Capítulo 38.

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Celia.

La pelinegra se mantenía cruzada de brazos y recargada en un muro. No había notado nuestra presencia mientras nos acercábamos.

James y Lutzia se negaron a acercarse, pero finalmente los convencí.

Ni siquiera sabia si querría ayudarnos, aunque a este punto, ¿qué más podía perder?

―Celia ―saludé en cuanto estuvimos a unos pasos de ella―. Hola.

Se sorprendió de vernos ahí, a un lado de ella. Frunció su ceño y enarcó una ceja.

―Amor, si quieres que nos veamos, no tienes que traer público... ―ronroneó, mirándome directamente.

Sentí a mi rubia ponerse tensa. Negué a Celia, suspirando y apreté la mano de Lutzia con fuerza.

―Basta, Celia, es momento de parar con los juegos ―advertí, tratando de no perder la paciencia.

Soltó una risita, pero sabía no era real. Volteó a su alrededor como buscando algo y finalmente, preguntó interesada:

―¿Qué quieren?

―Me van a correr ―solté, directo―. Y sabes que no debería ser así.

Sus labios se torcieron.

―Tú lo hiciste, Wesley ―se encogió de hombros―. ¿Recuerdas? Tú me contaste todo lo que ibas a hacer.

―Celia, para de fingir ―gruñí―. David lo hizo y sabes la verdad.

Sus ojos se entornaron ante la mención de David.

―Yo no sé absolutamente nada. Y si no querías que esto pasara, no lo hubieras planeado desde un inicio. Asume tus consecuencias.

―¡Me equivoqué! ―bramé―. ¡Ya sé que lo arruiné, pero estoy tratando de remediarlo! ¿Y tú? ¿Seguirás siendo cómplice de un tipo detestable? ¿Te amenazó? ¿Te obligó?

Ella palideció y negó con fiereza.

―¿Qué te pasa, Wesley? ¡Él jamás me haría algo así! ¡Él sí me ama! ―gritó, esta vez viendo a Lutzia y su cuerpo empezó a temblar.

―Tienes que escuchar ―susurró por lo bajo James.

―Tienes que ayudarnos. ¡Estás tan cegada que no lo quieres ver! ―exclamé, perdiendo la paciencia.

―¡No! ¡Él no! ―graznó―. ¡Lutzia solo te está metiendo mentiras en la cabeza! ¡Supéralo, querida!

―Ce...

―Wesley, para ―me interrumpió, Lutzia, con tranquilidad. Seguido, miro a la pelinegra con seriedad―. Celia, no tengo que mentir.

―Tú, cierra la boca ―gruñó, mirándola con total desprecio.

Ella negó y suspiró.

―Yo creía que él también me amaba... ―musitó, pude sentir que de reojo me miraba evaluando mi reacción―. Pero no era así. Él no sabe que es eso. Solo sabe utilizar las cosas a su antojo.

―¿Y crees que te voy a creer? ―preguntó, sonriendo con sorna.

Mi rubia se encogió de hombros, tranquila.

―Wesley es quien quiso pedirte ayuda a ti, porque yo tampoco confío en ti ―aclaró, sin vacilar―. Ya le fallaste dos ocasiones, al menos haz que la tercera valga la pena.

Negó, mirando a su alrededor.

―No haré nada ―me miró y pude notar como su rostro se entristeció un poco―. Ni siquiera por ti, Wes.

El club de los InadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora