Había estado en nuestra biblioteca infinidad de veces: ya fuera leyendo algún libro o buscando inspiración para mis propios escritos; en ninguna de esas visitas había apreciado la forma en la que los rayos del sol vespertino, atravesaban los cristales de las ventanas. Se creaba un efecto luminoso que le otorgaba una tonalidad dorada que no podía distinguirse en ningún otro salón de mi hogar, haciéndolo parecer mágico.
¿Por qué no había sido capaz de notarlo antes? La respuesta llegó con el susurro del nombre de Ethan junto a una sonrisa que aún tenía impregnada su calor y sabor, a pesar de haber transcurrido varias horas desde nuestro último beso. Me llevé los dedos a la zona media y carnosa de mi boca y delineé la curvatura formada por la alegría.
―Estoy enamorada ―musité bajito, aunque en el corazón lo sentí como si lo hubiera gritado a los cuatro vientos. Y se sentía maravilloso.
Había reflejado la intensidad del amor en mis historias incontables veces, haciendo homenaje a su nobleza, belleza y poder, pero experimentarlo... Experimentarlo en mi propia piel me había hecho ver que mis descripciones no le hacían la justicia que merecía tan precioso sentimiento y, posiblemente, no existían palabras suficientes para lograrlo.
Era sublime, extraordinario y me envolvía de tal forma que me hacía apreciar mi entorno de forma diferente. Ya no había viento, era música lo que oía y que hacía danzar las ramas de los árboles. Ya no había silencio, sino pausas que me permitían percibir el rítmico latir de mi corazón. Ya no había frío, porque la tibieza de sus besos y los recuerdos me acompañaban en todo momento. Y ya no había miedo, porque el mismo deseo me hacía sentir osada, valiente.
Un velo había caído, permitiéndome descubrir una parte de mí que había estado oculta en mi interior todo ese tiempo. Y era extraordinaria.
El ruido de la puerta me sacó de mi ensimismamiento. Giré la cabeza en su dirección y distinguí a mi madre que avanzaba a paso presuroso hacia mí.
―Tu padre ha llegado ―dijo con un tono de voz más agudo de lo normal, revelando que la alegre histeria todavía no la había abandonado, lo cual me hizo sonreír.
―Siendo así, debería ir con él de una vez antes de que hable con Ned ―dije, levantándome del alfeizar.
―En realidad te mandó a llamar.
Mi ceño se frunció y la confusión me invadió.
―¿Cree que sospeche algo?
Ella negó con la cabeza.
―Creo que tiene que ver más con sus intenciones.
―¿A qué se refiere?
Mi madre me tomó de la mano y la apretó con fuerza.
―Quiere reunir a toda la familia esta noche para hablar de su enfermedad y puede que quiera contar con tu apoyo. No será... algo fácil de abordar y sabes que siempre has sido nuestra mediadora.
Mi cabeza se movió de arriba abajo con lentitud, aunque por dentro no dejaba de imaginar la triste escena y la posible reacción de Ned a la verdad. Mi pequeño hermano podía ser un pícaro empedernido y hasta un poco fanfarrón, pero era un muchacho soñador, alegre y en extremo familiar... La noticia lo destrozaría.
―¿Erick vendrá? Sabe que él es el soporte de Ned.
―Tu padre nos quiere a todos allí, incluso a Abigail.
Eso me sorprendió gratamente y la sonrisa se dibujó por sí sola en mis labios.
―Un paso muy grande.
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...