Capítulo 19

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Ethan Ashworth

A lo largo de mi vida había escuchado muchos relatos sobre los celos, algunos más viscerales que otros, y todos parecían derivar de un único origen: la inseguridad. Era por ello que muchos calificaban la emoción como algo malo y censurable que no se debía sentir, pero ¿no éramos los seres humanos inseguros por naturaleza? Y no se trataba de dudar de uno mismo o de nuestras capacidades, sino de estar alertas y conscientes de los peligros que nos amenazaban para responder a ellos con diligencia y presteza.

Así que no, los celos no eran buenos ni malos, eran una simple emoción que, como la alegría o la tristeza, era experimentada y no se podía controlar su aparición. No obstante, si se podía escoger qué hacer con ella. Algunos se dejaban dominar por la frenética ira procedente de la desconfianza, otros la volvían una obsesión; yo, por mi parte, los aceptaba y los utilizaba para conocerme a mí mismo, y también como inspiración para mi escritura, porque no había nada más enriquecedor para un escritor que las propias experiencias.

Y si bien admitía que había actuado como un chiquillo estúpido las veces que había presenciado las atenciones del marqués de Winslow con Amelia ―sépase perseguirla y mantenerla en mi rango de visión todo el tiempo, rallando en el maldito acoso para mayor humillación―, me había servido para comprender varias cosas al preguntarme: ¿de qué? y ¿por qué?

Ambas respuestas me llevaron a una conclusión: ella me importaba, demasiado, y no quería que ni el marqués ni ningún otro hombre tuviera el privilegio de quedarse con el tesoro que yo había descubierto primero. ¿Estaba siendo absurdo? Sí. ¿Posesivo? Absolutamente. ¿Energúmeno? Era probable, pero ninguno de esos mequetrefes se la merecía. La habían estado ignorando por años, no queriendo ver a la mujer astuta e inteligente que guardaba en su pecho un corazón tan dulce , que la hacía crear las historias de romance más impactantes y bellas del momento.

Era una escritora del alma, pero también era una mujer que anhelaba ser amada, y si bien le había dicho a mi madre que yo no estaba enamorado de Mia, eso no significaba que no pudiera estarlo en un futuro muy, muy cercano. ¿Cómo no llegar a amarla, cuando tenía un sentido del humor tan similar al mío y era capaz de reír sin miramientos? Ella era la Ama de los Suspiros, una mujer tenaz, autentica y sincera que se hacía querer con facilidad. Por eso estaba seguro que podría llegar a adorarla como ella se merecía si la oportunidad se daba; particularmente porque ya tenía la mitad del recorrido hecho, cuando todo mi cuerpo reaccionaba al suyo.

La cercanía era una tortura, su voz una cadenciosa canción de seducción, sus ojos una delicia de miel pura con pinceladas de alegre verde... y su cabello me volvió loco. Lo único que quería era hundir mis dedos en él para atestiguar su suavidad y observar de cerca como cambiaban los matices de rojo con la luz. Suspiré y la observé, dando animadas vueltas por el salón de baile, en compañía de un sujeto enmascarado... la deseaba. La deseaba tanto que a veces dolía como el infierno y la había llegado a imaginar desnuda y gloriosa en mi cama más veces de las que me gustaría admitir... o en el escritorio de mi despacho... o en cualquiera de los malditos sillones de la casa Wemberly, profiriendo los más dulces e indecentes gemidos de placer provocado al hundirme en su cálido interior.

Un suspiro nuevo se hizo presente y me repetí la decisión que había tomado, después de haberlo estado considerando por casi dos semanas: si quería hacer realidad todas las cosas que había imaginado, y tener a mi lado una compañera sin igual que animaría mis días y que excitaría mi creatividad, debía... No, yo deseaba convertirla en mi esposa, porque sentía que ella era la mujer que había estado esperando para volver a iniciar y amar.

Si bien Claire estaría en mis memorias por siempre y la recordaría con el amor y el respeto que se merecía, después de haberlo analizado tanto, me sentía preparado para dar ese paso, más cuando Mia parecía disfrutar de mis atenciones y del tiempo que pasábamos juntos.

La dama de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora