Cambio.
De alguna forma mi cuerpo sabía que algo ocurriría esa noche. Una sensación que brotaba desde el suelo bajo mis pies, y recorría cada fibra de mi ser, aun cuando no sabía si sería bueno o no para mí. Pero de lo único que tenía certeza, era que mi vida daría un giro completo y abrumador. Un cambio de escena que se había estado gestando poco a poco, minuto a minuto, con cada una de mis elecciones y que me habían llevado a aquel salón.
A la hora de dejar las máscaras a un lado como Ethan había dicho.
La calma y el disfrute habían permanecido conmigo durante los bailes y conversaciones, o eso había intentado y cuando sentía que la ansiedad crecía, admiraba las preciosas decoraciones que Ellie había utilizado, para convertir su hogar en un auténtico palacio invernal. Preciosas arañas que regalaban su luz dorada y que hacían centellear los cristales que colgaban de los techos altos y abovedados; o la manera en la que ella había logrado combinar su color favorito con el azul, el plateado y el turquesa, tanto en los arreglos florales como en los ornamentos y telares que vestían de gala el amplio espacio de paredes blancas. Un trabajo exquisito, digno de una marquesa, que había dejado sin voz a más de uno; pero sin importar el esfuerzo mi atención siempre volvía a la entrada.
Ya fuera desde un lado de la pista de baile o dentro de ella como en ese instante, solo esperaba verlo llegar. Porque aun portando máscaras y disfraces que envolvían a los invitados en la mística libertad del anonimato, estaba segura de que yo lo reconocería.
―¿Espera a alguien, señorita? ―me preguntó en un cruce mi compañero de baile, un joven de simpático carácter y cabellos mucho más rojos que los míos―. No ha dejado de mirar hacia la entrada.
―No, no. Lo que pasa es que... ―Tuve que cortar mi respuesta al tener que retroceder, para cruzar por detrás de la mujer a mi lado.
―¿Decía? ―preguntó cuándo volvimos a juntar nuestras manos.
―Oh... bueno. Lo que pasa es que me sorprende la cantidad de personas que han venido y que... siguen llegando ―me justifiqué con lo primero que se me ocurrió, y traté de concentrarme en mis pequeños brincos y deslizamientos. Sin embargo, pude notar que la suspicacia se apoderó por un momento de su mirada azul.
Poco después, la vigorosa música fue bajando en intensidad hasta convertirse en un suave murmullo de acordes, que fue ocultado por los aplausos que dimos después de ejecutar los pasos finales de la cuadrilla.
Como todo un caballero, me escoltó hasta donde mi madre esperaba, tan hermosa como solo ella podía verse, vistiendo de un vivo turquesa que hacía resplandecer sus ojos, aun estando detrás de una máscara dorada.
―Gracias por haberme concedido el baile, fue todo un placer.
―Lo mismo digo, señor...
―Bradford ―completó en una amable sonrisa―. Nicholas Bradford para servirla siempre.
―Lo siento mucho, es que yo...
Me interrumpió al negar con su cabeza, sin borrar su gesto afable.
―No se disculpe, ya le he dicho que soy nuevo en la ciudad y es normal que pase desapercibido. Más bien, conté con mucha suerte de hacerme con una invitación para esta noche.
―Bueno, espero que se divierta mucho.
―Usted también, señorita Harding, y... ―Se inclinó un poco y mostró una sonrisa diminuta y traviesa al susurrar lo siguiente―: rogaré para que esa persona que tanto espera llegue al fin.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...