Cuatro huevos y un cuarto de taza de azúcar siendo revueltos al golpetear el tenedor contra en tazón de cristal fundido, una taza de aceite y una mezcla de taza y media de harina, polvo para hornear y sal, amasados por las suaves manos de su madre. Era su receta favorita de todos los tiempos, aquellos crujientes buñuelos espolvoreados por azúcar y el dulzor amaderado de la canela que hacían que durante las fiestas, toda su casa fuera asaltada por un persistente y cálido aroma a hogar.
Había pasado años de su vida tratando de recrear la sensación exacta del postre crujiendo en sus dientes tras la primer mordida y derritiéndose en su boca a cada masticar, pero sus intentos eran en vano; muy salado, muy quemado, muy aceitoso. No eran horribles, algunas personas habían tenido la audacia de decir que se trataban de los mejores buñuelos que hubiesen probado, pero era porque no habían probado los que su madre hacía, no importaba cuanto se esmerara en seguir paso a paso la receta o cuanto la cambiara para perfeccionarla, nunca estaba ni cerca de parecerse en los mas mínimo a los de mamá .
Ella siempre le repetía que tenían que hacerse en la época del año en la que el viento lograba soplar hacia el norte, trayendo de vuelta a todas las piezas dispersas del hogar hasta encontrarse en un mismo punto; cuando la temperatura era tan baja y los paisajes tan blancos, que nos recordaba lo mucho que debemos apreciar la calidez del sol y el florecer de los capullos haciendo que disfrutemos el ahora y dejemos de preocuparnos por el presente, recordando con amor el pasado, porque eso era lo que logaba que los buñuelos alcanzaran su punto; el amor, una pizca de amor, era lo único que se necesitaba para combatir la amargura de la vida, al igual que la de los buñuelos pero era algo que él jamás logro comprender, porque un bobo sentimiento afectaba el sabor de la receta, al igual de porque un bobo mensaje alteraba sus nervios y arruinaba su momento. Tal vez ella se trataba de su receta insufrible de buñuelos y él su difícil postre favorito.
Se había tomado unos días para despejar la mente y trabajar desde casa, tratando de aferrarse al recuerdo del dulce maple escurriendo por su cuerpo antes de la amarga "discusión", si es que así podía llamarla, pero sabía que no podía continuar así por demasiado tiempo, era casi su propio jefe, pero también el de una empresa entera y cualquier incidente dentro de esta durante su ausencia, caería sobre sus hombros y no podía arriesgarse.
El ajetreo y pesadez de la oficina era un sentimiento que no extrañaba y este se hacía más notorio con la fuerte tensión que hacia presencia cada vez que se topaba al abogado o a su dulce esposa.
- Licenciado Tomlinson, ¿puede ir a mi oficina, por favor?
- Enseguida, señor Styles.
Por primera vez en días estaría a solas con él, tal vez sería momento de aclarar la situación o simplemente ponerle fin a lo que sea que estuvieran haciendo, porque de lo contrario, las cosas acabarían en algo más que una simple pelea.
- ¿Me necesitaba, señor Styles? – dijo el abogado asomándose por la puerta de la oficina
- Oh si, aquí esta el contrato formal del trato que cerramos en Nueva York. Necesito que revise las cláusulas para darlo por concretado legalmente. – su boca y su cerebro se habían desconectado, los dos sabían bien que la razón por la cual había sido citado no era esa, pero no se atrevía a decirlo.
- Esta bien, lo llevo a mi oficina y en cuanto termine se lo envio con Veronica, señor.
- Con Veronica? Se lo pedí a usted y le pago a usted para hacerlo. ¿No tiene la capacidad de hacerlo usted solo o qué? - sus nervios comenzaban a irritarse
- Señor Styles, con todo respeto esas no son maneras de tratar a un empleado y respecto al trabajo, lo haré yo, solo lo enviaré con Veronica, asi que tenga por seguro que la excelencia y calidad será la misma.