Capítulo 15

261 43 68
                                    

Las fiestas de jardín que ofrecía la vizcondesa Beumont eran conocidas en todo Zándar por la diversión que ofrecían como: conciertos al aire libre, exposiciones de arte y sus tan afamadas búsquedas de tesoros. La mayoría de las personas participaban por el gusto exquisito que la dama tenía para los premios; pero lo realmente valioso, o por lo cual yo asistía a sus juegos, eran las preciosas pistas que tenían un aire literario.

Y a pesar de no saber si las escribía ella o algún poeta remunerado, siempre lograba hacerlas cada vez más interesantes.

Desde nuestra posición, a la sombra de un alejado árbol de gran tamaño, se podía atestiguar el dedicado esfuerzo de nuestra elegante anfitriona en hacer sentir bien a sus invitados: ya fuera en los deliciosos bocadillos servidos en distintas mesas blancas, la soberbia ambientación en tonos rojizos, y hasta en la suave música que tocaba el cuarteto de cuerdas para amenizar. Todo había sido planeado con esmero por la vizcondesa de cabellos rubios que conversaba y reía entre todos los asistentes, con un carisma inigualable. Lamentablemente, era algo que no parecía ser apreciado por su ausente esposo que, según se decía, solo aparecía en los eventos importantes para guardar las apariencias.

Suspiré y la observé mover su abanico con gracia; alguna vez había escuchado que las mujeres adquirían libertad al estar casadas porque, siempre que se fuera discreto, llevaban emocionantes vidas separadas. Pero ¿realmente así era? Porque, ante mis ojos, era como vivir con un grillete atado al tobillo.

Di un respingo cuando mi hermano carraspeó a mi lado. Aun cuando trataba de conservar su elegante postura, Erick alternaba su peso entre un pie y otro con incomodidad, y ya era la quinta vez que pasaba su dedo con disimulo por el espacio entre su garganta y el pañuelo sostenido por la corbata. Parecía fatigado, incluso ahogado, lo cual era gracioso porque antes de todo lo ocurrido, él había adorado vestir a la última moda masculina.

―Gracias por haberme acompañado hoy ―musité, sintiendo un poco de pena por él.

―No tienes que agradecer. Es mi rol como tu hermano mayor.

―Aun así, gracias.

―Es solo que... ―resopló y bajó la mirada hacia su ropa―, después de haber conocido la sencillez y la practicidad, volver a estos trajes me está resultando un completo incordio.

―Eso veo ―me reí.

―Y me siento como un maldito muñeco.

―Cuidado con el lenguaje. Soy tu hermana pero también soy una dama ―le señalé con el abanico cerrado.

―Tu repertorio de groserías cuando estás furiosa, es más rico que el mío, hermana querida.

―Y eso es algo que solo mis hermanos deben saber.

―¿Y tu futuro marido? ¿Lo mantendrás en la ignorancia con respecto a ese pormenor?

Le sonreí con falsa dulzura.

―Se enterará cuando tengamos nuestra primera discusión.

―Eres una mujer cruel.

―Lo aprendí de los mejores ―le guiñé un ojo, ganándome una sonrisa altiva de su parte, muy característica de él.

Ambos volvimos la mirada al frente y al notar que varios de los presentes nos estudiaban con cierto descaro, suspiramos al mismo tiempo.

―Esto también es un incordio ―señaló al frente con su cabeza―. Y te aseguro que están más interesados en el chisme que involucra mi apresurado matrimonio, que mi nuevo estado civil por sí mismo.

La dama de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora