Veintinueve

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Se había despertado, bajo su punto de vista y debido al silencio que reinaba en toda la casa, la primera. Miró a la cama de al lado y comprobó que Sara aún dormía profundamente, incluso podría estar soñando con comida, con Eric o con cualquier otro chico más, debido a la sonrisilla dibujada en su rostro. Decididamente Sara nunca cambiaría. Pasaban las semanas, los meses y los años y desde que la conoció siempre había sido la misma, salvo porque ahora llevaba una relación amorosa con el mismo chico todos los días. Era algo raro para ella pero parecía que ambos se querían y se respetaban mucho yeso era un factor positivo en la vida de Sara ya que ningún otro chico antes la había tratado como se merecía, ni respetado por la chica que era. Para Sara nunca había sido un problema las críticas de los demás por ir de flor en flor porque sabía que ella precisamente no era la que hacía daño en ese tipo de relaciones.

Ahora Yolanda podía ver a su amiga, a la misma Sara de siempre, pero mucho más feliz que antes. Era ella en su totalidad, en el mejor momento de su vida, sin miedo al amor y con muchas ganas de sentirlo. Ella ahora estaba enamorada y Yolanda la envidiaba en ese aspecto. Eric y Sara eran como Jorge y ella al principio, felices y jóvenes acompañantes del querer. Pero luego todo cambió y nunca nadie la ha vuelto a amar, si es que Jorge alguna vez lo hizo. Y por otro lado estaba aquel joven que la había cautivado por completo y que había sido capaz de captar todos los sentidos y el órgano del amor de Yolanda. Pero Hugo ya no estaba o quizá nunca estuvo, por lo que no había conseguido enamorarla. Yolanda era feliz pero estaba vacía. Y ese vacío solo tenía un antídoto: amor.

Se levantó de la cama y aún apoyada sobre ella, miró la hora en el despertador. No eran ni las nueve de la mañana pero a pesar de que se acostaron tarde, no tenía nada de sueño. Se puso sus zapatillas y anduvo hasta el cuarto de baño de la misma planta. Se peinó delante del pelo con agua mientras se lavaba la cara llena de maquillaje. Una vez más había olvidado quitárselo.

Después de acabar con todos los restos negros de sus ojos, salió por la puerta y bajó a la primera planta en dirección a la cocina. No recordaba tener tanto hambre desde el día que salió del hospital.Por un momento recordó a Sara y el hambre que la azoraba durante la estancia en Londres. Abrió una estantería, cogió un bote de mermelada de manzana y la untó en dos rebanadas de pan tostados.Encontró al fondo en el frigorífico una jarra con zumo de naranja y como era su favorito se echó un vaso para acompañar el desayuno.

Terminó de comer, fregó todo lo que había usado, se sentó en el sofá yencendió la televisión sin acordarse de que allí todos los canales eran ingleses. Buscó el botón de los subtítulos pero después de varios minutos intentando configurar la televisión se dio porrendida. Se levantó y se dirigió a una de las muchas estanterías que había en el gran salón, formando prácticamente una biblioteca.Con suerte encontraría algún libro en español y podría pasar elr ato mientras los demás se despertaban. El inglés era una lengua que le gustaba y dominaba, pero después de tanto idioma extranjero tenía ganas de recordar su país.

-¿Bea?¿John? ¿Samira? ¿Hay alguien acá?-preguntaron desde detrás de la puerta principal de la casa.

Yolanda se asustó y pegó un brinco pero por la última palabra escuchada creía estar segura de quién se hallaba en la calle. Dudó en abrir ya que a pesar de la confianza que tenía con los dueños de la casa,al fin y al cabo solo era una invitada más pero de repente, una mano que venía por detrás abrió la puerta decididamente.

-Tú debes de ser Samuel, ¿me equivoco?-se peinó la cabellera rubia.

-Eh...hola,sí soy yo y tú eres...¿Yolanda, quizás?-preguntó el chico aún desde la puerta.

-No, Yolanda es ella.-dijo señalando a la chica que permanecía pasmada como una estatua, contemplando la escena.-Yo soy Sara, encantada.-y le dio dos besos.

Seis cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora