A simple vista parecía un día común, dentro de lo normal, sin sorpresas inesperadas ni acontecimientos que destacar. La mañana transcurría tranquila, el tránsito de los coches era seguido, sin parones, como si los componentes de esos vehículos fuesen los únicos habitantes del mundo, deseando llegar a un encuentro, a una cita con la persona que aman o simplemente a casa donde les espera la oscura soledad de todos los días. La calle casi inhabitada y vacía de caminantes desprendía aromas dignos de otoño, el cual se dejaba ver en las esparcidas hojas secas que ocupaban el suelo, las únicas en aquel caso. Aún así el clima era bastante favorable, ya que Yolanda seguía llevando esos shorts que tanto le gustaban. Se negaba a desprenderse de sus pantalones favoritos, negros y con los bolsillos traseros a medio romper. Al parecer a ella era a la única a la que le gustaban pues su madre llevaba meses intentando tirarlos y su novio no soportaba verla con ellos cuando no iba con él. Sin embargo, aquella chica de grandes ojos verdes y pelo rojo hasta la mitad de su espalda, no era fácil de convencer.
Aquella mañana Yolanda había decidido sacar a sus perros como siempre aunque eligiendo esta vez una ruta diferente. Callejeando por Coín,observaba cuanto veía, parándose de vez en cuando para acariciar a Miley y a Ania. En su despejado paseo decidió pararse en la cafetería Alameda, poblada siempre por mucha gente. Allí podía contemplar como varios niños pequeños jugaban junto al parque entre risas y cantos. "Ojalá pudiese volver a mi infancia", pensaba ella. La recordaba como la plenitud de su vida, el mejor momento, sin preocupaciones ni malestares. Los infinitos días con sus abuelos en el parque tomándose fotos, comiendo helado con los labios manchados de chocolate y fresa, las caídas en el barro, las broncas de su madre al llegar a casa con los pantalones rotos... Sabía que para su hermana las cosas no fueron igual, peleas y discusiones de sus padres de las que Abril, siempre la intentó proteger. Todo había cambiado tanto que ni siquiera ella podía reconocerse a sí misma. Su pelo ahora era diferente, de un rojo muy intenso. Su cuerpo también había cambiado por completo y en su rostro apenas se reflejaba la inocencia de la niña que aún soñaba ser.
Después de tomarse un refresco y unas patatas fritas de aperitivo, Yolanda añadió un par de frases a su última canción. En su rostro se veía el auténtico bienestar pues estaba totalmente convencida de su composición. "Ya solo me quedan los acordes de la guitarra", se decía a sí misma con una enorme sonrisa satisfactoria. Estaba segura de que tantas horas delante de una hoja en blanco habían tenido su recompensa y sobre todo, su punto y final. Más tarde dejó una propina al simpático camarero y justo antes de llegar a la puerta, girándose sobre sí misma, le correspondió al trabajador con una sonrisa de oreja a oreja. Hizo un último guiño al resto de comensales y salió por fin.
Caminando en dirección a su casa y dando por finalizado el paseo, Yolanda se cruzó con lo que marcaría un antes y un después en su vida, a bien o a mal. Aquello que haría que saliese por una vez de la rutina, habiendo elegido correctamente salir a esa hora y por aquel sitio.
-¿Qué? No puedo creerlo. No es posible. Me estoy engañando a mí misma. Esto debe de ser un sueño. El día de hoy ha sido un sueño.
Yolanda acababa de leer la frase más bonita que había visto nunca. Por fin había encontrado lo que siempre llevaba buscando. Su sueño podía hacerse realidad. Sabía que su meta cada vez estaba más cerca y todo el tiempo que llevaba esperando se acababa ahí. "Vetusta Morla en concierto, Málaga 31 de octubre a las 22:30. Sala París 15.
Yolanda, loca de emoción comenzó a gritar y a canturrear letras al azar de su grupo favorito mientras las personas que se dignaban a pasear a esas horas, la observaban. Se preguntaban asombrados por qué aquella joven alzaba la voz de esa manera. Lo que no sabían es que esa chica había recibido una de las mejores noticias de su vida.
Al llegar a casa, colocó las llaves en una cajita donde las almacenaban y dio de comer a sus dos pequeñas: un poco de leche y galletitas para perros en forma de huesos. Guardó las correas en un cajón de su habitación, cogió su tableta y se dejó caer sobre su cómoda cama. Tecleó un par de palabras en Google y pronto obtuvo lo que deseaba. Todo era real. El 31 de ese mismo mes cumpliría su sueño.
-¡No me lo puedo creer! ¡Esto es impresionante!- gritaba una y otra vez.
Yolanda necesitaba esa noticia en su vida. Un cambio, un giro de 180º, un destello de esperanza que le enseñase que la vida está para disfrutarla, para quererse, para reír cuando puedas, para llorar cuando lo necesites. Sabía que no todo estaba perdido. Después de mucho tiempo se sentía verdaderamente feliz. Tenía demasiadas cosas en su vida, era verdad, pero nunca nada la había llenado tanto como ese grupo, como la dulce voz del cantante. Nada le había hecho llorar de alegría como sucedía en aquellos momentos.
El ruido de su móvil la hizo bajar de la nube momentáneamente o quizás para siempre. Miró la pantalla y su sueño se evaporó nada más leer de quién se trataba.
-¿Dónde estás? ¿Estás en casa? ¿Con quién estás?
-Sí, estoy en casa. Sola.
-¿Y por qué no me contestabas el whatsapp? ¿Con quién hablabas?
-Tranquilo Jorge, estaba mirando unas cosas en el ordenador. ¡Vetusta Morla da un concierto en Málaga!
-¿Y piensas ir? Porque sabes que a mí no me gusta ese grupo. Así que conmigo no cuentes y sola no vas a ir.
-De verdad que a veces eres irritante. Se me quitan las ganas de todo contigo.
-Ni se te ocurra hablarme más así. ¿Te queda claro?
-Que sí.
Una y otra vez se había repetido esa situación. Ni ella misma sabía cuánto tiempo más podría aguantar aquella tortura que la acompañaba diariamente. Al principio todo era muy bonito, se querían, la quería. Ahora todo era una rutina, una triste rutina. Diecisiete años y encadenada a un hombre que no la quería, que jugaba con ella, que solo quería que estuviese con él. Que hablase con él. Que saliese con él. Solo quería que existiese él.
Y volvió a llorar pero esta vez la alegría ya se había ido. Se quedó allí paralizada mientras en el ordenador sonaba la voz de Pucho: "Hablemos para no oírnos, bebamos para no vernos, hablando pasan los días que nos quedan para irnos."
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Seis cuerdas
RomanceYolanda, una joven apasionada por la música y el mundo artístico desea con todas sus fuerzas ser una artista reconocida a nivel mundial pero todo se ve arruinado por su pareja Jorge, que tras sus constantes agresiones dificulta el mayor sueño de Yol...