El club de los Inadaptados

Capítulo 31. Parte 2.

Este capítulo es para KaRlaMazatan, espero te guste muchísimo ya que te toco uno intenso jaja. Agradezco todos tus comentarios y tu apoyo a ellos y a mi, y espero leerte por aquí. 

―Todo depende de tu actitud ―advirtió Lutzia, sin inmutarse.

―No sé qué quieras decir con eso ―señalé―. Pero lo que vimos ayer, sigue siendo lo mismo y hoy te apareces así tan... sinvergüenza, serena... y odiosamente hermosa.

Ella esbozó una pequeña sonrisa y dio unos pasos hacia mí.

―¿Crees que soy odiosamente hermosa? ―preguntó, enarcando una ceja.

Ahí vienen otra vez, sus preguntas sin sentido que me hacían sonreír. Fruncí mi ceño, tratando de mantener mi rostro serio.

―Más odiosa que hermosa o viceversa, estoy tratando de averiguarlo.

Su sonrisa se pronunció. Casi tuve que golpear mi rostro para recordar que justo ayer la vi besándose con ese por segunda vez.

―¿Y bien? ―pregunté sin ceder.

Suspiró, borrando lentamente su sonrisa.

―No lo olvidarás, ¿cierto?

―¿Cómo esperas que lo haga? ―cuestioné confundido―. Me persigue tu imagen junto a él y se me revuelve el estómago.

―Tú y yo no somos nada ―sentenció frustrada.

Eso saco el poco aire de mis pulmones, sentí como si me hubieran golpeado muy bajo.

―Para mí fue como si empezáramos a ser todo ―confesé.

Sin pena, sin vergüenza, ya no me importaba, era verdad, mis sentimientos por ella se sentían de verdad. Fue una muralla que se construyó ladrillo por ladrillo, con calma, sin presión, sin esperar nada más, pero justo ahora este tornado sobre nosotros, amenazaba con derribar todo a su paso.

Observé a mi alrededor, viendo a los chicos que tenían su vista en nosotros, pero Drew no estaba con ellos y tampoco se miraba ninguna señal de James. La música en el gimnasio cambiaba por una más lenta y las luces bajaron varios tonos.

―¿Seguirás molesto conmigo?

Suspiré resignado.

―No estoy molesto ―mentí―. Estoy decepcionado. "Ni por todo el arroz del mundo", ¿recuerdas?

Asintió sin hablar y sus ojos se entornaron con molestia.

―Solo quiero que me expliques ―pedí con calma, manteniendo una pequeña esperanza.

―No... puedo ―apretó la tela de su vestido con sus manos.

―Entonces, no puedo seguir aquí ―espeté.

Mi corazón se molestó conmigo por ponerlo en este lugar. Me sentía cabreado. Di vuelta, ya no queriendo verla, pero su mano en la tela de mi disfraz, me detuvo.

―Espera ―vaciló, se le miraba desesperada―. ¿Puedo pedirte algo?

Resoplé, dejando salir una risa irónica.

―¿En serio?

―Por favor... como regalo de cumpleaños... ―reveló con inseguridad, mordiendo su labio.

Mis ojos se abrieron en sorpresa y la miré con detenimiento.

―¿Hoy es tu cumpleaños? ―pregunté incrédulo. Ella asintió lentamente―. ¿Por qué no me lo dijiste?