Veintiuno

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Lo había reconocido por su preciosa sonrisa. Intentó desviar la mirada hacia otro lugar pero ya era demasiado tarde. Él también había fijado sus ojos en ella. Desde aquella distancia podía ver sus dos bonitas mejillas sonrosadas. No iba solo. Agarrada a su mano caminaba una niña pequeña. Aunque estaba lejos, podía observar que se parecía mucho a él, por lo que Yolanda pudo suponer que era su hija, o tal vez su hermana. No tardó en encontrarse de frente junto a ellos.

-Hola joven artista.-dijo el chico.

-Hola. Te llamabas...

-Hugo.

-Eso, exactamente era eso.-dijo Yolanda con una pequeña sonrisa.

-Anda, si sabes sonreír. Pensé que no llegabas a eso.

-A eso y a mucho más, ¿sabes?-contestó Yolanda desafiante.

-Vale tranquila, no quiero que peleemos delante de la niña. ¿Te has pensado lo de mi tarjeta? Estaba esperando tu llamada.

-Pues sigue esperándola, aún no tengo nada decidido.

-Mientras te lo piensas, ¿por qué no vamos a tomar algo? Ángela estará deseando conocerte.-dijo Hugo mientras miraba a la pequeña.

-Hola Yolanda.-dijo Ángela con una sonrisa de oreja a oreja.

A pesar de faltarle algún que otro diente la sonrisa de aquella niña era igual de bonita que la de su, ¿padre? No era la única pregunta que rondaba por la cabeza de Yolanda pero sí la más importante.

-Hola preciosa.-correspondió a la niña de nuevo con una sonrisa muy natural.

Ángela se parecía mucho a Hugo. Tenía una larga melena rubia recogida en dos graciosos coleteros. Sus ojos eran azules como el cielo, un color muy intenso, a diferencia de los de Hugo que simplemente eran marrones pero igual de expresivos. Tendría aproximadamente cinco años pero por su forma de hablar parecía mucho mayor.

-Papá me ha hablado mucho de ti...-dijo la pequeña entre risas.

-Ángela, ya sabes lo que hablamos.

-Perdón papá.

-O sea, ¿le has hablado mucho de mí?

-Bueno, tal vez... Solo un poco. Quería que se enterase del nuevo descubrimiento que había hecho su padre y que se sintiese orgulloso de mí.

-Sí, papá me dijo que cantabas muy bien. ¿Puedes enseñarme?-preguntó la pequeña Ángela.

-Claro, no te preocupes, seguramente tendremos mucho tiempo para que aprendas a cantar conmigo.

-¿Eso es que aceptas?-preguntó Hugo con una de sus sonrisas características.

-No puedo perder mi oportunidad. Quizás esta sea la única que tenga.

-Tendrás más, eres joven, pero no te puedo garantizar que sean mejores de la que tienes conmigo.

-Entonces, ¿ahora nos tomaremos algo para celebrarlo?-preguntó Yolanda.

-¡Chocolate!-gritó la pequeña.

-¡Chocolate!-gritaron todos a la vez.

Anduvieron hasta la cafetería más cercana. Tomaron asiento junto a la ventana y se limitaron a contemplar el bonito paisaje durante unos minutos, apenas hablaban pues estaban embelesados por la belleza del pueblo.

-¿Eres de aquí?-preguntó Yolanda para romper el hielo.

-Ángela, ve a pedir los pastelitos que más te gusten.-dijo Hugo mientras le extendía un billete de cinco euros a la niña.- No, no somos de aquí. Vivíamos en Huelva pero tuvimos que mudarnos los dos a vivir a este pueblo por motivos de trabajo. Hemos dejado todo allí pero lo importante es que ahora te hemos encontrado.

Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora