Diez

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Yolanda subía las escaleras apresurada. El tiempo corría en su contra y ni siquiera había llegado a casa. Se preguntaba si sus dos amigas ya estaban listas. Mientras esperaba al ascensor pensó en quién podría asistir a la fiesta. Estaba claro que sus mejores amigas irían pero no se hacía a la idea de quién más podría acompañarla en la noche de su cumpleaños. Pronto llegó el ascensor y no tardó en llegar a casa. Abrió la puerta. Estaba sola. Anduvo apresurada hacia el baño y abrió el grifo. Se desnudó mientras el agua caliente comenzaba a llenar toda la bañera. Mientras tanto, se metió en el vestidor y observó algunas de las cosas que podría ponerse. Volvió al baño y se sumergió en la bañera. El agua desprendía un relajante vapor, el cristal se empañó y Yolanda se sintió en su pequeño paraíso. Aquella bañera era su lugar favorito de toda la casa. No tenía que compartirla con nadie, salvo en alguna ocasión en la que Jorge entró con ella.

Cogió su manopla y comenzó a extenderse el jabón de coco por todo el cuerpo. Se sumergió en el agua y el resto de espuma de su cuerpo desapareció, tal y como le pasaba a las olas. Su largo cabello yacía mojado, tan solo le faltaba echarse el champú y aclararse la cabellera. No tardó mucho. Comenzó a vaciar la bañera y salió con la piel de gallina. El frío de la noche comenzaba a notarse. Se puso la ropa interior: unas braguitas de encaje negras y un sujetador a juego. Se anudó una pequeña toalla al pelo y salió del cuarto de baño aún humedecido por el intenso vapor. Caminó de nuevo hacia el vestidor y por fin cogió las prendas adecuadas. Un top de encaje beis, una falda de talle alto y volantes negra y unos zapatos de tacón negros. Se quitó la toalla y se secó el pelo. Esperó a la que la planchase se calentase mientras se maquillaba un poco: rímel, lápiz de ojos, pintalabios y un poco de sombra de ojos. Cuando la plancha estaba caliente se repasó un poco el liso pelo y se rizó dos mechones del flequillo, haciendo dos perfectos tirabuzones. Se echó colonia y justo un minuto después llamaron al porterillo.

-Somos Sara y Bea. ¡Baja!

-Eso, solo nos quedan media hora para llegar- comentó Bea cuando Yolanda ya no podía escucharla.

Yolanda corría a duras penas y con dolores de pie por las escaleras. Casi no tropieza al bajar pero llegó sana y salva a la puerta. Allí estaban sus dos queridas amigas. Sara se había puesto un traje rojo muy ceñido al cuerpo y corto, no llegaba a la rodilla. Sin embargo Bea lucía un hermoso pantalón casi de campana y una hermosa blusa azul marina. Ambas iban preciosas y lucían unos cuerpazos alucinantes.

Tuvieron que acudir a la fiesta andando. La casa de Sara, dónde se realizaría la fiesta no estaba demasiado lejos. Apenas en unos diez minutos habían llegado. Desde fuera se podía oír el ruido de los alocados jóvenes y de la alta música fiestera. En el interior de la casa se encontraban todos los amigos de Yolanda, incluida su hermana y también la hermana de Sara, quién se ocupaba en aquellos momentos de la casa. Las tres chicas entraron y el recibimiento fue increíble.

-¡Una copa para estas chicas guapas!- gritó Jordi, el mejor amigo de Sara, el cual llevaba un par de copas.

Jordi era un guaperas. Así lo conocían en el instituto. Cursaba el último año por segunda vez. Segundo de bachillerato era su gran pesadilla. Nunca le había gustado estudiar pero sabía que no le quedaba otra. Era moreno y sus ojos verdes esperanza. Pero no era perfecto. Como todos, tenía un gran defecto, era un capullo. Se enrollaba con cualquier tía, incluso con Sara había tenido algún que otro extraño acercamiento.

Al cabo de unas horas no había nadie en aquella casa que no hubiese probado una gota de alcohol o de otras sustancias. Yolanda había perdido el control de cuántas copas había bebido e incluso de cuántos cigarros de la risa había sostenido en sus manos. Bea estaba totalmente perdida desde hacía un rato y Sara se divertía con aquel guapo camarero de la pizzería.

