora. Fátima se sentó en el sofá, el cual daba a un enorme ventanal con unas vistas maravillosas del pueblo. Rodrigo lo compró cuando apenas llevaban un par de meses casados, hacía ya más de trece años. Aquel sofá había sido testigo de la pasión de una pareja joven y sin hijos, de la felicidad de una familia, de las disputas entre el amor que se acaba y las personas que intentan revivirlo. Y por último, la rotura total de la pareja y también de la familia. Desde el divorcio de Fátima y Rodrigo cada una de las niñas iba por su lado, Abril apenas estaba en casa y cuando lo hacía tan solo le limitaba a encerrarse en la habitación con su novio. Mientras tanto Yolanda estaba totalmente perdida en su vida, no era mala chica pero hacía varios meses que había empezado a fumar tabaco y Fátima se preguntaba si no habría probado otras drogas. Aún era joven y su camino se desviaría si continuaba andando por aquel duro mundo.

Fátima suspiró y bebió un sorbo de su café mientras los demás organizaban todo.

Yolanda se había despertado hacía unos minutos. Seguía tumbada en la cama, al parecer sin recordar el día en el que se encontraba. Tan solo le faltó unos segundos y las voces del salón para dar un brinco de alegría. Se levantó fugazmente y se miró al espejo. Estaba más delgada. Su corto pijama le dejaba ver el piercing del ombligo que se había hecho apenas unas semanas y la rosa por tatuaje que tenía en el lado izquierdo de su cadera. Dio una vuelta sobre sí misma y pensó en lo guapa que se había levantado aquella mañana. Las voces procedentes del salón cada vez eran mayores. Yolanda fue a su baño, casi situado dentro de su habitación y se lavó un poco la cara. Peinó su larga melena y se la recogió en una perfecta trenza al lado. Volvió a la habitación y se vistió con una camisa de cuadros azules y grises y unos pantalones vaqueros rotos. Se calzó unas botas y fue al salón sigilosamente. Estaba nerviosa. Ni siquiera sabía a quién se iba a encontrar allí a parte de a su hermana y a su madre. Quizá también estuviese Álex.

En el salón escucharon un ruido. Yolanda ya se había levantado y no tardaría en cruzar la puerta del salón. Todos se escondieron donde pudieron, quedándose en un inmenso silencio. Se abrió la puerta y Yolanda entró.

Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora