Cuatro

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Se despertó desorientada. Abrió los ojos poco a poco mientras se recuperaba. Lograba ver con claridad. No era su casa, pero sabía donde estaba. Le dolía mucho la cabeza. Se tocó. Sangre. Tenía sangre. ¿Qué había pasado? Permanecía tirada en el suelo y apenas recordaba la última voz de Jorge. Pudo recomponerse y levantarse.

-Jorge, ¡qué has hecho! ¿Dónde estás?

Se miró al gran espejo del pasillo. Moratones, heridas, rajas, sangre. Eso era. Sangre por todos lados. No veía a nadie a su alrededor, tampoco escuchaba ruido. Ni siquiera Jorge la había contestado. Rodeada de un charco de lágrimas, mil pensamientos le rondaban por la cabeza intentando descifrar lo que había ocurrido. Se temía lo peor. Sabía lo que había pasado. Por qué. Por qué a ella. Recogió la guitarra y salió corriendo de allí. Quería dejar atrás el oscuro túnel que era su vida, la tristeza, la amargura absoluta. Quería salir de aquel infierno. Volver a ser libre, correr sin miedo a que alguien te persiga, sin que nadie quiera atraparte. Ansiaba que no fuese demasiado tarde.

En la calle la observaban. Observaban a esa chica llena de moratones que andaba a toda velocidad. Algunos se preguntaban por qué, adónde iba, qué le pasaba. Nadie preguntó. Nadie se paró. Nadie la atendió. A ella eso es lo que menos le importó.

Avanzaba a paso ligero hasta casa de Sara. Llamó al interfono. Uno. Dos. Tres toques.  Abrieron el portal. Subió por las escaleras con las pocas fuerzas que le quedaban después de todo lo ocurrido, ni siquiera era capaz de explicarlo sin romper a llorar. No le apetecía ver su rostro desfigurado en el espejo del ascensor. Por fin llegó a la puerta pero se quedó ahí. Desplomada.

-¡Yolanda! ¿Qué te pasa?- gritó Sara con lágrimas en los ojos- ¡Socorro!

Al cabo de unos minutos se volvió a despertar pero en ese caso más tranquila. El entorno desprendía un suave aroma a chocolate caliente mezclado con el perfume de un hogar familiar. Yolanda abrió los ojos lentamente y divisó todo lo que había en aquella habitación. Un gran armario de zapatos en frente suya, un par de camisetas tiradas sobre la cama en la que se encuentra y un escritorio repleto de dibujos. No era la suya pero también era capaz de reconocerla. Mira a su derecha y ve a aquella chica rubia que tanto quiere. Empieza a recordar poco a poco lo sucedido durante las últimas horas.

-¡Ya despiertas! ¿Qué te ha pasado Yoli?

-Ha...sido Jorge. Él me ha hecho todo esto...

-¿Jorge te ha hecho todo esto? ¡Me va a oír! No permito que haga eso. ¿Quién se cree que es para ponerte una mano encima? Ahora mismo vamos a denunciarlo.

Poco después llamaron a casa de Sara. Ésta se levantó aún asombrada por las palabras de Yolanda y fue corriendo a abrirle a su otra amiga. Por la puerta se asomaba una chica curiosa, no muy alta pero tampoco demasiado bajita. La estatura perfecta, eso era. Ella era algo más pequeña que las otras dos chicas. 16 años. Sus aniñados ojos escondidos detrás de unas gafas que no se quitaba nunca por miedo a las lentillas, mostraban simpatía, alegría, por lo menos hasta que conociese la noticia que Sara tenía que darle. Una amiga del principio de la adolescencia.  Se conocieron cuando Bea  cambió de instituto apenas comenzado el primer curso, sufría acoso en su antiguo colegio y sus padre tomaron medidas demasiado fuertes según ella pues tuvo que despedirse de todos sus amigos de clase. Tres almas inseparables. Hasta el día de hoy. Se peinó su melena por los hombros, a capas, y entró en la casa. Cambió la cara por completo cuando vio a su otra amiga en esas condiciones.

-¿Yoli? ¿Qué te ha pasado? ¿Qué es esto, una broma?

-Ha sido Jorge- dijo Yolanda con la respiración entrecortada.

Intentaron buscar una solución al gran problema que tenían en aquellos momentos, maltrato, violencia de género, unas palabras demasiado grandes para adolescentes.  Ante la triste mirada de Yolanda colocaron un poco de maquillaje sobre el rostro de la chica, intentando disimular los rastros de los golpes en su cara, pero aún más fuertes en su corazón. 

-Tranquila, saldremos de estas todas juntas y que sepas que esto no quedará aquí. ¡Ese personaje se las va a ver conmigo!- vociferó Sara.

-¡Y conmigo!-gritaron al unísono Yolanda y Bea.

-¡Cómo no vas a sonreír estando con nosotras!

Yolanda un poco más animada hizo una pequeña mueca en su desfigurado rostro, lo más parecido a una pequeña sonrisa, pero sincera, al menos lo más sincera posible en ese aturdido momento.

-No tengas miedo. Nosotras no te haremos jamás el daño que te ha hecho él. Nosotras sí te queremos.

Pronto Yolanda comprobaría si aquellas palabras eran ciertas. Mucho antes de lo que ella pensaba.


Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora