"El bálsamo sagrado de la mañana se posa sobre los labios rojos de la doncella que, vestida de crueles espinas y enredaderas, me aleja de ella", leí en alta voz la pista que marcaba el inicio de nuestro juego, sintiendo como la emoción se apoderaba de mi corazón.
Cómo había esperado, las pistas eran un deleite, aunque a diferencia de años anteriores, tenían un toque que las hacía especiales e incentivaban a continuar el camino que habían trazado con especial cuidado.
Mis compañeros trataban de dilucidar el significado oculto en la preciosa frase, analizando cada palabra y relacionándola con cualquier cosa que hubiéramos visto en el hogar de la vizcondesa. Afortunadamente, ellos contaban con una ventaja que los demás no tenían: mi yo escritora que estaba adecuada a las alegorías literarias; aunque no quería monopolizar la actividad. Así que me limité a resaltar en una sonrisa una pequeña parte de la pista para estimularlos a continuar:
―El bálsamo sagrado de la mañana se refiere al rocío.
―Entonces estaríamos buscando algo en lo cual se posa el rocío... ―musitó pensativo el marqués―. ¿Una flor, tal vez?
―¡Una rosa! ―exclamaron el señor Hobbs y la señorita Katherine al mismo tiempo.
Ambos se observaron y después sonrieron entre sí.
―Los labios de una mujer son comparados siempre con los pétalos de una rosa, así que debe estar hablando del rosal ―los felicité.
―Entonces pongámonos en marcha ―indicó lord Winslow, haciendo un ademán para que las damas fuéramos adelante.
Avanzando por el jardín, aproveché para sondear a los demás equipos y ver si alguno ya había marcado alguna dirección como nosotros. Así era, pero cada uno llevaba su propio rumbo y eso me llevó a preguntarme con admiración, si lady Beumont habría preparado pistas distintas para todos.
Miré sobre mi hombro hacia el lugar donde ella había estado junto a lord Wemberly entregando los sobres; solo encontré a la sonriente vizcondesa que conversaba con otra dama. No había rastros de él. ¿A dónde habría ido? ¿Se habría sumado al juego? No, no lo creía porque él había estado involucrado en la planeación.
¿Dónde se había metido?
―¿Señorita Harding? ―Al escuchar el llamado del marqués, espabilé y me di cuenta que me había quedado rezagada.
―¡Lo siento! ―exclamé y les di alcance.
Habiendo llegado a los rosales, nos separamos para abarcar más espacio e iniciamos la búsqueda de la siguiente pista. En mi caso, me había tocado registrar la clásica glorieta de pilares blancos, que habían sido trepados por enredaderas. Busqué debajo de los asientos, en las barandillas y miré hasta el techo abovedado; no había rastros de ningún sobre violeta.
―¿Encontró algo? ―preguntó el señor Hobbs llegando a mi lado y yo negué con la cabeza―. ¿Será que nos equivocamos?
―No. Este debe ser el lugar, solo que es muy amplio.
De repente, sentí de nuevo esa sensación de estar siendo acariciada por una mirada ávida e impetuosa. Miré en todas direcciones y solo hallé decepción en la nada.
¿Habría sido él... o sería mi propio deseo haciéndose presente?
―¡Lo encontré! ―exclamó el marqués al otro lado.
Sacudí la cabeza y dirigí mis pasos hacia él para leer la siguiente pista, tratando de apartar de mi mente y mi cuerpo la sensación de estar siendo rozada por las brasas ardientes. Fue en vano porque, inconscientemente, no dejaba de buscarlo entre las demás personas que parecían estar disfrutando de la actividad.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...