Yolanda no se encontraba demasiado bien debido al alcohol ingerido. Le dolía la cabeza ya que a pesar de ser algo más de las cuatro de la mañana, la música seguía sonando a todo volumen. Se sentía mareada así que decidió descansar en la cama de Sara. Subió las escaleras cuidadosamente y esquivando a la multitud hasta llegar a la puerta de la habitación. La abrió, se dispuso a entrar pero no pudo. Antes sus ojos se hallaba la traición. Le habían clavado una puñalada donde más le dolía: la amistad. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Dio un paso atrás y solo pudo escuchar dos palabras:

-Lo siento- dijo Bea.

-Eres... eres...ya no sé ni cómo describirte- gritó Yolanda llena de ira- y tú, y tú no puedes llamarte amiga.

Yolanda salió dando un portazo. Su fiesta había terminado. Volvería a casa y se encerraría a llorar un par de semanas, las cosas seguirían su curso, lloraría, se fumaría un cigarro y volvería a llorar mientras fuera el tiempo y el paisaje iban cambiando de un día para otro.

Bea agachó la cabeza y solo supo soltar un mar de lágrimas y maldecirse en voz baja. Jorge se subió los pantalones y también se despidió con un frío portazo, dejando a Bea sola en la deshecha cama. Se lamentaba de sus actos aunque sabía que así no iban a cambiar las cosas, el daño estaba totalmente hecho. Se arropó con la colcha de la única amiga que le quedaba y sintió su olor cerca de ella. Se tranquilizó y cayó en un profundo sueño mientras batallaba con sus duros pensamientos. Quizás tendría pesadillas aquella noche. Lo que había hecho aquella noche era por su amiga pero los días anteriores con Jorge no habían sido exactamente iguales, hubo picardía, deseo, complicidad y por parte de Bea un pizca de amor. Tan solo buscaba que aquella noche Yolanda no se encontrase con él, con el chico que la había maltratado, con el mayor protagonista de sus pesadillas. Sara no conocía su plan, tan solo sabía que entretendría a Jorge toda la noche. Poco a poco dejó de escuchar la música procedente del piso de abajo. Poco a poco se durmió.  

Mientras tanto en el piso de abajo una chiquilla de larga melena corría apresurada atravesando toda la casa. Algunos comentaban el tipazo que tenía mientras le ofrecían una copa. Ni siquiera conocía a aquellos tipos. Pasó desapercibida antes los ya achinados ojos de Sara, la organizadora de todo aquel revuelo, volvió la vista para echar un último vistazo y cruzó la puerta frontal, cuyo cristal derecho estaba totalmente roto y esparcido en pedacitos por el suelo. Bajó los peldaños de acceso a la casa y observó como unas chicas jugaban a beber jarras enormes de cerveza mientras un grupo de chicos las animaba a beber más rápido. La fiesta continuaba para todos. Casi se podía decir que la juventud de aquel pueblo se organizaba en torno a la casa de Sara.

Yolanda dio dos pasos y cruzó la carretera. Todo ya estaba lejos. Quizás también su vida. Vio una luz procedente del frente de la carretera. Un gran destello de luz que le atravesó totalmente la vista y la dejó ciega durante un segundo. Un, dos, tres. Pasaron los segundos y sentía no poder moverse. El impacto había sido fuerte. Seguía pasando el tiempo y ya eran muchos los que contemplaban asustados el cuerpo de aquella joven. Cinco minutos más y Yolanda perdió el control en cuerpo y mente.

La ambulancia acababa de llegar al hospital. Pronto sacaron la camilla del vehículo y los médicos y auxiliares corrían por todo el pasillo. Las pocas personas que yacían en el centro en aquellos momentos miraban sorprendidos la intervención de los enfermeros. Se levantaban e incluso rezaban por la vida de aquella chica y de quién fuese que esperaban en aquel triste lugar. Aquella paciente era muy joven para la gravedad de aquel siniestro. Llevaba la cara ensangrentada mientras intentaban taponarle la salida de sangre en el resto del cuerpo. El chirrido de las ruedas de la camilla sobre el suelo alertaba a todos del peligro que corría aquella chiquilla. El pasillo parecía interminable y en la lucha entre la vida y la muerte, esta última iba ganando. Pronto los médicos entraron en la sala de operaciones y dejaron cada rincón de la sala de espera en su sitio. El silencio volvió a reinar y cada uno tomó su asiento. Pronto tendrían noticias sobre el asunto y todos rezaban para que fuesen buenas. 


Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora