01

661 32 10
                                    

Harry.

Carolina caminaba a mi lado como si nos conocieramos de hace muchos años. Ninguno dice nada, guardabamos silencio esperando que el otro se anime a hablar. Siento como el aire desordena su cabello, haciendo que, incluso, rozara suavemente mi brazo. Tiene un cabello muy largo, muy pelirrojo y muy brillante. El silencio empieza a sentirse incómodo, por lo que decido acabar con él.

—¿Carolina... qué? —pregunté curioso.

—Carolina a secas —sonrió divertida. —¿Harry a secas?

—A secas. —asentí. —¿Vives lejos de aquí? —me atrevo a preguntar ya que lleva caminando conmigo casi media hora.

Yo me dirijo a mi hogar ¿pero ella?

—Si, mas o menos, ¿Tú?

—Si, también —me limitó a decir.

—¿Por qué escapabas de la rubia? No era fea —menciona dejando escapar una risita por debajo, casi inaudible.

—Porque estaba ebria, nunca me acostaría con una mujer sin su consentimiento.

—¿Entonces si no hubiese estado ebria...?

—¡No! —negué rápidamente y ella se burló de mi grito. —Es solo que, no lo sé, pero gracias por sacarme de ahí, me salvaste, te debo una.

—Créeme que la cobraré algún día, Harry a secas —sus ojos celestes llegaron hasta mí. Si bien Carolina no era una persona de baja estatura, era más pequeña que yo, como todos.

—¿Estudias? ¿Trabajas? —intenté seguir el tema de conversación.

—Ninguna de las dos, curioso —ella se ató el cabello en un moño desordenado, el aroma que desprendía viajó hasta mis fosas nasales, haciendo que volteara a mirar sus hombros descubiertos con algunas pecas en ellos. —¿Y tú?

—Ninguna de las dos, curiosa —me miró indignada y me lanzó un pequeño golpe en el brazo, hice una mueca exagerada de dolor y ella sonrió.

—Entonces asumo que estás aquí de vacaciones —esta chica no tenía ni la menor idea de quien mierda era, esto era genial.

—Si, algo así ¿Tú? —mientras esperaba su respuesta, vi que buscó algo en su bolso, escuché el sonido metálico y asumí que eran sus llaves.

—Algo así también —lejos de equivocarme, su vista se dirigió a una casa de dos pisos, nada más y nada menos que al lado de la mía, sorprendido, abrí mis ojos y sonreí.

—Vivo al lado —mencioné algo avergonzado.

—¿En serio? Espera, entonces no eres de aquí, nunca te había visto ¿Eres inglés, cierto? —ella se quedó parada en la pequeña reja de madera que detenía el paso hacia el jardín de su hogar.

—¿Cómo lo sabes?

—El acento —se encogió de brazos y abrió la valla para adentrarse en su casa. —Un gusto salvarte de aquella mujer, Harry, ten buenas noches.

Le di una última sonrisa y ambos caminamos hasta nuestras respectivas puertas. Vi mi celular y apenas eran las nueve de la noche, era temprano, y aunque el cansancio me venciera un poco, me quedaba algo de energía. Antes de que ella entrara a su casa, la llamé.

—Carolina.

—Dime —se detuvo en seco, mirándome.

—¿Quieres salir a comer? Me muero de hambre y en mi casa no hay nada.

—No —sonrió y se me borró la risa del rostro. —Pero puedes venir, tengo unas hamburguesas riquísimas.

Sonreí y caminé hasta su puerta para luego adentrarme en su casa. Le di una rápida mirada al lugar mientras ella dejaba su bolso sobre una pequeña mesa. Comparando su casa y la mía, ambas tenían la misma estructura pero estaban, definitivamente, decoradas de manera distinta. La casa de Carolina tenía vida y color por donde la miraras, había cuadros colgados con fotos de varias personas, familia de ella supongo, y también tenía una terraza que daba a la playa. El hogar era acogedor y eso me agradaba.

—Siéntate, ahora vuelvo —ella subió rumbo al segundo piso, dejándome sentado en aquella mesa de madera. A los minutos, escuché sus pies descalzos bajar los escalones y un pequeño tarareo de sus labios se escuchó.

La pelirroja apareció con un pequeño vestido que la hacía lucir cómoda y casual, la sonrisa no abandonaba su rostro y una botella de vino se colocó en el centro de la mesa.

—Ten —extendió hacia mí la hamburguesa, que se veía deliciosa, junto a unas papitas fritas.

—Gracias —empezamos a comer y ella admitió que no sabía destapar un vino, así que decidí ayudarla.

—Sin un sacacorchos, creo que será algo complicado —admití con la respiración agitada luego de varios intentos.

—Quizá mi abuela tenga uno por aquí —se levantó y se dirigió hacia los cajones.

—Oh ¿Vives con tu abuela? ¿No se incomoda porque un extraño entre en su casa?

—Oh, no no, ella vive en América —dijo sin importancia. —Esta es su casa, yo no soy de aquí, soy americana.

—Claro, era lógico —admití mientras la veía buscar aquel objeto.

—¡Aquí está! —ella gritó emocionada y me hizo reír, llegó bailando hasta a mi, me entregó el destapador y siguió moviéndose mientras yo le sonreía.

—Bailas bien —dije con el poco valor que sentí en mi cuerpo. —Carolina, en serio bailas bien.

—Llámame Carito.

Carolina [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora