Capítulo 3

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A lo largo de las múltiples misiones que tuve que realizar en mi pasado, más de una vez llegué a fantasear con la idea de huir. En una de ellas, cometí la imprudencia de creer que me debía a mí misma el intento.

Así empecé a orquestar un escape en mi cabeza.

No compartí el hilo de mis planes con nadie, me reservé cada nuevo trazo, cada posibilidad que descartaba. Comí, respiré y dormí tejiendo cada paso que daría, ideando escapes para cada complicación que pudiera surgir si llevaba a cabo mi plan.

Hasta que llegó el momento.

«Si no me fueras útil, yo mismo te habría dejado ir», me había dicho Dain luego de una victoria, refiriéndose a que mi efectividad en el trabajo era lo que me mantenía cautiva. Si hubiese sido mala, él me habría dejado ir, independientemente del precio acordado.

Jamás olvidaría sus palabras, sobretodo cuando llegó el momento de desafiarlas.

Era una de esas misiones que solo funcionaban si las hacía sola. En muchas de esas, a veces tenía vigilancia y protección, pero nada más. Esa vez, no. Estaba sola. Era mi momento.

Todo se trataba de conseguir una foto. Una maldita fotografía por la que habrían matado cientos, y por la que un poderoso político estaba pagando una suma estratosférica, suficiente para costear el interés, y la cooperación, de Dain y sus tiburones.

Todo lo que tenía que hacer era entrar a la habitación de una mujer —quien supuse que era la amante del político— y recuperar la fotografía que se especulaba estaría en su caja fuerte junto a algunas joyas de valor que le había regalado el hombre.

Y no se me ocurría una mejor manera de entrar en la habitación de mi presa, que siendo invitada a su cama.

Por desgracia, y aunque la química que surgió entre nosotras era innegable, ella resultó ser tan represiva consigo misma, tan incapaz de reconocer que su orientación sexual podía escaparse un poco de lo normativo, que solo conseguí que accediera a estar conmigo si era en un trío.

Para evitar un testigo anónimo más del cual preocuparme, incluí en el dichoso trío a otro miembro de la brigada, uno con el atractivo suficiente para cumplir con su tarea correspondiente: complacer a la víctima. Por mí no tenía que preocuparse, yo podía fingir.

El problema llegó después de que la mujer quedara rendida en brazos del sueño, dejándonos el camino libre para registrar su casa hasta los cimientos si hacía falta.

Arnold, mi compañero de misión, esperaba justo eso, que siguiéramos con el plan. Él no esperaba que yo jamás hubiese tenido intención de llevarlo a cabo, y yo no podía contar con que él cooperara con mi huida.

Así que lo conduje conmigo a la parte trasera de la residencia donde vivía la mujer, lo hice bajo el engaño de que teníamos que esperar al contacto que nos facilitaría la llave de la caja fuerte.

—Estuvo bueno, ¿no? —preguntó mientras encendía un cigarrillo para hacer más llevadera la espera.

A él no le importó tener que proteger el cigarro con sus manos mientras sobre ambos se derramaba el presagio iracundo del cielo, escurriéndose debajo de nuestros pies en una corriente rápida que serpenteba hacia el desagüe.

—La vida en dengus es como una lotería —continuó pese a mi silencio, expulsando el humo—. A veces te toca escarbar en los excrementos de tu amigo muerto para conseguir la llave que te sacará de la trampa que te han tendido, y en otros momentos ganas sumas insólitas de dinero por acostarte con dos hermosas mujeres y mojarte un poco en la lluvia.

Esas fueron sus últimas palabras antes de que, a mitad de un beso, lo asesinara.

Su peor error había sido corresponderme, cegado por el hambre de mí que se avivó en el acto entre tres que consumamos en la cama de nuestra presa.

Nerd 2.5: Parafilia [+18] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora