Una vez dado el mordisco a la manzana prohibida, no pude hacer otra cosa más que seguir alimentándome de ella y disfrutar de su dulce sabor, sin importar que fuera un pecado y que la sociedad pudiera condenarme por ello. Eso eran para mí los libros, esa fruta de exuberante rojo que se había vuelto mi todo y mi más profundo secreto.
"Y aun si tenía que blandir mi espada una y otra vez sin descanso, aun si mis manos debían teñirse del rojo de la muerte, aun si mi alma llegaba a colorearse por completo del negro de la traición, al punto de ganarme el infierno, todo valdría la pena porque sus alas puras le serían devueltas, y podría alzarse en vuelo hacia la libertad que ella tanto amaba y que había sacrificado por mí.
Las sombras no la tocarán jamás porque yo me aseguraría de ello... De esa forma, aun cuando la historia olvidara a este simple mortal, al menos ella, mi amada y benevolente hada, sonreiría a las estrellas desde donde yo estaré, venerándola eternamente. Ese era mi juramento sempiterno, mis últimas palabras de amor, ese amor que no muchos comprendían, pero tampoco importaba cuando la intensidad de los sentimientos se desbordaba de tal forma. Mi dicha, mi alegría, mi corazón y religión; mi todo... lo era ella."
Dejé la pluma a un lado y tomé el delicado papel donde había plasmado las palabras que cerraban el capítulo, experimentando en mi pecho la desolación y el profundo amor que mi querido protagonista profesaba hacia su amada. Su sacrificio era algo tan profundo y hermoso, que me hizo suspirar y las lágrimas fueron convocadas por el remover de las emociones.
Y si yo lo sentía así, mis lectores también lo harían.
Di pequeños soplidos sobre la tinta para que secara más rápido y le di una última lectura rápida.
―La semántica es la adecuada y la evolución de las emociones también.
Tomé la pluma de nuevo y en la primera hoja que expresaba el contenido resumido, plasmé mi rubrica como Raymond Hayden: el seudónimo que me permitía cumplir mi sueño de escribir y ser aceptada como una escritora seria, en un mundo dominado por hombres.
El misterio que había creado alrededor del "joven escritor" encantaba a los lectores y me hacía vibrar de emoción, más cuando me fue concedido el apodo de Amo de los Suspiros por las personas que, mes a mes, esperaban con ilusión leer la continuación de las aventuras románticas de mis personajes, porque eso eran mis historias: el romance en letras.
Un golpeteo suave en la puerta me sacó de mis pensamientos, y tras dar la autorización, ingresaron mis dos doncellas de confianza, Rebecca y Daisy. Nos conocíamos desde niñas y ellas pertenecían al grupo selecto que sabía de mi secreto.
―¿Ha finalizado, señorita Amelia? ―Daisy acomodó un mechón castaño detrás de su oreja y mostró su habitual sonrisa gentil.
―Acabo de colocar el punto y final de esta entrega ―correspondí su gesto y comencé a organizar todo dentro de una carpeta de cuero negro.
―¡Ah! No puedo esperar a que lo publiquen, porque el último capítulo nos dejó suspirando y llorando ―añadió Becca, tan vivaz como siempre, haciendo que sus trenzas rubias bailaran con sus pequeños brincos.
―Les he dicho muchas veces que el esperar no es necesario cuando pueden leerlo antes que cualquiera.
―Y nosotras le hemos contestado que amamos leerlo directamente en el impreso ―replicó ella―. Además, son dos ejemplares que se suman a la cuenta y eso hará más famosa a la señorita.
Contra ellas no tenía nada que hacer. Me levanté, negando con la cabeza, y dejé que mi largo vestido rosa pastel se deslizara sobre el suelo con cada paso. Daisy recibió el ejemplar original de mis manos, ya que a través de su hermano, Ian, se lo hacía llegar a mi editor. Algunas personas podrían pensar que era algo exagerado de mi parte, pero siendo Raymond el preciado personaje que me permitía cumplir mi sueño, debía protegerlo.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...