Capítulo 35.

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Unos segundos de silencio fueron interrumpidos, por los pasos apresurados del director entrando a la cafetería.

―Ahora... ¿Qué pasó aquí? ―cuestionó, serio. Observando todo el lugar.

―Da la casualidad, que siempre llega tarde a las confrontaciones, director ―explicó con calma, Violeta. Pero solo aparentaba calma.

Abrió su boca, ofendido y ofuscado.

―Señorita, Violeta, le pediré que no me hable de esa manera.

Ella rodó sus ojos, molesta, pero no dijo más. Ramsés se acercó a ella con ternura.

―¿Y bien? ¿Qué pasó? ―inquirió de nuevo, cruzándose de brazos―. Las cocineras me hablaron de inmediato, argumentando que hubo una pelea, pero no sabían quiénes eran los involucrados.

De reojo, di una mirada a mi mano, notando que los nudillos de esta estaban completamente rojos y con algunas manchas de sangre.

―¿Otra vez usted, Sr. Reed? ―se dirigió a mí, enarcando su ceja―. No he olvidado que tenemos una conversación incompleta.

Resople, frustrado.

―No lo olvido...

―Entonces, ¿qué hace aquí? Y no en mi oficina.

Abrí mi boca para explicarle, pero la voz de Drew, me detuvo.

―Antes de que se vaya con usted, queremos hablar con él, si nos lo permite director ―pidió con serenidad.

Este frunció su ceño, mirándolo confundido y preguntó:

―¿Por qué?

―Le prometemos que no causaremos más problemas y solo será poco tiempo ―explicó, evadiendo la pregunta que también me estaba haciendo.

Analizó su petición unos segundos y finalmente asintió.

―Bien, lo espero a la salida en la dirección, Wesley. Y también con una respuesta de qué pasó aquí ―concluyó. Seguido, caminó tranquilamente hasta la cocina de la cafetería.

Observé a los chicos, que me miraban y después a Drew. Estaban confundidos, y yo sumamente embrollado en esta situación.

―Yo... ―traté de hablar.

―No nos interesa nada que puedas decirnos ―siseó Violeta en voz baja, interrumpiéndome.

―Violeta... ―susurró Lutzia, riñéndola. Posó su mirada en mis ojos, pero al segundo los quito. Mi corazón sufría cada vez que retiraba la mirada.

―Agh, bien, lo siento ―se cruzó de brazos.

―Es mejor que nos vayamos, Drew ―anunció Caroline, mirando la solitaria cafetería y los ojos curiosos de las cocineras y el director.

El chico invidente asintió y colocó su mano en el hombro de la chica, para comenzar a caminar. Me quedé parado sin saber qué hacer y fruncí mi ceño. Hasta que escuche a James carraspear a unos pasos de distancia, para que se acordaran de él.

―Sígannos ―soltó Drew, sin detenerse.

Y lo hicimos sin rechistar. Intenté dirigirle la palabra a James un par de veces, pero él solamente me ignoraba. Caminamos en un silencio incómodo, hasta que llegamos al aula que solemos compartir.

Entraron sin mirar atrás, tomando cierta distancia de nosotros. Y James de mí. ¡Carajo, no tengo la jodida peste! Se dirigieron hacia el cuarto especial que tienen, moviendo el librero y entrando por el pasillo. Finalmente, una vez todos adentro de esa habitación, me sorprendí. No se miraba para nada como la última vez que estuve aquí, ya estaba arreglada y no había ningún destrozo.

El club de los InadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora