"Después de haberte amado y de que mi alma reclamó su permanencia a tu cuerpo y espíritu, yaces dormida a mi lado. Sé muy bien que lo que te abatió no fue el sueño, sino la fatiga propia de la pasión que revive en mi memoria, mientras trazo los lunares que componen la constelación en tu espalda con los dedos. Sonrío porque aun puedo oír el sonido de tu voz que expresó tu disfrute, sentir la prisión abrasadora de tus muslos en mis caderas; todavía está impregnado tu aroma de mujer en mi cuerpo y en mi boca el sabor de tus labios y de cada rincón explorado. Las cosquillas te devuelven a la vigilia y en esos ojos veo la intención de no seguir soñando porque, al igual que yo, eres feliz en la realidad.
Y siguiendo la orden muda de tus pezones beligerantes y deseosos, no demoro en devorarte otra vez. No, yo no necesito soñar, necesito estar despierto para experimentar este calor, este amor... Esta fusión que hace vibrar nuestras almas al unísono. Es un solo latir, un mismo ritmo al respirar, juntos en el orgasmo final que nos muestra ese universo creciente y eterno. Tú".
Sentada a un lado de mi cama, acariciaba esas hojas tan leídas y queridas por mí, mientras revivía los recuerdos de aquellos días en los que Asher Blackwood había logrado despertar a la mujer soñadora, que se alimentó de lo que sus historias prometían. Momentos intensos donde el mundo dejaba de girar, vientos musicales y llenos de color; tocar las estrellas con la punta de los dedos y hasta atestiguar el amanecer en los ojos de mi amado sin rostro, al materializar, juntos, un sentimiento tan profundo como lo era el amor.
Abracé contra mi pecho el volumen de Pasiones Líricas y agradecí a mi escritor favorito por cultivar en mi alma una preciosa ilusión. Pero como expresaba Luke en la página recién leída, yo ya no necesitaba soñar porque la idealidad había quedado en el olvido para dar paso a la vida real.
El tiempo no se había detenido, tampoco había alcanzado astros celestes ni visto colores; pero con cada palpitar y cada centímetro de mi ser me había entregado a Ethan Ashworth. Habíamos entrelazado nuestros cuerpos húmedos por el sudor de la pasión, y la música prometida por Blackwood había sido suplantada por gemidos y gruñidos, provocados por el placer que nos hizo vibrar. Y aunque no vislumbré el amanecer en sus ojos, sí conté estrellas en el firmamento nocturno desde la ventana de su habitación; con sus brazos a mí alrededor y su cuerpo desnudo pegado a mi espalda, mientras sus labios prodigaban besos en mi cuello.
Lo carnal se volvió espiritual en aquel instante tan íntimo y gracias a eso comprobé que nuestras almas realmente se habían unido. Descubrí la verdad oculta tras aquella sincronía retratada en sus historias y eso... eso fue lo que volvió el momento perfecto.
Entonces, ¿cómo dejarme llevar al mundo de los sueños, cuando sus besos todavía seguían latentes en mi piel?, ¿cómo soñar cuando el hormigueo de su vehemente culto a mi cabello seguía vivo?, ¿o cuando todavía podía percibir su aroma mezclado con el mío a pesar de haber tomado un baño? Imposible, simplemente imposible y, por tonto que pareciera, había pasado casi toda la mañana trasladándome a aquella recámara, a aquel lecho, nuestro lecho de sábanas desordenadas. Las emociones se mezclaban en mi pecho y se dibujaban sonrisas que rendían pleitesía a la nada.
¿Le estaría pasando lo mismo a él? ¿Pensaría en mí de la misma manera? ¿Anhelaría tanto mi presencia como yo la suya? Apreté aún más el librillo contra mi pecho y me reí de mí misma; posiblemente me había vuelto loca, porque lo único que deseaba era alimentar su cuerpo ígneo con mi aliento para volver a arder juntos hasta la alborada.
Y con esa imagen en mente, se bosquejó una frase que me provocó un escalofrío: "El viento jamás apaga el fuego, lo aviva hasta convertirlo en incendio".
―Debería anotarla... ―musité en una sonrisa―. Podría ser útil para nuestra nueva historia.
―¿Qué haces sentada en el suelo?
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La dama de medianoche
RomantizmAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...