Capítulo 40.

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Por favor, escuchen la canción. 

Hace años no lo hubiera dudado.

Incluso hace unos meses.

Pero ahora, todo ha cambiado.

Y lejos de sentirme mal por ese cambio, me sentía aliviado, completo y feliz.

―Te amé ―confesé sin remordimientos, separándome con lentitud de su agarre―. No lo puedo negar, te amé con cada parte de lo que era y fui feliz.

―Pero... ―continuó ella, intuyendo la dirección de mis palabras.

―Pero ya no te amo ―aclaré, mirándola directamente a los ojos―. Y no lo digo simplemente para vengarme por lo que haya pasado entre nosotros, sino porque es la verdad. Esos sentimientos se fueron junto con ese Wesley que estoy tratando o dejé atrás, todavía trato de confirmarme eso.

―Wesley, yo... ―vaciló. Se podía notar cierto rastro de tristeza en sus ojos―. Nunca quise provocarte dolor, estoy muy arrepentida.

Negué, tratando de tranquilizarla.

―Ya es pasado, créeme ―le pedí, esbozando una pequeña sonrisa―. Soy feliz ahora.

Sonrió débilmente y tomó mi mano con fuerza.

―Si ya no me amas, ¿ahora quien tiene tu corazón?

―¿Wesley? ―preguntó esa voz femenina que reconocería a distancia detrás de mí.

La respuesta llegó justo al momento que lo pensé.

Lutzia.

Sonreí abiertamente y me giré para ver directamente a mi rubia, que miraba con curiosidad la escena.

―La respuesta ahora esta de más ―concluí con Celia, sin dejar de ver a Lutzia.

Estiré mi mano hacia ella y sin dudarlo, la tomó.

―Hola, Celia ―saludó con serenidad.

La pelinegra suspiró cansada, sacando algo de su bolsillo. Nos miró y con duda, estiró su mano, mostrándonos un USB. La observamos confundidos y Lutzia sujetó el objeto.

―¿Qué es esto? ―preguntó con desconfianza, evaluando con la mirada Celia.

―Es... todo lo que estaba en el computador de David, son... ―flaqueó al querer continuar―. Los videos de las chicas con las que ha estado.

―¡¿Chicas?! ―exclamó, abriendo sus ojos de par en par―. ¿Son más?

―Demasiadas.

Lutzia tapó su boca con su mano, sin poder articular ninguna palabra. A los pocos segundos, prosiguió:

―¿Pero por qué me lo das a mí? ¿Por qué no has ido a la estación de policía? ―cuestionó, aturdida.

Celia negó con frenesí y dio un paso atrás.

―Primero, porque no creo que sirva de nada tenerlo ahí, lo más probable es que tenga un respaldo de todo esto en otra parte ―murmuró con pesadez―. Y te lo doy a ti, para que tú hagas lo que quieras hacer con eso, pero yo no quiero saber más del tema.

―¿Qué estás diciendo, Celia? ―pregunté, frunciendo mi ceño.

―Como lo escucharon ―recalcó, viéndonos―. Si Lutzia quiere demandar que lo haga, pero yo no quiero que nada de eso se relacione conmigo. Si algún día algo de esto saliera a la luz, yo... ―negó aterrorizada, sin poder continuar.

Mi rubia soltó mi mano y dio un paso hacia ella.

―Tenía el mismo miedo que tú ―confesó débilmente―. Pero Celia, tenemos que hacerlo todas juntas, porque si no se lo hará a otras chicas. Es momento de pararlo.

El club de los InadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora