ℭ𝔞𝔭𝔦́𝔱𝔲𝔩𝔬 23

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Ausencia.

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Angeline.

Camino a paso apresurado por el muelle con Aedion delante de mi. El brazo donde me dieron puntos me duele y la venda está un poco manchada. Me olvide de cuidarme la herida porque el dolor ya no era tan fuerte y creo que ha vuelto a abrirse. «Mierda» no quiero que papá me vea así de ebria y con una herida de bala. Se pondrá histérico y querrá llevarme de vuelta.

Aedion me ha hecho vomitar y beber cuatro botellas de agua de camino hacia acá para que lo ebria se me baje por lo menos un poco. Ya no me siento mareada, ahora estoy echa un manojo de preocupaciones y nervios por lo que va a suceder.

Por lo menos debo de cambiarme la ropa antes de que llegue. «Demonios» ni siquiera me había puesto a pensar en eso.

Killian dice que mi familia está bien, escuché que se lo mencionó a Aedion cuando íbamos en el yate, pero aunque me haya aliviado un poco no le quita que papá vaya a venir hasta Grecia. Lo que sea que vaya a decir no es bueno y sospecho que tiene que ver con el tema respecto a lo que sucedió hace unas semanas.

—¿Y si alguien nos ve? —susurro.

—No lo harán —asegura— revise las cámaras y todos están en sus habitaciones.

Entramos a la casa.

—¿Estas seguro? no quiero que...—la silueta de Efraín aparece frente a nosotros.

«Si, claro...»

—Llegan a tiempo —dice y me da un escaneo rápido—. Están esperándolos abajo.

—¿Está todo bien? —le pregunto y comienzo a seguirlo.

—No lo creo...—responde y siento un dolor en el pecho.

Bajamos por las escaleras que dan al sótano, donde Vasiliás está preso desde que lo capturamos. Mis ojos se clavan en la persona que yace de brazos cruzados mientras habla seriamente con Killian. Me quedo paralizada y mi cerebro se tarda en procesar la escena frente a mi. ¿Pero que?... ni siquiera puedo pensar con claridad, lo único que repite mi mente es "ya nos jodimos". El alcohol que aún queda en mi sistema me hace querer reír de los nervios y tengo que morderme la maldita lengua para no hacer algo que delate mi estado de ebriedad y me haga quedar todavía más ridícula.

—¿André? —pregunto sorprendida.

Quiero que la tierra me trague y me escupa en el lugar más remoto del mundo.

Su mirada cae en mi y en automático bajo la cabeza avergonzada de cómo me mira. Sus ojos me analizan y ni siquiera tengo el valor de mirarlo a los ojos.

—Tu papá me envió —dice, su tono es seco, duro y solo yo puedo notar el coraje que emana.

Cierro los ojos con fuerza y me quedo mirando a Efraín en busca de algo que se que ni el ni nadie puede darme, «apoyo». Camino hacia mi novio tratando de parecer segura de mi misma pero es imposible no sentirse incómoda sabiendo que las personas que están en la habitación saben que el ganado se me ha juntado.

LETAL . #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora