Diecinueve

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Miraba al techo. Todo estaba oscuro pero se sentía cómoda. El tiempo no pasaba pero escuchaba el tic tac del reloj. Notaba su presencia, estaba muy cerca de ella pero tampoco se sentía avergonzada. Escuchaba su respiración sin pausa. Hasta eso le parecía perfecto. Todo lo suyo para ella era perfecto. Era increíble lo que podía llegar a sentir con él en tan pocos segundos. La cabeza le daba vueltas al pensar en lo que había experimentado durante aquellos días. Al fin y al cabo, no había sido tan mala idea dar un giro en su vida. Él seguía inmerso en sus profundos sueños. ¿Estaría soñando con ella? Se giró para observarlo más de cerca. Era precioso. Ni siquiera estaba peinado y llevaba una barba muy desaliñada pero desde aquel rincón de la cama, su rostro era indescriptible. Se acercó un poco más casi inhalando su respiración. Quería meterse dentro de él y formar parte de sus sueños, saber si pensaba en ella o soñaba con otra. Quería pertenecer a él por el resto de sus días.

Seguía dormido y ella seguía pensando en él aún teniéndolo justo delante. Le peinó el cabello, le besó el rostro pero ni se inmutó. Continuó con su fantasía, imaginándose un mundo dónde solo existiesen ellos dos y un reloj que contase los besos que se daban. Habría pasado más de una semana desde que se conocieron y debido a lo que sentía por él parecía que habían pasado décadas y décadas.

¿Y Jorge? Ni se acordaba de él. Su vida ahora solo tenía un nombre de seis letras: Samuel. Llevaba tanto tiempo buscando una persona como él. Sería el amor de su vida. Estaba segura de lo que sentía por él pero aún no sabía si era recíproco. Llegaron los primeros rayos de la mañana y comenzó a haber movimiento al otro lado de la cama.

-Buenos días princesa. ¿Cómo has dormido?

-Vaya, estás perdiendo el acento argentino.

-Es lo que tiene juntarse con vos.

-He dormido genial, te veías bien guapo dormido.- dijo Bea mientras le daba un cortito beso en los labios- ¿Quieres desayunar?

-¿A vos? Por supuesto.

-¿Pides el desayuno?

-Okey, tráiganme tres Bea más.

-¡Oye, que me pongo celosa!-gritó Bea entre risas.

-Dale, déjame dormir un ratito más, ¿sí?

-Lo justo para hacer el desayuno. Pronto tengo que volver a casa, mi hermana y John estarán al llegar.

-Apúrate.-dijo Samuel mientras le tiraba un cojín al trasero.

-Casi me alcanzas... Que mala puntería tienes.

-Vamos, ¿no tenés que irte?

-Qué buen humor mañanero.

Bea bajó a la cocina y comenzó a hacer el desayuno. No sabía qué le gustaba a Samuel. ¿Era consciente de que había dormido con un chico y ni siquiera sabía lo que le gustaba desayunar? Se rió en alto. ¿La habría escuchado Samuel?

-¡Tarada! ¿De qué te reís?-gritó Samuel desde el piso de arriba.

-¡De ti!-gritó aún más fuerte Bea.

Sacó un tetrabrik de leche del frigorífico y buscó dos tazas de café. Allí estaban, en la encimera más alta. No llegaba. Se subió a un taburete y alcanzó su objetivo. Cortó un par de piezas de fruta y las puso en un plato hondo. Quizás le gustase la fruta. Le echó un poco de azúcar y puso el plato sobre una bandeja. Cogió una sartén y echó la masa de las tortitas en ella. Buscó por toda la cocina algunos bollos pero no los encontró, así que fue a su casa a buscarlos. Trajo un par de magdalenas con pepitas de chocolate y un zumo de naranja. Las tortitas también estaban hechas. Preparó todo a la perfección. Nunca había hecho un desayuno tan bonito como aquel. Se sentía orgullosa de ella misma, a Samuel le encantaría.

Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora