Frente al espejo di varias vueltas para observarme desde todos los ángulos posibles. Que la ropa me quedara holgada era perfecto para disimular mis atributos femeninos, Daisy me había trenzado el cabello para ocultarlo debajo de un gorro de algodón y las botas... Bueno, las botas me quedaban grandes, algo que mis doncellas habían solventado al rellenarlas con calcetines extras. Las miré; negras, lustrosas y terriblemente incómodas.
Di una última vuelta y le sonreí al chico que me devolvió el gesto en el espejo: no me había equivocado, la ropa vieja de Ned era perfecta para la incursión que iniciaría dentro de poco.
―¿Está segura que no quiere que la acompañe? Mientras usted disfruta con sus amigos de la Sociedad, yo podría esperarla en la entrada de la galería de arte.
A través del espejo distinguí la expresión preocupada de Daisy; me sentí culpable por la mentira que había usado para ocultar mis verdaderas intenciones, porque no podía permitir que ella fuera conmigo por dos motivos. El primero y más importante; el secreto de Ethan. Mi doncella era muy inteligente y en cualquier desliz podría llegar a una verdad que solo él tenía el derecho de revelar.
Con lentitud, le mostré a través de mi rostro y el apretón en su mano la gratitud por su sincera preocupación y ganas de cuidar de mí.
―Esto no será como las usuales visitas a la Sociedad donde tendrías un sitio confortable en el cual esperarme, querida. Y no me sentiría cómoda sabiendo que estás sola y de pie bajo el sol de la tarde, mientras yo "disfruto" de la experiencia.
―No tengo problema de...
―También resultaría sospechoso que la doncella de la señorita acompañe a un chico, o sea vista deambulando como alma en pena por las calles cercanas a la galería ―interrumpió Becca al pasarme la levita que completaba mi atuendo.
―Eso es muy cierto ―le agradecí con un guiño que ella correspondió, y volví a Daisy―. Estaré bien, te lo prometo. Además, ―Di una vuelta sobre mi eje―, ¿quién le prestaría atención a un mocoso de dieciséis años?
Su claudicación llegó con un suspiro profundo. Después ella misma me pasó el antifaz que usaría al llegar a la reunión que había inventado con los miembros de la Sociedad en la galería de arte. El objeto de negro mate se hizo pesado en mis manos; la carga de la mentira que acepté al guardarlo en el bolsillo interno de la levita.
Era mi decisión y tendría que lidiar con las consecuencias.
Caminé hacia el pequeño escritorio y al abrir la gaveta privada saltó a relucir mi tesoro: Luna de primavera. Sonreí sin remedio al acariciar la cubierta porque más allá de tener una dedicatoria tan maravillosa, después de saber lo que ese libro significaba para Ethan, se había vuelto invaluable para mí.
Lo alcé un poco y justo debajo estaba la libreta donde había anotado ideas durante la noche. Pasé las páginas con rapidez hasta llegar al principio de los elementos que deseaba plasmar en la escena erótica que se daría entre Velkan y Samira. Mis mejillas se ruborizaron; si bien no había sido nada sencillo el visualizar ciertas cosas... que fuera Ethan mi protagonista me llenó de mucha inspiración y fue... mucho más placentero que aquella vez tan lejana ya.
Cerré el cuaderno de golpe y me abaniqué con él; en verdad me había convertido en una descarada y lo aterrador y emocionante a su vez, era que ya no me sentía culpable por ello. Todo lo contrario, deseaba más y allí estaba el segundo motivo por el cual Daisy no podía ir conmigo: quería estar a solas con Ethan.
Sabía cuáles serían las implicaciones a mi reputación si me descubrían, pero por extraño que pareciera, no tenía miedo de ellas y también confiaba plenamente en mi prometido: él respetaría mi decisión, siempre.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...