El tiempo pareció ralentizarse mientras la miel y la almendra se batían en ese interesante duelo que aceleró mis latidos; y ante la tensión que se respiraba entre ambos, inconscientemente mis manos se retorcieron un poco, siendo la única señal de ansiedad que me permití mostrar.
―¡Es un placer tenerlo por aquí, lord Wemberly! ―El saludo enérgico de Eleonor, nos despertó a ambos del extraño trance y entonces el joven desvió su mirada hacia ella.
―El placer es todo mío, milady ―correspondió, inclinando su cabeza hacia ella.
Su voz era justo como la recordaba: vibrante, elegante, profunda y cadenciosa.
―Lamentablemente, los asuntos que está atendiendo el marqués con su abogado y su administrador lo han retrasado. Si gusta esperarlo, es bienvenido a tomar el té con nosotras ―dijo Ellie, señalando la mesa con un ademán.
―Si no interrumpo la amena charla que sostiene con su visita, me gustaría aceptar su proposición.
―¡Para nada! Será todo un honor contar con su compañía.
Ambos se giraron hacia mí y entonces mi amiga hizo los honores de presentarnos como lo dictaba la costumbre. Sin embargo, las voces me parecieron ecos lejanos ante el poder de esos orbes que me invitaron a hundirme en ellos de nuevo, captando la curiosidad que danzaba en las profundidades y que los hacía lucir alegres y traviesos, aun cuando mostraba un semblante mesurado al tener sus labios relajados y sus cejas pobladas ligeramente fruncidas.
―...del señor Arthur Harding, un respetable miembro de nuestra sociedad. ―Al escuchar mi apellido, incliné mi cabeza por mero instinto―: Querida, él es Ethan Ashworth, conde de Wemberly. Un buen amigo de mi esposo.
«Ethan Ashworth», repetí en mi cabeza, como si buscara interiorizarlo y darle el nombre real al joven misterioso de mis recuerdos.
Él inclinó su cabeza y al enderezarse de nuevo, curvó sus labios hacia arriba.
―Un placer saber su nombre al fin, señorita Harding.
Inexplicablemente, con esa mera frase, mis mejillas se calentaron. ¿Qué infiernos era eso? ¡No me reconocía a mí misma!
―¡Oh! ¿Ustedes se conocen?
Su risa masculina y suave llenó el espacio.
―Podríamos decir que tuvimos un encuentro interesante y por desgracia no pude saber su nombre.
Ese comentario me sacó de mi letargo y encendió mis ganas de desafiarlo.
―En realidad, usted comenzó a hablar conmigo sin presentarse y después se fue dejando un nombre falso, lo cual fue muy descortés.
―Apodo, en realidad. Pero si mi pequeña broma le resultó molesta, me alegra tener la oportunidad de disculparme y resarcir mi error. ―El destello en sus ojos que compaginaba con la bribona sonrisa en sus labios, me dijo que en realidad era todo lo contrario.
―Oh, vaya... Amelia no me había comentado nada.
―Porque no había nada importante que comentar en realidad ―dije, restando importancia con la mano.
Fruncí mi ceño, porque en vez de molestarle, su sonrisa se ladeó y comprendí el porqué de su alias: era un fanfarrón como el dios del caos.
―De acuerdo... ¿les parece si tomamos asiento? ―preguntó Ellie ante la tensión.
Ambos asentimos y como todo caballero, el joven esperó a que nosotras volviéramos a nuestros lugares para él ubicarse en el suyo, justo a mi derecha. Y mientras mi amiga organizaba todo con la sirvienta que había traído un nuevo servicio de té, me di mi tiempo de estudiarlo con disimulo. Su postura era derecha y distinguida, como la de todo noble, sin embargo, lograba proyectar un aura serena y hasta simpática, gracias ese gesto taimado que parecía imperecedero. A eso, le añadía el toque despreocupado y fresco que le daba su cabello rubio y ondulado al caer graciosamente por su frente.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...