Ethan Ashworth
La culpa y el miedo me carcomían el alma. Devoraban poco a poco la razón con esos malditos: "¿qué hubiera pasado si...?" que aparecían sin control y no hacían más que atormentarme. Una vida sin sus sonrisas, sin sus colores... No más letras dulces y rebosantes de amor, no más atardeceres y cabellos arrebolados.
Había pasado por esa misma sensación solo una vez, aquel oscuro día en el que Claire fue sentenciada a muerte. Un terror helado capaz de petrificar... y si no era así en ese instante se debía a la furia que fluía por mis venas como río embravecido; al apremio de hacer algo porque, esa vez, mi enemigo era de carne y hueso, capaz de sentir, sufrir y ser destruido.
Y así sería.
Un golpe ligero en mi pierna me extrajo de mis pensamientos; cortesía del bastón de Alex. Sus ojos verdes apuntaron al frente para que regresara la atención al agente Faulkner, pero siendo honestos, no me interesaba saber cómo habían logrado atrapar al hombre que intentó secuestrar a Amelia. Solo quería tener frente a mí a ese pedazo de mierda para hacerle pagar con creces la herida en su cuello.
―Desde luego, interrogamos al sujeto antes de entregarlo a la policía.
―¿Y confía en lo que le dijo? ―preguntó Alex.
―En Edras, nuestros métodos son... enérgicos, por decirlo de alguna manera ―mostró una sonrisa torcida―. Nuestro jefe puede hablarles al respecto.
Conociendo el lado oscuro de Marcus, no lo ponía en duda y me satisfacía saber que el bastardo había sufrido un poco.
Nos contó entonces que durante el "interrogatorio", el tipejo reiteró una y otra vez que solo debía simular que secuestraría a Mia, porque su objetivo real había sido pasar el mensaje para asustarla. Dinero fácil fue lo que debió pensar, al no saber que su presa contaría con un protector especializado.
Imbécil.
―¿Confesó quién lo contrató? ―pregunté.
El agente Faulkner asintió con la cabeza.
―Alto, piel aceitunada, contextura fuerte y de acento extranjero. No pudo darnos más información porque el sujeto siempre fue cubierto con una capucha.
―Un intermediario ―gruñí.
―Es lo más probable, pero de alguna manera debe llegarle la información al duque ―expresó el agente y sus ojos azules se posaron en mí―. He colocado un par de hombres en las inmediaciones de la mansión; también le he ofrecido más dinero a la sirvienta que nos ha estado pasando información para que esté atenta: si alguien sospechoso visita a lord Chadwick en las próximas horas, lo sabremos, su señoría. Solo le pido un poco de paciencia.
Aun cuando mi cabeza se movió en forma afirmativa, en mi mente dije lo contrario. Esa visita me había servido únicamente para terminar de asentar mi decisión: ya había aguantado a ese anciano por ocho largos años, primero por mi familia y luego por consideración con Claire; no esperaría más.
―Marcus debe estar ya en tu casa ―dijo mi amigo, una vez dentro del carruaje―. Tranquilo, entre los tres veremos qué hacer para salir de esto.
Sabía que su intención era apaciguar la rabia para evitar que cometiera una insensatez; pero lejos de sofocarla, lo que yo quería era... venganza. Así, mientras veía como la noche se apoderaba de Zándar a través del cristal, juré hacer todo lo que estuviera en mis manos para que Charles Bennington pagara, una a una, las lágrimas y gotas de sangre que Amelia había derramado.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...