«Puedo hacerlo, ¡sí puedo hacerlo!».
Eso era lo que me había estado repitiendo los últimos treinta minutos, mientras observaba desde el otro lado de la calle como entraban y salían las personas de aquella librería. No obstante, mis pies se negaban a moverse.
Con manos temblorosas, abrí mi pequeño bolso y saqué un papel que tenía cinco nombres anotados en una letra pulcra, clara y ligeramente inclinada hacia la derecha. La sonrisa nació al recordar el momento tan único e intenso, que había pasado en compañía de Blackwood en aquella terraza. A pesar de no estar en obligación de compartir conmigo parte de su saber y su guía, lo había hecho con tal amabilidad y desinterés que había creado en mí la necesidad de retribuirle con mi mayor esfuerzo.
Y por eso estaba allí.
Volví a guardar la lista que él había escrito para mí y observé de nuevo la librería; en esos últimos tres días había estado averiguando con ayuda de mis doncellas ―especialmente de Rebecca que conocía a tantas personas―, sobre los lugares donde podía adquirir los libros de esos autores de romance erótico. Y después de tanto revisar había marcado esa tienda como mi lugar de "asalto".
―Infiernos ―musité y mordí mi labio.
Había planeado todo con especial cuidado: el momento exacto para escapar de casa sin ser vista, el disfraz, mi actuación y lo que debía decirle al vendedor al momento de pagar, rogando al cielo que no me reconocieran con la redecilla negra que cubría parte de mi rostro. Todo para nada.
Miré hacia abajo y gruñí al observar la falda sencilla de color azul y la camisa blanca que había pedido prestada a Daisy para no atraer la atención...
―A este paso terminaré asaltando también el guardarropa de mi padre o el de Ned ―me reprendí en un suspiro.
Si bien la solución sencilla a mis problemas hubiera sido enviar a alguna de ellas, no quise involucrarlas más allá de las averiguaciones que habían hecho para mí, porque esa misión representaba parte de mi crecimiento como escritora y también... también estaban mis críticas a las personas que se escondían para leer el Librillo del Mal.
Estaba obligada a hacerlo, tan simple como eso, pero... era tan difícil. Y no se debía a lo que podrían pensar los demás de mí, eso me tenía sin cuidado... sino más bien por papá. A pesar de ser considerado un hombre de mente abierta, no estaba segura de qué haría si le llegaban comentarios sobre su hija leyendo de erotismo. Cerré mis ojos y traté de visualizar esa escena: si él me enfrentaba, no tendría forma de justificarme sin decirle sobre mi pasión por la escritura y... No, simplemente no soportaría enfrentar una mirada despectiva y reprobatoria de su parte, eso me rompería el corazón.
No quería ser juzgada por él o que rompiera mis ilusiones y me obligara a abandonar mi sueño. ¡Incluso podría adelantar mi matrimonio con el marqués! Mi cuerpo tembló y me tuve que abrazar a mí misma; tenía miedo... mucho, pero no quería dejarme vencer. No sin haberlo intentado al menos.
―¿Podría explicarme por qué lleva más de quince minutos allí parada, con expresión de condenado ante la guillotina? ―La voz masculina y risueña me hizo dar un brinco.
Con el pulso acelerado, miré hacia la derecha y me encontré con la sonrisa ladeada e infantil de Ethan Ashworth, que hacía destellar sus ojos bribones. Mis mejillas se sonrojaron ante la descarga de emociones que recorrió mi cuerpo, en especial por el recuerdo de la escena que había descrito en aquel balcón... imaginándolo a él. Sacudí la cabeza para despejar tales pensamientos impropios y aclaré mi garganta:
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La dama de medianoche
RomanceAmelia Harding es una señorita de la alta burguesía de Zándar que guarda un escandaloso secreto: es el rostro que se oculta bajo el nombre de Raymond Hayden, el afamado escritor de romance que es conocido como el Amo de los Suspiros. Sin embargo...