Capítulo 2

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El traqueteo de los carruajes se mezclaba con el murmullo de las personas que andaban a pie, la mayoría de ellos simulando ver las tiendas en los alrededores, cuando sus ojos no hacían más que vigilar el único establecimiento que tenía fila para entrar en él.

Becca y yo estábamos en la plaza que debía su nombre a los querubines que parecían juguetear en la fuente central, pasando desapercibidas mientras observábamos con emoción a los particulares compradores que, por su vestimenta, debían ser personas de clase media, no obstante, mi querida doncella conocía a muchos de los sirvientes que trabajan en las casas nobles de la ciudad, y por eso era evidente para nosotras que ellos estaban ahí por pedido exclusivo de sus señores para comprar el nuevo volumen de Pasiones Líricas, que recién había salido a la venta.

―¡Oh, miré! Aquel que llegó es el mayordomo de los Linton ―señaló con disimulo―. Y vea quién va saliendo.

Entrecerré los ojos para detallar mejor a la mujer que llevaba un velo lila cubriendo su cabeza; abrazaba algo contra su pecho, con seguridad el Librillo del Mal. No logré identificarla, pero por su forma de caminar y el discreto y a su vez costoso vestido azul de temporada que llevaba puesto, debía ser una noble. Mi sospecha se confirmó cuando la vi subir a un carruaje una calle más abajo.

―Lady Berkel ―musité con una pequeña sonrisa, al ver el blasón del coche cuando pasó frente a nosotras.

―Imagino que la duquesa no quiso enviar a ninguno de sus sirvientes esta vez, por la necesidad de leer primero que nadie ―musitó Becca―. Su doncella me comentó ayer en el mercado que su señora estaba que se trepaba por las paredes de la ansiedad. Así que apostaría mi salario completo a que va leyendo en este instante.

―Debes estar muy segura para apostar tal cantidad, porque mis padres tacaños no son ―me reí.

―Oh, lo estoy, lo estoy. Muy segura.

Mis ojos volvieron a la larga fila y me deleité con las sonrisas satisfechas de todos aquellos que salían de la tienda con el fascículo en sus manos; era puro orgullo. Sabía que yo formaba una minúscula parte de ese librillo, ya que éramos once escritores en total los que le dábamos vida, pero me bastaba con saber que en cada una de esas personas mis personajes cobrarían vida y los hacían reír, llorar, enamorarse y hasta odiar, porque de eso se trataba el escribir, de transmitir un sinfín de emociones que transportaban a los lectores a otros mundos, a otras vidas y les permitía desconectarse de la monotonía a la cual estábamos sometidos.

Algo maravilloso en verdad y que me impulsaba a seguir creando y escribiendo.

―¿Y ve aquella que está sentada allá? Es la doncella de lady Rowbottom. ―Apuntó con su dedo a una joven de vestimenta sencilla que estaba sentada en una de las bancas de piedra, sumergida en la lectura―. No se aguantó las ganas de echar una ojeada rápida antes que su señora.

―Y no es la única ―dije, admirando a varios que hacían lo mismo que ella.

―Menos mal Daisy compró los nuestros apenas abrieron las tiendas, porque si no fuera así, estaría llorando de desesperación viendo a la gente leer.

―¡Pero si todavía no has leído! ―me burlé.

―Para cuando la señorita despertó, yo ya había leído el nuevo capítulo de Colton ―mencionó con un gesto socarrón que me hizo abrir la boca indignada―. Y debo decir que el giro que le dio a la trama fue épico.

―¡Oh, dios! Sabes que aún no leo y dices eso. ¡Cuánta maldad hay en tu corazón, Becca!

Ella no dudó en reírse.

La dama de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora