Diecisiete

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Veía la tele mientras devoraba un sándwich vegetal y unas patatas fritas de paquete. Después de llevarse meses alimentándose a través de un tubo, el hambre que tenía desde que se había despertado era inmensa. Se pasaba las horas del día tumbada en el sofá comiendo cualquier tontería, además como tenía que engordar podía permitirse cualquier capricho. Su padre ya se había quejado en varias ocasiones de la actitud pasiva de Yolanda, sabía que tenía que reposar pero sospechaba que se había tomado al pie de la letra aquellas palabras, reposando durante semanas, sin embargo Yolanda había pasado totalmente de él.

-Yolanda, hoy Amalia y yo tenemos que salir a hacer unos recados. ¿Vienes?-dijo una voz detrás de la chica.

-No papá, ¿puedo invitar a Sara a casa?-preguntó haciendo pucheritos.

-Sí, pero recuerda que tienes que descansar.

-Es lo que hago todo el día.-dijo mientras su padre y Amalia salían por la puerta.

Después del pequeño portazo, la casa se quedó en un silencio impoluto. No se oía nada, incluso en los pensamientos de Yolanda el ruido era mayor. Fuera parecía como si se hubiese parado el tiempo y solo pudiese moverse Yolanda. La paz que sentía en aquellos momentos era inexplicable, sentía que el universo se había alineado a la perfección para brindarle aquel momento tan mágico y único. Estuvo a solas con sus pensamientos durante un largo rato mientras se hacía cosquillas en su delgado vientre. Disfrutó de la soledad al máximo pero lo que realmente le apetecía era volver a ver a Jorge. Lo echaba de menos, no podía negarlo. Había pasado mucho tiempo pero para ella tan solo habían sido un par de días. ¿Habría ido él a visitarla mientras estaba en el hospital? Seguramente no, pero ella seguía pensando que la llama de su amor aún no se había apagado del todo. Habían compartido muchos momentos juntos, algunos y malos y otros buenos. Sin embargo cuando volvía a penar en lo mucho que había sufrido con él, en los golpes, sobre todo en eso, se le quitaban las ganas de volver a verlo. Aún estaba demasiado confusa para tomar decisiones. Lo único que sabía con certeza era que Jorge no había ido a verla desde que salió del hospital.

Después de su breve pero intensa reflexión, decidió llamar a Sara. Su amiga no tardó en contestar y a los pocos minutos ya estaba en la puerta de su casa. Iba muy guapa vestida, llevaba un vestido rosa de lunares blancos y unos tacones altísimos. Se había recogido el pelo en una corta trenza. Su pelo era un poco más claro que de costumbre quizás por los rayos de sol. Sara se quitó las gafas y dejó a la vista unos preciosos y aniñados ojos. En su mano llevaba un paquete.

-Toma.-dejó el paquete sobre las manos de Yolanda y corrió a tirarse en el sofá.

-¿Qué es?-preguntó Yolanda intrigada.

-Unos pastelitos de chocolate. El médico ha dicho que tienes que empezar a comer y he pensado, ¿qué mejor manera de hacerlo que con unos ricos dulces?

-Tú como siempre, pensando en ti misma...

-¿Cómo puedes decir eso?

-Sara, no sé si ya puedo empezar a comer dulces.-dijo mientras se llevaba uno a la boca.

-¡Oye! ¡Yo también estoy muerta de hambre!

Pasaron la tarde entera contándose historias, principalmente Sara a Yolanda que además de leerle la agenda donde Bea y ella habían apuntado todos los acontecimientos pasados en los meses en los que Yolanda había residido en el hospital, siempre apuntaba algún que otro dato más para que su amiga nunca perdiese el hilo del asunto. Además de conversar se hartaron de comer dulces y chucherías mientras veían telenovelas y lloraban desconsoladamente. Permanecieron toda la tarde entera abrazadas y gastaron más de dos cajas de pañuelos en tan solo un día. De repente, Yolanda sentía la necesidad de preguntar algo. No podía aguantar más.

Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora