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Harry.

Pasaron algunos días y nadie dio señal por Gomita, así que, perseguí a Carolina para que oficialmente sea nuestro perrito, sin embargo, se negó, por lo tanto es no oficialmente nuestro cachorro.

Debo admitir que habían momentos en los que me sentía muy intimidado por ella ¿Eran nervios? No entendía bien porqué, pero muchas veces el narcisista y egocéntrico era opacado por esa bella mujer pelirroja que emanaba felicidad por donde caminara. Es gran fan de Whitney Houston, podría estar todo el día cantando I have nothing, dejándome con la boca abierta al poder llegar a esas notas, yo lo intentaba, pero mi voz se cortaba en lo más alto. 

—Barry Styles, deja de joder con Gomita, necesito escribir este documento, coño.

Gomita y yo estábamos bailando alrededor de Carolina pero ella era una amargada y nos ignoraba.

—¡No me llamo Barry! —dije totalmente enojado, Gomita dio un mini ladrido. —¿Ya ves? Hasta él lo sabe.

—Tú y ese perro están locos, Barry.

Rodeé los ojos y seguí bailando con mi lindo amigo, Carolina gruñona. 

—¡Al fin! ¿Comemos algo? 

—Gomita ya comió, pero puedes hacerme comida a mi —le sonreí desde el suelo mientras ella negaba y desaparecía por la comida. —¿Debes trabajar desde ahora?

—Algo así, haré homeoffice, me pagaran un poco menos pero será más fácil seguir aquí y trabajar —la escuché gritar desde la cocina.

—¿De qué trata el caso?

—Juicio de alimentos, malditos y estúpidos hombres —aparecí en la cocina mientras la observaba cocinar.

—Que arrogante hijo de puta.

—Mi clienta es una amiga, la conozco de años, el muy maldito no quiere pasar ni un dólar y la pequeña tiene solo dos años.

Se me encogió el corazón, cómo es que existen ese tipo de hombres, que impotencia.

—Podría ayudarla, económicamente.

—¿Un compositor gana tanto como para dar ese tipo de ayuda? —mierda.

—Me subestimas y estas hiriendo mi ego de compositor —bromeé saliendo de la cocina con la vista perdida.

¡Dile la verdad, maldito imbécil!

Pasaron los minutos y Carolina me extendió un plato de comida mientras en la otra mano, traía una copa de vino. Almorzamos conversando tranquilamente, una semana aquí y no había escrito ni mierda, bueno, nada en concreto. Después de comer, me ofrecí a lavar los platos mientras Carolina recogía el desastre del pequeño amiguito entre gruñidos.

Lo que pasó a continuación fue muy rápido.

La vi venir hacia mi, Gomita se atravesó entre nosotros, ella tan torpe tropezó, corrí a sostenerla para que no cayera, nuestras respiraciones estaban muy cerca. Me perdí en sus ojos celestes, ella me regaló una sonrisa y antes de que pudiera escapar, pegué mis labios a los suyos. 

Mierda.

Me respondió el beso, claro que lo hizo, tan lento, sin prisa, la acomode entre mis brazos y los suyos fueron hacia mi cuello. Su lengua y la mía se enredaron para conocerse, nuestras respiraciones comenzaban a agitarse, tomé su cintura y perdiendo un poco el control, la pegué a la pared.

—Lo siento —susurré cuando nos alejamos.

Ella solo me miró y pegó sus labios a los míos, sonreímos entre besos para quedarnos lo que queda del día en esta sesión.

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.

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Los días fueron pasando y mentiría si no describo mi relación con Carolina como íntima, no sexualmente hablando, sino, somos como cómplices. Su sonrisa y su manera de entrar a mi alma con simples conversaciones, que podían ser muy superficiales o muy profundas. Habían días en los que solo conversábamos horas de horas sobre todo y nada, sobre nuestras experiencias más felices y más tristes, nuestros sueños y miedos, pero había algo que me dejaba intranquilo. 

Ella no sabía quién era realmente.

Si me preguntan el porque, simplemente diría por miedo a que algo cambiara, por miedo a que mi mundo cague lo nuestro, aunque no había nada en concreto más que miradas cómplices y besos, de todas formas, no he sido sincero. Con mucho miedo y todo en contra, hoy decidí contarle la verdad.

Ella se encontraba delante de mí, ansiosa, podía notarlo.

—¿Me dirás? 

—Carolina yo…

Ring, ring.

El sonido de su celular hizo que frunciera su ceño al ver el nombre en la pantalla, se disculpó y desapareció por las escaleras. Me quedé sentado pensando cómo estaban pasando los días y como faltaba cada vez menos para irme de aquí. 

—¡Harry, no sabes! —Carolina bajó sonriendo, estaba extremadamente feliz.

—¿Qué pasó?

—¡Mi abuela está esperando su vuelo para Jamaica, llega mañana y quiero que la conozcas!

Mierda.

Ella se lanzó sobre mí y la abracé, sintiéndome un poco culpable.

Carolina [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora